Amé en aquella mirada lo que había de sospecha. Y el miedo de las cosas tenía en aquel espejo la ilusión de disentir del futuro. Contacto: jrubaz@hotmail.com
Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.
Fulvio Bonavia es
un fotógrafo italiano que se inició en el mundo del diseño gráfico y de
la ilustración antes de dedicarse de lleno a la fotografía, campo en el
que ha sido galardonado con varios premios tanto a nivel nacional en su
país de nacimiento, como a nivel mundial. El publicista, editor
gráfico y fotógrafo italiano es mundialmente conocido por su singular
imaginación. Una de las peculiaridades que hace de su obra un producto
absolutamente singular es que él mismo lleva a cabo toda la producción, de principio a fin. Es decir, él mismo compra los productos en el mercado y hace sus bolsos de queso parmesano o de brócoli.
Muchos de
los trabajos fotográficos de Fulvio Bonavia han ido dirigidos al mundo
de la publicidad en donde cuenta, entre otros, con clientes como
Montblanc, Pirelli, Sony y Adidas. Ha realizado también diversos
trabajos en el mundo de la moda, campo en el que ha trabajado con
diseñadores de la talla de Alexander McQueen o Prada.
Entre sus muchas publicaciones, destacamos la que ha titulado como Una Cuestión de Gusto,
en la que Fulvio Bonavia une dos mundos a veces tan opuestos, como son
la comida y la moda. En este trabajo ha creado accesorios y complementos
de moda a partir de alimentos, que parecen tan reales que seguramente
muchos de nosotros nos los llevariamos puestos. Captura imágenes
mezclando su pasión por la moda con su amor por la comida y creando una
serie de complementos realizados con frutas,verduras y alimentos
diarios.
Sin embargo, he de deciros que Fulvio no sólo se entretiene haciendo este tipo de prendas imposibles, que seguro le divierten un montón. También fotografía unos paisajes absolutamente deliciosos, suaves, inquietantes… que me recuerdan a las desconocidas fotos de Tarkovsky.
El 2.014.... nos dejó deslumbrantes interpretaciones, personalmente mis favoritos, (el orden es indiferente todos son grandiosos... y tan sólo según el estado de ánimo y el entorno se va entremezclando y acentuando el efecto mariposa), son Brendan Gleeson y Michael Keaton, aunque si he de quedarme con uno me fascinó el ceño y el rictus de Brendan Gleeson, imparable. Casi podía tocarlo. Lo sentía a la vera. Su voz, su mirada. Tanto él como la cinta me dejaron ido, y me hicieron encontrar un testigo para el relevo....una marea con orilla.
Y un guiño a Alejandro González-Iñárritu. Maravilloso, eterno con su Birdman:
"Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí...".
Plano, secuencia... plano, secuencia.... ¿La vida.....? Secuencia, plano, experiencia, vitalidad... realismo. Tan real, que el teatro se convierte en plano, secuencia de cada uno de nuestros pasos....y la vida en cualquier teatro jamás soñado, siquiera pisado... Los espejos no reflejan las cámaras... un detalle, importante en Birdman y en la vida....
Mis majestuos@s del '14:
Brendan Gleeson (Calvary) Michael Keaton y Emma Stone (Birdman) Agata Kulesza (Ida) Milles Teller y J.K. Simmons (Whiplash) Juliane Khöler (Dos vidas) Toni Servillo (La grande bellezza) Ellar Coltrane y Patricia Arquette (Boyhood) Anne Dorval (Mommy) Carmina Barrios (Carmina y Amén)
Hace unas semanas la película chilena El Club (2015), de Pablo Larraín, ganaba el Gran Premio del Jurado en la Berlinale,
tras despertar clamorosas ovaciones por su acercamiento cínico,
atrevido y grotesco a una pequeña y marginada comunidad religiosa. En
cierto modo, podemos encontrar una precursora de la inusual manera que
tiene Larraín de enfrentarse a temas como la pederastia o la
homosexualidad, en Calvary, de John Michael McDonagh.
Ambos trabajos contraponen la Iglesia como institución a la ambigüedad
moral de las personas individuales que forman parte de ella, a través de
un tono entre irónico y trascendente. Sin embargo, la postura de
Larraín hacia sus protagonistas no deja de ser en cierto sentido
acusatoria, mientras que McDonagh toma un camino distinto: posicionarse a
favor de un cura (supuestamente) íntegro que vive en un ambiente de
hipocresía e ignorancia.
Calvary
forma un díptico (con visos, según parece, de convertirse en una
trilogía) de crítica a la sociedad rural irlandesa con la anterior
película de McDonagh, El irlandés (2011). Si su ópera prima era un thriller policíaco más claramente cómico y enérgico, Calvary,
compartiendo muchos elementos con ella, es de naturaleza más
contemplativa, y posee un trasfondo más espiritual. En su primera
escena, durante una confesión, vemos la reacción en primer plano del
protagonista, el padre James, que escucha cómo uno de sus feligreses le
cuenta de forma muy cruda la manera en la que otro sacerdote abusó de él
cuando era un niño, para posteriormente amenazarle con matarle siete
días después.Afirma
el padre James que lo peor que se puede decir de alguien es que le
falta integridad. De este modo, él mismo se aplica dicha sentencia,
resignándose a su fatal destino, pero intentando dejar antes
solucionados algunos temas pendientes. Un personaje complejo y muy bien
definido, que además cuenta con la entregada interpretación de un
inmenso Brendan Gleeson, nominado al Premio del Cine Europeo. Frente a
él, los demás personajes son tan bastos como era el del propio Gleeson
en El irlandés, pero mucho más planos, y los actores tampoco contribuyen a sacarlos de los meros estereotipos.
La película está cargada de simbología, que acompaña durante todo el viaje al protagonista hacia su particular Monte del Calvario
(que sería la playa del pequeño pueblo irlandés en el que transcurre la
acción). Las referencias a este “Via Crucis” se consiguen a través de
la constante presencia del poder de la muerte frente a los bienes
terrenales. En este sentido, es muy significativa la irreverente actitud
que uno de los personajes tiene hacia el cuadro Los embajadores,
de Hans Holbein, conocido por su introducción de un crucifijo
semi-oculto y una calavera anamórfica (recordemos que “calvario” y
“calavera” tienen la misma raíz latina). Además, la banda sonora de
Patrick Cassidy (que incluso recuerda de nuevo a la música de Arvo Pärt
utilizada en El club), en contraste con temas folk
americanos, contribuye a que a darle a la película el carácter solemne
de western crepuscular que tiene.