Composición: Christine Von Diepenbroek |
Magreaba su areola con devoción. Con inusitada alevosía.
Y sólo, agua.
Plebiscito de mador.
Manoseaba su pezón golfo como gata que se deshace en la elegía de la complacencia.
Y tan sólo, gotas de sudor.
Ladraba, imploraba que la lluvia se convirtiera en leche. Pero tanto mador desquicia.
Tantas manos, atolondran.
Demasiada parafernalia para una vida tranquila.
Tantas actuaciones que la leche se corta.
Entre las bambalinas de las máscaras, el baile de los difuntos.
El decálogo es un camelo, un cameo, un circus enjabonado en óleos corridos por la farsa.
Magreaba, manoseaba, sobaba su pezón chistera.
Y escondía la mirada perdida donde se encuentra el reflejo del espejo.
Y nada.
Más agua, maldita agua.
Deseaba masticar, deglutar, regurgitar, saciar el calostro que nace cuando la verdad no se ceba, ni se calla.
Más mediasmentiras, más mediasonrisas.
Aquella alcoba a contracorriente.
La música di-mi-su-la-ba.
El traffic disimulaba.
La función guionizada, endemoniadamente artificial extenuaba a la clarividencia.
Su terco y pusilánime "h"oremus.
Al principio se sabía dueña.
Ahora, con el devenir de las lluvias, de la necesidad se entregaba al primer calostro masculino.
Era lo que tocaba. No hay otra.
Y áquel principio de Arquímedes reniega del levitar. Del flotar con los pies en el suelo.
Se entaconaba en cuerpo y alma.
Alisaba, tirabuzoneaba, gozaba del degüelle; turgente función de luces cálidas y arquetipos simplones y a cualquier guiño, jugueteaba con el haces y las heces.
La suite calostro era su templo.
Su refugio.
Su paz.
Y aunque pasaran mil horas, con una bastaba.
Y aunque llegaran mil dulces puñaladas, sólo una queratinaba.
Fruncía el ceño.
Se anquilosaba pero era capaz de ponerse la nariz roja, redonda y cálida. A cualquier precio, a toda costa.
Roma bien vale una misa.
Es cierto, con una función basta. Pero el estilo de vida de cualquier persona, lo marcan sus prioridades, sus necesidades sin duda alguna. Su vocación, su meta.
Y el pezón no deja de ser un ser vivo en un cuerpo doblado, arrugado, trufado y al son de quien lo eriza o adormila. El guión ya no tenía alma.
Como el plástico.
Como el suero.
Como lo que menos importa.
Y la leche como hija del agua y el amor no fermenta hibernando en el teatro de los horrores.
Renace del respeto.
Nace del sinvivir.
Del no pedir para existir.
Sino del dar sin esperar.
Ella podría seguir jugando con barro de cartón piedra, esbozar sonrisas muertas y mirar con el deseo del olvido.
Ella podrá dejar que de sus pechos sólo mane agua, mador, sudor y lágrimas.
Así lo quiso.
Que así sea.
En aquella suite los calostros ya no respiran.
Ya no hay vida. Ni futuro.
Ni tranquila certeza.
Todo es mentira.
Todo.
Las perras también maullan cuando se mienten así mismas.