Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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viernes, 4 de diciembre de 2015

Al atún, tún, tún....





Ícaro








Chesterfield le susurra a Winston: "Fúmate la agonía. Bébete la lucha. Desarma a la impaciencia. Hilvana sábanas de mariposas."

Winston, asiente sin trajinar palabra.

Chester, desboca un papelillo y ciñe la vitola. Guarda el paquete enguruñado en el cajón del escritorio. Y pellizca el pitón de la boquilla.

Winston, se mira en el espejo. Y el muy canalla, se encuentra entre dos aguas.

Chester, sonríe.

Entre ellos hay cuatro palmos de aire y un olor indecible.

Winston, convulsivamente se frota las cicatrices mientras rompe con la mirada los ceros a la izquierda que Chester bocanea.

Luz cálida.

Dos ambientes.

Ni una sola palabra.

Y en esa errática, singular situación. Pluralidad y tolerancia.

Los dos toman el plástico que da sustento al orden. Al desfiladero del desgüace.

Winston se rasca la sien derecha y huyendo de miradas sostenidas, sucumbe.

Chester sorprendido alza la ceja y le guiña un clic de mechero.

El cenicero arde. Y el humo les dispersa.


Se dan el hombro y salen del apartamento, callados, pero felices.

Son casi las ocho.

Ya era hora... que para cerrar viejas heridas se hayan de abrir los ojos.


Ícaro ©






Ícaro

jueves, 17 de enero de 2013

Smoke






- ¿Recuerdas que una vez me preguntaste cómo comencé a hacer fotos? Pues esta es la historia de cómo conseguí mi primera cámara. En realidad es la única cámara que he tenido. ¿Me sigues hasta ahora?

- Como un cordero.

- Esta es la historia de cómo ocurrió:


Muy bien. Fue en el verano del 76, cuando empecé a trabajar con Winnie, el año del bicentenario. Un día entró un chaval y empezó a robar cosas de la tienda. Estaba ante la estantería del fondo, metiéndose revistas de chicas desnudas bajo la camiseta. Yo no le había visto porque había mucha gente en el mostrador. Cuando vi lo que estaba haciendo le empecé a gritar. Salió zumbando como un conejo. Sssssssh. Para cuando yo había salido del mostrador, él ya corría perdiendo el culo por la Séptima Avenida. Le perseguí durante media manzana, y luego abandoné. Se le había caído algo por el camino, y como no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver qué era. Resultó ser su cartera. No había dinero dentro, pero llevaba el permiso de conducir, junto con… tres o cuatro fotos. Podría haber llamado a la poli y denunciarle, sabía su nombre y dirección por el carné. Pero sentí lástima por él, no era más que un pobre desgraciado, y en cuanto vi las fotografías que llevaba en su cartera, me fue imposible sentir ningún enfado hacia él. Roger Goodwin, ese era su nombre. Recuerdo que en una de las fotos estaba junto a su madre, y en otra de ellas aparecía sujetando un trofeo en el colegio. Sonreía como si le hubiese tocado la lotería. No tuve coraje. Un pobre chico de Brooklyn. Y tampoco era tan grave. Al fin y al cabo, a quién le importaban un par de revistas guarras. Así que conservé la cartera. De cuando en cuando sentía la necesidad de devolvérsela, pero entre unas cosas y otras nunca lo hacía. Entonces llegó la Navidad, y yo no tenía nada que hacer. Winnie me había invitado a su casa pero su madre se puso enferma y tuvo que ir a Miami junto con su mujer. Así que aquella mañana yo estaba en casa compadeciéndome de mí mismo. Entonces vi la cartera de Roger Goodwin en una repisa. Me dije: “¿Qué coño? ¿Por qué no hago algo bueno por una vez?”. Me puse la chaqueta y me fui a devolver la cartera. Vivía en Boerum Hill, en uno de esos bloques de casas baratas. Recuerdo que aquel día hacía un frío que pelaba. Me perdí buscando el edificio del chico, todos aquellos bloques parecían iguales, y yo siempre terminaba en el mismo patio creyendo que era otro. Es igual. Al final encontré el edificio que buscaba y el piso que buscaba. Llamé al timbre. Nadie respondió. “No habrá nadie”, pensé. Volví a llamar para asegurarme. Ya estaba a punto de irme, pero esperé un poco más, y oí unos pasos tras la puerta. La voz de una anciana preguntó “¿Quién es?”. Contesté “Busco a Roger Goodwin”. “¿Eres tú Roger?”, dijo ella. Después de luchar con quince cerrojos abrió la puerta. Tendría por lo menos ochenta o a lo mejor noventa años, y lo primero que advertí en ella fue que era ciega. “Roger, sabía que vendrías”, dijo, “sabía que no te olvidarías de tu abuela Ecel en Navidad”. Y entonces abrió los brazos como si fuera a abrazarme. Yo no tenía mucho tiempo para pensar, tenía que decirle algo en seguida, y antes de que pudiera darme cuenta, las palabras salieron de mi boca. “Así es, abuela Ecel”, le dije, “he vuelto para verte por Navidad”. No me preguntes por qué. No sé por qué se lo dije. Simplemente me salió. Aquella anciana me abrazó de repente allí en la puerta. Yo también la abracé. Fue como si los dos decidiéramos jugar a ese juego, sin tener que discutir las reglas. Sabía de sobra que yo no era su nieto, era vieja y chiflada, pero no estaba tan mal como para no distinguir entre un completo extraño y alguien de su propia sangre. Sin embargo fingir la hacia feliz. Yo no tenía nada que hacer, así que acepté encantado el juego. Bien, entré con ella en el piso y pasamos el día juntos. Cada vez que me preguntaba que qué tal me iba yo le mentía, le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que iba a casarme… le conté las historias más bonitas que se me ocurrieron, mientras ellas fingía creérselo todo. “Muy bien, Roger”, me decía mientras asintiendo con la cabeza y sonriendo, “Siempre supe que todo te iría bien en la vida.”. Bien, al cabo de un rato me entró hambre. Dado que no había nada de comida en la casa, salí a ver si había una tienda abierta. Y compré un montón de cosas. Compré un pollo asado, sopa de verduras, un poco de ensalada de patatas… un montón de cosas. La abuela Ecel tenía guardadas un par de botellas de vino en su cuarto. Así que entre los dos pudimos organizar una cena de Navidad digna. Nos pusimos un poco chispas con el vino… Y cuando terminamos de comer fuimos a la sala de estar. Los sillones eran más cómodos. Yo tenía ganas de mear, así que me disculpé y fui al cuarto de baño, que estaba abajo. Las cosas entonces tomaron otro rumbo. Ya había hecho bastante el tonto con el numerito de fingirme el nieto, pero lo que hice luego, fue especialmente insensato, y desde entonces no he podido perdonármelo. Entré en el baño, apiladas en una de las pareces junto a la ducha descubrí un montón de cámaras, nuevas, de 35 Mm., estaban sin estrenar. Yo no había hecho una sola fotografía en mi vida. Y mucho menos todavía robado. Pero en cuanto vi aquellas cámaras en el cuarto de baño, decidí que una de esas cámaras sería para mí. Así, sin más. Y sin pensarlo un momento, tomé una de esas cámaras, la escondí bajo el brazo y volví a la sala de estar. No había estado fuera más de tres minutos, pero en aquel rato, la abuela Ecel se había dormido. Demasiado vino, supongo. Me fui a la cocina y lavé los platos. Ella dormía plácidamente, roncando como un bebe. No había por qué molestarla, así que decidí irme. No podía escribirle una carta de despedida puesto que era ciega, así que me marché. Puse la cartera de su nieto sobre la mesa, volví a coger la cámara, y salí del apartamento. Así se acaba el cuento.

- ¿Alguna vez volviste a verla? ¿No volviste a visitarla?

- Una vez. Tres o cuatro meses después. Me sentía tan culpable por haber robado la cámara que ni la había usado. Al final resolví devolverla, pero la abuela Ecel ya no estaba allí. En aquel apartamento vivía otra persona y no pudo decirme dónde estaba.

- Seguramente había muerto.

- Sí. Seguramente.

- De ser así pasó su última Navidad contigo.

- Supongo que sí. Eso nunca lo había pensado.

- Fue una buena acción. Fue muy bonito lo que hiciste por ella. 

- Mentí y robé a esa mujer. ¿Llamas a eso una buena acción?

- La hiciste feliz, y la cámara había sido robada, no pertenecía a la persona a la que se la cogiste.

- Todo por el arte, ¿eh, Paul? 

- No diría tanto, pero al menos has hecho un buen uso de la cámara.





martes, 29 de mayo de 2012

Cromos de cine XIII

"La mesa cada vez es más grande...."


"-Tiene unos preciosos ojos azules.


-Sí, azules como el cielo."


"A pesar de ser vegetariano no he podido dejar de ser un cornudo."


"Las fronteras las dibujan los hombres, la naturaleza no entiende de dibujos."


La gran ilusión (1937)










"Es preferible no viajar con un hombre muerto."


Dead man (1995)










"No hay mejor momento que el presente."


Smoke (1995)










"Soy la chica que trabaja todo el día en la Paramount y en la Fox toda la noche."


Sextette (1978)












Si me necesitas, sólo tienes que silbar.


Tener y no tener (1944)










Yo no vivo contigo. Ocupamos la misma jaula, eso es todo.


La gata sobre el tejado de zinc (1958)




















domingo, 13 de mayo de 2012

Cría cuervos... y te sacarán....


"Mujeres bañándose" (1929) Tamara De Lempicka




Los murciélagos están en el campanario
El rocío está en el páramo
¿Dónde están aquellos brazos
Que me dieron en prenda su amor?
Que me dieron en prenda su amor

Es un sentimiento tan triste
Los campos suaves y verdes
Son recuerdos lo que estoy robando
Pero eres inocente cuando sueñas, cuando sueñas
Eres inocente cuando sueñas

Hice una promesa de oro
Que nunca nos separaríamos
Le dí un medallón a mi amada
Y después le partí el corazón
Y después le partí el corazón

Es un sentimiento tan triste
Los campos suaves y verdes
Son recuerdos lo que estoy robando
Pero eres inocente cuando sueñas, cuando sueñas
Eres inocente cuando sueñas

Corriendo por el cementerio
Reíamos mis amigos y yo
Juramos que estaríamos juntos
Hasta el día que muriéramos
Hasta el día que muriéramos

Es un sentimiento tan triste
Los campos suaves y verdes
Son recuerdos lo que estoy robando
Pero eres inocente cuando sueñas, cuando sueñas
Eres inocente cuando sueñas


Innocent when you dream. Tom Waits






lunes, 23 de abril de 2012

Noches blancas

No hay nadie aquí,
y el cuerpo dice: todo lo dicho
no debe ser dicho. Pero nadie
es un cuerpo igualmente, y lo que el cuerpo dice
nadie lo oye
excepto tú.

Nevada y noche. La repetición
de un asesinato
entre los árboles. La pluma
se mueve sobre la tierra: qué ocurrirá
lo ignora, y la mano que la sostiene
ha desaparecido.

No obstante, escribe.
Escribe: en el principio,
entre los árboles, un cuerpo vino caminando
desde la noche. Escribe:
la blancura del cuerpo
es del color de la tierra. Es tierra,
y la tierra escribe: todo
es del color del silencio.
Yo no estoy aquí. Nunca he dicho
lo que tú dices
que he dicho. Y, cada noche,
desde el silencio de los árboles, sabes
que mi voz
viene caminando hacia ti.


Paul Auster











Fotografía: Pawel Bieniwski