Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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martes, 25 de agosto de 2015

Hipotenusa




Ícaro








Cuando reparé en ello, recobré el orgullo suficiente para alzar la vista y echar una ojeada a mi alrededor. Todo había adquirido una luz distinta.

Repasé la historia de mi caída y encontré en ella circunstancias que antes, empeñado en la autoflagelación, había pasado por alto. Miré a la cara de quienes me acusaban y vi cómo sus ojos esquivaban los míos. No eran más, ni mejores que yo. Comprendí por qué me había hundido en aquella sima deplorable: porque cuando esos otros me habían negado el perdón, yo había acatado su condena, considerándome inferior a ellos. Pero nada me obligaba a someterme a su venganza. Al entregarse a ella, eran ellos quienes proclamaban su incompetencia para juzgarme, que me autorizaba a recusarlos y a dictar, por mí y ante mí, mi propia absolución. Y con ella, mi puesta en libertad y mi regreso al mundo del que había sido expulsado.

Y eso fue lo que hice.

Me sacudí el fraile penitente y me encaré al inquisidor, dispuesto a echarlos a patadas. Naturalmente, lo que no pude, ni pretendí, fue negar la realidad. No sustituí el recuerdo de mis errores por una historia dulcificada en la que mi actuación fuera modélica. Pero tampoco permití que el alegato del fiscal estableciera la verdad a la que la posteridad, y sobre todo en lo que a mi me tocaba, hubiera de atenerse. Lo eché abajo en todo lo que pude: no sólo en aquello que era falso, sino también en aquello que afirmaba sin pruebas o que podía poner en duda, con fundamento o sin él. Otros muchos reproches, que en su día había dado por válidos, los rechacé sin más. No estaba dispuesto a consentir que se me afeara lo que yo no juzgaba ilícito. Y no tuve mayores escrúpulos en procurarme cualquier ventaja que me permitiera mejorar mi situación; lo único que me prohibí fue perjudicar a otros para conseguirlo.

Del mismo modo que no podía borrar todas mis culpas, tampoco podía negar la magnitud de la pérdida que había sufrido, a la que se sumaba un agravio que ahora se mostraba a mis ojos con una nitidez hasta entonces desconocida, y que no podía dejar de resultarme especialmente doloroso. Porque al recapitular la historia comprobaba que no era el único que había violado las reglas, ni siquiera el que las había violado más gravemente, y sin embargo sobre nadie había caído el peso del castigo como había caído sobre mí. Y todo, porque yo había resultado ser el más desprotegido.

Pero comprendí que lo último que debía hacer era entonar una queja del tipo "no me lo merezco, qué injusticia han cometido conmigo y qué infortunado soy".

La pérdida, como la culpa, nos atormenta cuando no somos capaces de aceptarla como algo natural, justificado, incluso necesario. La defensa contra la culpa no es querer ser inocente a todo trance, sino admitir los errores cometidos y a partir de ahí procurarse el perdón, el ajeno si es posible y si no, y en todo caso, el propio. La defensa contra la pérdida no es empeñarse en demostrar que no la merecemos.

Todo lo contrario.

Sigo creyendo, no puedo ocultártelo, que hay pérdidas que no merecí. Fueron demasiado grandes y se me impusieron con artes que nunca podré considerar legítimas. Pero, respecto de la mayoría acabé aceptando que no sólo merecía, sino que necesitaba sufrirlas, aunque en ese mismo momento ni yo mismo fuera consciente de ello. Desde entonces, sobre todo en mis relaciones con otras personas, parto de esta premisa: tenemos lo que merecemos tener, y perdemos lo que merecemos perder. Porque sólo merecemos tener lo que necesitamos, y cuando necesitamos algo sabemos cuidarlo y no lo perdemos. Y merecemos perder lo que no necesitamos, y cuando no necesitamos algo no sabemos cuidarlo y dejamos de tenerlo. No sólo resulta lógico, sino que admitirlo así sirve para estar en paz con uno mismo, responsabilizarse de la propia vida y no convertirse en uno de esos pelmas que van por ahí cargando en la cuenta de los demás sus propios fracasos.

Me sobrepuse a mis culpas, acepté mis quebrantos. Dejé de ser mi víctima y mi torturador. Los arrojé, a los dos, lejos de mí. Así me puse en pie. Y regresé. Pero como Teresa después de su absolución, ya no era el mismo. Me había convertido en alguien más desconfiado, quizás más malicioso, seguramente más triste. Desde luego, no puedo decir que hubiera recobrado la felicidad. La moraleja de mi historia no es que al final siempre sale el sol, se marchan las nubes y uno vive y baila de nuevo bajo un hermoso cielo azul. Lo que mi pequeño drama personal me enseñó fue, creo, algo mucho más útil: que se puede vivir, y también bailar, bajo la lluvia y bajo el frío, sin paraguas, sin impermeable y hasta sin zapatos, siempre que uno sepa encontrar dentro de sí la resolución de salir adelante. 





Extracto de una parte de la confesión que recibe Theresa de el Inquisidor.




El blog del inquisidor. Lorenzo Silva.









miércoles, 11 de marzo de 2015

Nicanor Parra, los cien años del legendario creador de la antipoesía

"El que sea valiente que siga a Parra. Sólo los jóvenes son valientes, sólo los jóvenes tienen el espíritu puro entre los puros. Pero Parra no escribe una poesía juvenil. Parra no escribe sobre la pureza (…) Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado".







Así describió el fallecido escritor chileno Roberto Bolaño a su compatriota Nicanor Parra, quien este viernes cumple cien años y está siendo homenajeado con exposiciones, charlas, artículos y documentales.
Irreverente, controvertido y eterno candidato al Nobel, Parra es uno de los poetas más influyentes de la literatura hispanoamericana contemporánea. Y más originales.








"De estatura mediana, / Con una voz ni delgada ni gruesa, / Hijo mayor de profesor primario / Y de una modista de trastienda", se retrata en "Epitafio", uno de los primeros textos de Poemas y Antipoemas, el libro que, desde su publicación en 1954, le granjeó amplio reconocimiento nacional e internacional.
"Flaco de nacimiento / Aunque devoto de la buena mesa; / De mejillas escuálidas / Y de más bien abundantes orejas; (…) Ni muy listo ni tonto de remate / Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y de aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!", agrega en ese poema.

Dinastía de artistas

Nicanor Parra Sandoval nació el 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico, una aldea cercana a la ciudad chilena de Chillán, situada a unos 400 kilómetros al sur de Santiago, la capital.
Sus padres, Nicanor Parra Parra, profesor de música, y Rosa Clara Sandoval Navarrete, quien también cantaba y tocaba la guitarra, fundaron una verdadera dinastía de artistas.
Varios de sus nueve hijos se dedicaron a la música, entre ellos Violeta, la célebre autora de "Gracias a la vida" y "Volver a los 17", y Roberto, en cuyas décimas se inspiró La Negra Ester, una de las obras más exitosas del teatro chileno.
El futuro poeta abandonó la casa paterna en 1932 y viajó a Santiago, donde hizo el último año de la enseñanza secundaria en el Instituto Nacional Barros Arana (INBA), antes de comenzar a estudiar matemática y física en la Universidad de Chile.







Nicanor Parra
El antipoeta retratado en 1935, año en que se publicó su primer texto conocido: "Gato en el camino".

Otro de sus hermanos, Eduardo, contó – en un número especial del semanario chileno The Clinic dedicado a los 90 años del poeta – que éste, mientras cursaba sus estudios universitarios, los fue llevando uno a uno a la capital, empezando por Violeta, para que estudiaran.
"Aparte de mantener el rendimiento, mi hermano nos puso una condición para traernos a Santiago: que dejáramos el canto y las guitarras", señaló.
Sin embargo, no lo obedecieron y el hermano mayor terminó por aceptarlo.
"Solo tiempo después, cuando volvimos de una gira con la Violeta, nos encontramos con la sorpresa de que Nicanor tenía su guitarra propia y que la tocaba. Nunca supe como aprendió", dijo.

Génesis del antipoema

El primer texto conocido de Nicanor Parra es "Gato en el camino", un cuento publicado en 1935 en una revista del INBA, donde trabajaba de inspector a cambio de comida y techo, mientras estudiaba en la universidad.








Dos años después apareció su primer poemario, Cancionero sin nombre, del que más tarde renegaría, hasta el punto de no incluirlo en su Obra gruesa por considerarlo "un pecado de juventud", demasiado influido por Federico García Lorca.
Poco antes se había publicado en Santiago la controvertida Antología de poesía chilena nueva, de Volodia Teitelboim y Eduardo Anguita, que marcaría profundamente a Parra.
El libro incluía (junto a poetas ahora menos conocidos fuera de Chile, como Rosamel del Valle, Humberto Díaz y los propios autores de la selección) a tres de los llamados "cuatro grandes" de la poesía chilena del siglo XX – Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha – y excluía a la cuarta, Gabriela Mistral, "una injusticia", según le dijera a BBC Mundo en 2004 el propio Teitelboim.


"Me sentí terriblemente impresionado por esta obra y pensé que yo podía hacer algo parecido; pero a los pocos pasos me pregunté acerca de la necesidad y la función de un trabajo de esta naturaleza. Y no pude contestar esta pregunta de inmediato", le dijo Parra a Mario Benedetti, en 1969, cuando el escritor uruguayo le inquiriera sobre cómo llegó a concebir el 'antipoema'.








Según Parra, poco a poco llegó a la conclusión de que "la poesía, tal como se la practicaba, en cierta forma divergía de lo que podemos llamar la noción de vida. Partía solamente de ella, pero no volvía".
Fue así que decidió que había que inyectarle vida a la poesía chilena, creando una antítesis de ésta, la "antipoesía".
Sobre los "cuatro grandes", una observación de Bolaño en el catálogo de la exposición Artefactos Visuales de Parra, en Madrid, 2001: "Parra también es crítico literario. Una vez resumió en tres versos toda la historia de la poesía chilena. Son estos: 'Los cuatro grandes poetas de Chile / Son tres / Alfonso de Ercilla y Rubén Darío'".




Shakespeare y Kafka

Después de terminar sus estudios universitarios, Parra enseñó durante varios años matemáticas y física en Chillán.
"Considerad, muchachos, / este gabán de fraile mendicante: / soy profesor en un liceo obscuro, / he perdido la voz haciendo clases. (Después de todo o nada / hago cuarenta horas semanales). ¿Qué les dice mi cara abofeteada?, / ¡verdad que inspira lástima mirarme!", escribiría después en "Autorretrato".








En 1940 se casó por primera vez, con Ana Troncoso, con quien tuvo tres hijos. Luego tendría tres más, con otras dos mujeres.
En 1943 viajó a Estados Unidos a realizar estudios de posgrado en mecánica avanzada, en la Universidad de Brown, y al regresar a su país comenzó a enseñar en la Universidad de Chile.
En 1949, con una beca del Consejo Británico, llegó a Reino Unido con la intención de hacer un doctorado de cosmología en la Universidad de Oxford, que nunca terminó porque, en lugar de centrarse en las matemáticas, dedicó su tiempo a escribir poesía.








Mientras que en EE.UU. había profundizado sus lecturas de Walt Whitman, en Inglaterra se nutrió de la obra de John Donne, William Shakespeare, William Blake, T.S.Eliot, Ezra Pound y Franz Kafka, a quien consideraba su "maestro absoluto".
En 1954, poco después de su regreso de Europa, se publicó en la revista chilena Extremo Sur un conjunto de 20 poemas, que décadas más tarde Parra también excluiría de su Obra Gruesa, los "Ejercicios retóricos", notablemente influidos por Whitman.
También entonces apareció su segundo libro, Poemas y antipoemas, escrito en gran parte en Oxford, que termina con el que muchos consideran su mejor texto, "Soliloquio del individuo".
Aparentemente, Parra pensaba llamar al libro Oxford 1950, pero optó por Poemas y antipoemas luego de ver, en la vitrina de una librería de la ciudad inglesa, un ejemplar de Apoèmes, del escritor francés Henri Pichette, publicado poco antes.
Los 'antipoemas' se caracterizarían, entre otras cosas, por un enfoque narrativo, con frecuencia alrededor de un antihéroe, y un lenguaje primariamente coloquial, en el que se destacan el humor y la ironía.
"Hubo un tiempo en que yo no aceptaba en los antipoemas sino expresiones coloquiales", le dijo a Benedetti.
"El test que aplicaba a una expresión era si podía usar o no en una conversación real; después me tranquilicé un poco y acepté también como elementos vitales las propias creaciones humanas", agregó.






Artefactos visuales

Si entre el lorquiano Cancionero sin nombre y Poemas y antipoemas pasaron casi 20 años, a su segundo libro le siguieron varios más en relativamente rápida sucesión, entre ellos La cueca larga (1958), Versos de salón (1962), Manifiesto (1963), Canciones rusas (1967), Obra gruesa (1969), Artefactos (1972), Sermones y prédicas del Cristo del Elqui (1977), Poesía política (1983) y Hojas de Parra (1985).








Parra también creó numerosas obras visuales, que comenzaron con su participación en el diario mural Quebrantahuesos, junto al poeta Enrique Linh y el cineasta Alejando Jodorowsky, entre otros, en 1952.
Dos décadas después, a partir de la publicación de Artefactos – una caja con tarjetas postales en las que aparecen dibujos, fotografías y textos que, según Parra, son restos de lenguaje resultantes de la desintegración de los 'antipoemas' – realizó trabajos visuales con frecuencia.
En 2006, una exposición llamada Obras Públicas, en el Centro Cultural Palacio de La Moneda de Santiago, reunió muchos de sus 'trabajos prácticos', junto a sus tablitas de Isla Negra y sus divertidas bandejitas de cartón en que se ríe de todo y de todos, desde sí mismo hasta el Papa.
En una de ellas dice: "El Nobel! El Nobel! Esto ya parece el cuento del lobo…", en referencia al elusivo premio para el que fue postulado en varias ocasiones y que nunca recibió.








En su país sí le dieron todos los galardones habidos y por haber, desde el Premio Municipal de Poesía de Santiago, en 1938 y 1955, hasta el Premio Nacional de Literatura, en 1969, y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, en 2012.
Fuera de Chile, le otorgaron, entre otros, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en 1991, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2001, y el Cervantes, en 2011.
Pero tal vez su mayor reconocimiento fue el impacto que tuvo en otros escritores.
Lo que dijo de él el novelista argentino Ricargo Piglio en una entrevista lo ilustra muy bien:
"Todavía me acuerdo de la tarde en que compré Versos del salón, en la vieja librería Palumbo de la calle 6. Todavía veo el libro en la vidriera, la edición de Nascimiento. Me senté a leerlo en el bar Pérsico, frente al correo, y cuando me levanté era de noche y yo era otro".

La izquierda y la derecha unidas…








Nicanor Parra

En 1969, en momentos en que se esperaba – y a veces se exigía – que los artistas latinoamericanos tomaran posiciones de izquierda, Parra le dijo a Benedetti que aunque la Revolución Cubana le interesaba profundamente y le afectaba mucho lo que estaba sucediendo en Vietnam y en África, él no era un poeta político.
Un año después, gran parte de la izquierda latinoamericana rompió con él luego de que asistiera, junto a otros poetas, a un té ofrecido en la Casa Blanca por la esposa del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon. Algo parecido le había pasado a Pablo Neruda por haber visitado EE.UU. en 1966.
Después del golpe militar encabezado por Augusto Pinochet en 1973, Parra, que había apoyado al derrocado gobierno socialista de la Unidad Popular, decidió quedarse en Chile.
Según uno de sus colegas en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, Parra le dijo que no se iría porque su poesía se nutría de lo que pasaba en su país.








Aunque, según cuentan, en sus clases Parra no hablaba ni a favor ni en contra del gobierno militar, en 1977 el diario La Segunda aseguró que su obra teatral Hojas de Parra era "la más insolente crítica contra nuestro proceso, contra el 11 de septiembre y contra quienes en un supremo esfuerzo sacaron a este país de las garras del marxismo".
Parra abogó por el retorno a la democracia, durante el plebiscito de 1988, en que los chilenos debían elegir si querían o no que Pinochet permaneciera en el poder.
En entrevistas posteriores señaló que, en su opinión, aunque durante el gobierno militar se tomaron varias medidas positivas, fueron "a corto plazo".








"Lo que pasa es que cuando se piensa en Pinochet, también se debe pensar en las atrocidades que se cometieron. Y ante eso hay que ponerse firme. Hay que saber qué pasó, no para vengarnos de nadie, sino que para sacar una lección", le dijo a El Mercurio en 2.001..
Después de todo, fue Parra quien escribió, en uno de sus más memorables Artefactos Visuales, que: "La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas".
Y sobre la muerte puso en una de sus bandejitas: "Para eso se hizo la muerte. Para medir el trascurso del tiempo".le dijo al Mercurio en 2001.
El poeta también le recordó al entrevistador que él nunca había militado en ningún partido político.
Después de todo, fue Parra quien escribió, en uno de sus más memorables Artefactos Visuales, que: "La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas".
Y sobre la muerte puso en una de sus bandejitas: "Para eso se hizo la muerte. Para medir el trascurso del tiempo".





Fuente: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/09/140422_nicanor_parra_chile_crz

sábado, 28 de febrero de 2015

Así, ..... Ámate ... Ámame ..., sea.


Philippe Halsman




La verja se rindió, cayó...como cuando se flambean y derriten las manos sudorosas, tambaleadas, temblorosas al encuentro furtivo de la cicatriz del recuerdo y la cometa de cintas blancas...

...y el viento incoherente y sagaz recompone el puzzle de las yemas. Si arde despacio, se enfría aprisa. Si congela raudo, apacigua así. Si se mueve lento, veloz abraza. Si mengua, acrecenta el Siroco... Así, siempre así.

Descubrieron razones y atendieron silencios. Atizaron, ilusos, al viento... y la verja se aceró. Desnudaron, impávidos, las cintas blancas y la cometa se escapó...

Andará por cielos rasos y a tientas, nadarán las excusas para comprender el así.

-Ámate. Ámame.

Le dice el viento al perfume... y sin escaleras, ni atajos, ni puñetas... se escancia la rosa de los vientos...

-...Cúrame. Cúrate.

Y la rosa huérfana de espinas, derrama la única gota que por quedar, así nace. Que al caer, erecta al rubor.

Parece un instante, un preludio... desgarrador desprecio, arpegio. Y sin más, sin nada... el viento se calza las sandalías y pesca el pespunte que engarza áquel mar antiguo donde la hierba no se esconde ni a sí misma.

Así, siempre así. Suau molt suave, suave molt suau...













Ámame como un giro equivocado en un camino malo, tarde en la noche, sin luna y sin un pueblo cercano... y con un gran animal hambriento moviéndose pesadamente a través de la maleza junto al camino.

Ámame con una venda sobre tus ojos y el sonido de un agua herrumbrada

que mana bruscamente del tubo en la cocina, que gotea a través

del piso de madera hasta el cemento caliente. Házlo sin preguntar,

sin extrañarte y sin pensar en nada, mientras la maquinaria

está apagada y el vigilante desplomado de sueño frente a su pequeño televisor

que muestra el pequeño garaje, los pasillos desiertos; mientras los ladrones atraviesan

la baranda con cortadoras de acero. Ámame cuando no puedas encontrar

abierto un restaurante decente en ningún sitio, cuando estés solo en un comedero

relumbrante

junto a dos monjas que se pelean en el asiento de atrás, cuando tus huevos estén

grasientos

y cuando te sirvan crudas tus tortas fritas. Arranca los botones de enfrente de mi

vestido

y lánzalos uno a uno a la laguna donde los peces acechan justo debajo de la superficie,

moviendo sus frías aletas. Ámame en la capota de una camioneta que nadie ha

conducido

en años, hundida hasta el guardabarros entre hierbas y girasoles muertos;

y entre los lirios, tu boca en mi garganta blanca, mientras las tortugas arrastran

sus barrigas a través del barro lustroso, a través de las huellas de fojas y patos.

Hazlo cuando nadie esté viendo, cuando los disturbios empiecen y se abran los aviones,

cuando el autobús salte a la cuneta y el conductor pise los frenos y el pedal se hunda

hasta el suelo,

mientras alguien lanza un plato contra la pared y recoge otro,

ámame como un congelante trago de vodka, como pita pura, ámame

cuando estés solo, cuando estemos demasiados cansados para hablar, cuando no creas

en nada, escucha, no hay nada, no importa; acuéstate

conmigo y cierra los ojos, el camino dobla aquí, voy a subirle al radio

y nos vamos a ir, y no vamos a regresar mientras tú me ames,

mientras lo sigas haciendo exactamente así.



Kim Addonizio






Quiero asistir a una boda
en calidad de invitada.
Pasar desapercibida
a pesar de mi vestido rojo,
de los tacones nuevos
y las horas previas de maquillaje.

Tengo ganas de vestirme
para nadie,
para mí,
para todos sin que lo noten.

De ver las rosas
en el pasillo de la iglesia,
y tomar una discretamente
para olerla,
y luego tal vez
acariciarme con ella.

Quiero bailar el vals
con un desconocido,
o mejor dos,
y confundir sus nombres.
Mientras la novia radiante
se compromete
a repetir solo un nombre cada noche.

Tengo ganas,
apenas un poco,
de brindar y beber.
Festejar la decisión de otros
a ser felices juntos.

Y luego,
más ganas aún,
de regresar sola a mi casa.
Quitarme el vestido nuevo
con olor a tabaco.
Los tacones encarnados
en mis pies adoloridos.
Lavar el maquillaje pesado,
soltarme el cabello.

Tengo esta necesidad
de vestirme para mí
y desvestirme luego,
despacio.

Después del sudor
buscar la rosa en mi bolso,
presionarla contra los labios
acariciarme los muslos;
quedarme dormida
antes de llegar al agujero del sexo.
Olerme el cabello,
dormir conmigo.





Agatha García