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Anabela Sequeira |
La piedra a el silencio
Agotada. Acallado.
Amontonada. Amasando.
Arrinconada. Arrullando.
Advirtiendo. Amenazado.
Admirada. Adorado.
Atemporal. Altivo.
Ávida. Ahogado.
Le susurró ella a él, mientras ni la mano, ni una sola letra bailaba coja sobre la pérgola de áquel bosque de nadies:
-Puedes sonreír y seguir vivo. Puedes decir sin abrir el cielo a los sombreros que cubren tus ies, al techo de aquella austera y humilde cantinela sorda. Puedes, deberías cruzar esa seriedad que te envejece, mientras tus rasgos y tú hechizo esculpen ese tallaje de sal como si fueras un sastre en el museo de cera.
Siempre llegas más tarde de lo que crees.
Y él, sumiso, encontrado, maduro, presto. Sin aspavientos e imperceptible, de nuevo, como siempre, no soltó prenda, ni torció palabra. Ni se mordió la lengua, ni apretó su palma contra el muro de su paladar arcángel.
La dejó caer.
Y ella, de nuevo, como siempre, encontró a él donde el recuerdo es un mudo espejo en la senda perdida que nunca encontrará la boca de quien vive caminando sobre nubes de tierra prometida.
El silencio besó a la piedra.
Le llaman, camino....
Nunca llega más tarde de lo que uno cree.
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Anabela Sequeira |