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sábado, 13 de junio de 2015

Sueños de sueños

Autor Antonio Tabucchi, fotografía Ícaro

 

 

 

Sueño de Francisco de Goya y Lucientes, pintor y visionario 

 

 

La noche del primero de mayo de 1820, visitado por uno de sus interminables desvaríos, Francisco de Goya y Lucientes, pintor y visionario, tuvo un sueño.
Soñó que su amante de juventud estaba debajo de un árbol. Era el austero campo de Aragón y el sol estaba en lo alto. Su amante estaba en un columpio y él la mecía de por vida. Ella traía una sombrilla con encajes y reía con risa breve y nerviosa. Luego su amante se tiró al pasto y él fue tras ella para revolcarse. Rodaron por la pendiente de la colina hasta llegar a un muro amarillo. Treparon al muro y vieron a los soldados, iluminados por una farola, fusilar a los hombres. La farola no venía a cuento en aquel soleado paisaje, pero alumbraba tenuemente la escena. Los soldados hicieron fuego y los hombres cayeron formando un charco con su sangre. Francisco de Goya y Lucientes sacó entonces el pincel de pintor que llevaba en la cintura y avanzó blandiéndolo amenazadoramente. Los soldados, como por un encanto, desaparecieron, asustados por aquella aparición. Y en lugar de los soldados apareció un espantoso gigante que devoraba la pierna de un hombre. El pelo lo tenía curtido y la cara lívida, dos hilos de sangre bajaban por las comisuras de su boca y tenía los ojos vendados, pero con todo reía.
—¿Quién eres? —le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El gigante se limpió la boca y dijo: —Soy el monstruo que domina la humanidad, la Historia es mi madre.
Francisco de Goya y Lucientes dio un paso hacia adelante y agitó el pincel. El gigante desapareció y en su lugar apareció una anciana. Era una bruja desdentada, con la piel de pergamino y los ojos amarillos.
—¿Quién eres? —le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.

—Soy la desilusión —dijo la anciana— y domino al mundo, pues todos los sueños de los hombres son breves.
Francisco de Goya y Lucientes dio un paso hacia adelante y agitó el pincel. La anciana desapareció y en su lugar apareció un perro. Era un perro chico enterrado en la arena, su cabeza era lo único que tenía afuera.
—¿Quién eres? —le preguntó Francisco de Goya Lucientes.
El perro estiró con fuerza el cuello y dijo: —Soy la bestia de la desolación y me burlo de tu pene.
Francisco de Goya y Lucientes dio un paso hacia adelante y agitó su pincel. El perro desapareció y en su lugar apareció un hombre. Era un anciano rechoncho, con la cara flácida e infeliz.
—¿Quién eres? —le preguntó Francisco de Goya y Lucientes.
El hombre sonrió cansado y dijo: —Soy Francisco de Goya y Lucientes, contra mí no podrás hacer nada.
Y en ese instante, Francisco de Goya y Lucientes despertó y se vio solo en el lecho.

Autorretrato  Francisco  De Goya


   


Francisco De Goya y Lucientes.

Zaragoza, 1746 - Burdeos, 1828.

Nació pobre y murió pobre. Estudió pintura en Madrid; viajó a Italia, donde visitó Roma y Venecia. En la corte de España conoció favores y desgracias, éxitos galantes y ardientes amarguras. Fue protegido de la duquesa de Alba, a la que inmortalizó en sus cuadros. Lo visitó una esporádica locura. Sus Caprichos, dibujados en 1799, le costaron un proceso ante la Inquisición. Retrató visiones aterradoras, los desastres de la guerra y las desventuras de los hombres.








miércoles, 25 de abril de 2012

Fresas de frases VIII

Fotografía: Hu Ke




-Mamá, hoy no hay nada para comer.
- Eso va muy bien para los ojos – respondía Esterina.
Por esas frecuentes nadas crecieron con los ojos bellísimos, límpidos y brillantes.
Piazza d´Italia. Antonio Tabucchi





Cuando la mujer neurótica se cura, se convierte en mujer. Cuando el hombre neurótico se cura se convierte en artista.

Diarios. Anaïs Nin - cita a Otto Rank-



No es Caín lo malo; lo malo son los cainitas. Y los abelitas.

Prólogo a la segunda edición de Abel Sánchez, Miguel de Unamuno



No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

El libro de los abrazos, Eduardo Galeano


A veces hablabas del amor de un modo que demostraba que se trataba de una experiencia personal. Te veo sentada en el crepúsculo de una tarde de invierno, con los dedos extendidos ante el fuego, contemplándolo fijamente y diciendo: "No, Stephen; no empieza así; no es cuando dos personas se sienten atraídas, sino en el momento en que comprenden que son distintas, tan distintas que resulta terriblemente doloroso, casi insoportable. Es como el polo Norte y el polo Sur. Es imposible estar más alejados, pero al mismo tiempo no puede haber dos puntos más cercanos en la superficie terrestre, porque entre ambos existe un eje y todo gira a su alrededor.

El mundo al atardecer. Cristopher Isherwood