Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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viernes, 9 de octubre de 2015

Fulvio Bonavia: A matter of taste


Campaña: Bye Helmets





http://www.fulviobonavia.com/















Fulvio Bonavia es un fotógrafo italiano que se inició en el mundo del diseño gráfico y de la ilustración antes de dedicarse de lleno a la fotografía, campo en el que ha sido galardonado con varios premios tanto a nivel nacional en su país de nacimiento, como a nivel mundial. El publicista, editor gráfico y fotógrafo italiano es mundialmente conocido por su singular imaginación. Una de las peculiaridades que hace de su obra un producto absolutamente singular es que él mismo lleva a cabo toda la producción, de principio a fin. Es decir, él mismo compra los productos en el mercado y hace sus bolsos de queso parmesano o de brócoli.

Muchos de los trabajos fotográficos de Fulvio Bonavia  han ido dirigidos al mundo de la publicidad en donde cuenta, entre otros, con clientes como Montblanc, Pirelli, Sony y Adidas. Ha realizado también diversos trabajos en el mundo de la moda, campo en el que ha trabajado con diseñadores de la talla de Alexander McQueen o Prada.


Entre sus muchas publicaciones, destacamos la que ha titulado como Una Cuestión de Gusto, en la que Fulvio Bonavia une dos mundos a veces tan opuestos, como son la comida y la moda. En este trabajo ha creado accesorios y complementos de moda a partir de alimentos, que parecen tan reales que seguramente muchos de nosotros nos los llevariamos puestos. Captura imágenes mezclando su pasión por la moda con su amor por la comida y creando una serie de complementos realizados con frutas,verduras y alimentos diarios.

Sin embargo, he de deciros que Fulvio no sólo se entretiene haciendo este tipo de prendas imposibles, que seguro le divierten un montón. También fotografía unos paisajes absolutamente deliciosos, suaves, inquietantes… que me recuerdan a las desconocidas fotos de Tarkovsky.




Vanitas






miércoles, 18 de marzo de 2015

Calvary (2014)

El 2.014.... nos dejó deslumbrantes interpretaciones, personalmente mis favoritos, (el orden es indiferente todos son grandiosos... y tan sólo según el estado de ánimo y el entorno se va entremezclando y acentuando el efecto mariposa), son Brendan Gleeson y Michael Keaton, aunque si he de quedarme con uno me fascinó el ceño y el rictus de Brendan Gleeson, imparable. Casi podía tocarlo. Lo sentía a la vera. Su voz, su mirada. Tanto él como la cinta me dejaron ido, y me hicieron encontrar un testigo para el relevo....una marea con orilla.

Y un guiño a Alejandro González-Iñárritu. Maravilloso, eterno con su Birdman:

 "Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí...".

Plano, secuencia... plano, secuencia.... ¿La vida.....? Secuencia, plano, experiencia, vitalidad... realismo. Tan real, que el teatro se convierte en plano, secuencia de cada uno de nuestros pasos....y la vida en cualquier teatro jamás soñado, siquiera pisado... Los espejos no reflejan las cámaras... un detalle, importante en Birdman y en la vida....



Mis majestuos@s del '14:


Brendan Gleeson  (Calvary)

Michael Keaton y Emma Stone  (Birdman)

Agata Kulesza  (Ida)

Milles Teller y J.K. Simmons  (Whiplash)

Juliane Khöler  (Dos vidas)

Toni Servillo  (La grande bellezza)

Ellar Coltrane y Patricia Arquette  (Boyhood)

Anne Dorval  (Mommy)

Carmina Barrios  (Carmina y Amén)
















Hace unas semanas la película chilena El Club (2015), de Pablo Larraín, ganaba el Gran Premio del Jurado en la Berlinale, tras despertar clamorosas ovaciones por su acercamiento cínico, atrevido y grotesco a una pequeña y marginada comunidad religiosa. En cierto modo, podemos encontrar una precursora de la inusual manera que tiene Larraín de enfrentarse a temas como la pederastia o la homosexualidad, en Calvary, de John Michael McDonagh. Ambos trabajos contraponen la Iglesia como institución a la ambigüedad moral de las personas individuales que forman parte de ella, a través de un tono entre irónico y trascendente. Sin embargo, la postura de Larraín hacia sus protagonistas no deja de ser en cierto sentido acusatoria, mientras que McDonagh toma un camino distinto: posicionarse a favor de un cura (supuestamente) íntegro que vive en un ambiente de hipocresía e ignorancia.




Calvary   forma un díptico (con visos, según parece, de convertirse en una trilogía) de crítica a la sociedad rural irlandesa con la anterior película de McDonagh, El irlandés (2011). Si su ópera prima era un thriller policíaco más claramente cómico y enérgico, Calvary, compartiendo muchos elementos con ella, es de naturaleza más contemplativa, y posee un trasfondo más espiritual. En su primera escena, durante una confesión, vemos la reacción en primer plano del protagonista, el padre James, que escucha cómo uno de sus feligreses le cuenta de forma muy cruda la manera en la que otro sacerdote abusó de él cuando era un niño, para posteriormente amenazarle con matarle siete días después.Afirma el padre James que lo peor que se puede decir de alguien es que le falta integridad. De este modo, él mismo se aplica dicha sentencia, resignándose a su fatal destino, pero intentando dejar antes solucionados algunos temas pendientes. Un personaje complejo y muy bien definido, que además cuenta con la entregada interpretación de un inmenso Brendan Gleeson, nominado al Premio del Cine Europeo. Frente a él, los demás personajes son tan bastos como era el del propio Gleeson en El irlandés, pero mucho más planos, y los actores tampoco contribuyen a sacarlos de los meros estereotipos.

La película está cargada de simbología, que acompaña durante todo el viaje al protagonista hacia su particular Monte del Calvario (que sería la playa del pequeño pueblo irlandés en el que transcurre la acción). Las referencias a este “Via Crucis” se consiguen a través de la constante presencia del poder de la muerte frente a los bienes terrenales. En este sentido, es muy significativa la irreverente actitud que uno de los personajes tiene hacia el cuadro Los embajadores, de Hans Holbein, conocido por su introducción de un crucifijo semi-oculto y una calavera anamórfica (recordemos que “calvario” y “calavera” tienen la misma raíz latina). Además, la banda sonora de Patrick Cassidy (que incluso recuerda de nuevo a la música de Arvo Pärt utilizada en El club), en contraste con temas folk americanos, contribuye a que a darle a la película el carácter solemne de western crepuscular que tiene.