Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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jueves, 29 de noviembre de 2012

Segunda Hybris

 
Fotografía: Cosmin Lucin
 
 
 
 
 
 
(Antes de aquel instante ella albergaba océanos,
abisales dominios donde duerme la noche,
piélagos habitados por seres imposibles,
hidras, rayas, siluros, medusas, hipocampos,
formidables escilas de letal alarido).

Él sondeó las cálidas corrientes en sus sienes,
las venas una a una de aquel cuerpo reciente,
batíscafo de linfas se embriagó en el espasmo
del prodigioso pálpito que por fin la animaba,
al fin viva, al fin viva, al fin estaba viva.

Se sumergió en aquellas plácidas tibiedades
–tan lejos ya la fría blancura de su mármol
inerte a la caricia, desoladoramente
congelada al contacto su pasión de necrófilo–,
recorrió cada playa, descansó en las bahías,
seguro de que cada silencio era el primero,
porque la ley exacta del abismo la saben
los dioses solamente y él era un dios, lo era.

(Y ella sintió perpleja el trasiego en su vientre
sin discernir si el sueño era este o el otro).
Él concibió la fiebre de lo inmutable. Quiso
la obra de su deseo en un ya sempiterno,
perenne todo, todo perpetuamente inmane,
eis aiei, eis aiei, bramaba en su locura.
(Ella experimentó como una aguda ráfaga
el asombro fugaz de saberse a sí misma).

Planeó iluminarla de soles sin ocaso,
la clepsidra acostada sobre el truncado gnomon
habría de sellarlos en lo eterno. Mas dicen
que la palabra Siempre le cercenó los labios.
Qué dolor inefable de metales al rojo
lo atravesó, qué burla saberla tan efímera,
qué desmesura estéril si ella había de rendirse
también a la secuencia que todo lo consume.

Entonces él devino un fragor de blasfemias
contra el cincel y el beso y el hálito de Venus
que a través de su boca descabelladamente
le habían conferido la vida y su contrario.
(Y ella, casa sin puertas, a punto de vigilia
intuyó otro letargo duplicado en sus vísceras).

Aborreció la carne como hubo odiado el mármol,
y en sí mismo el principio que muta las sustancias
y a ella, que no era ella, porque no era perfecta
(ella no tuvo nombre, no se nombra lo Uno).
Y deliró el milagro de otra metamorfosis
–tal era su suplicio, pero él estaba ciego–,
y otra vez Pigmalión la deseó sin vida
porque sólo los muertos pueden ser inmortales,
otra vez solitario demiurgo insatisfecho
otra vez Pigmalión.
 
 
 
Javier Velaza







martes, 20 de noviembre de 2012

Caravana de travestis









Son reinas sin palacios ni limusinas, no tienen más oro que el borde de la copa histéricamente estrellada contra un espejo ni más coraje que algunos infantiles resentimientos. Son reinas sin palacios, ni cortes, ni damas de campo, ni lacayos. La historia no grabará sus nombres en la corteza de los árboles genealógicos. Son reinas ungidas por un genio perverso. Se tienden sobre la playa de una piel desconocida como si descansaran en los fastuosos salones de una Cleopatra engendrada en la promiscuidad de un laboratorio. Ellas mismas pintan sus blasones, tejen sus tapices, erigen en un miserable cuarto su cámara real, distribuyen títulos nobiliarios entre los pasajeros que agitan sus sábanas en noches de olvidable lujuria, arman su corte con los amantes más sumisos y organizan un alucinado ejército con las vergas más enérgicas. Sólo cuando están tristes sueñan con el amor de los pastores y sólo cuando envejecen pierden algo de su desequilibrada dignidad. II Como sombras fugitivas de un aquelarre, como marquesas adúlteras, como enanas malditas de un circo en llamas, como monjas sobrevivientes de una catedral sumergida, como señoras agobiadas por el peso de las esmeraldas, como locas fugadas de la más sórdida dimensión, como niñas precoces en la esgrima del aburrimiento salen voluptuosamente por la noche las reinas. III De sus sótanos envenenados de humedad, de sus casas maternas rompiendo la vulgaridad con sus rarezas, de sus cuarto piso sin ascensor, del apartamento compartido con sus mejores enemigas, de sus áticos ferozmente decorados, del hogar de una abuela que prefiere no ver ni enterarse, salen sigilosamente por la noche las reinas. IV Con sus boquitas pintadas, con un leve temblor en las uñas, con los pantalones amoldados en la exacta redondez de sus culos, con los ojos sutilmente irritados presagiando la proximidad de la lujuria, con los poros listos para la recepción de las caricias más esquivas, con el radar del insomnio alerta para la aventura, salen turísticamente por la noche las reinas. V Enrarecidas, ensortijadas, enloquecidas, enmarañadas. emperifolladas, enserpenteadas, ilusionadas, esperanzadas, acicaladas, endiosadas, agatunadas, auroleadas, irisdiscentes, espléndidas, hechizadas, patrióticas, clandestinas, seductoras, salen sofisticadamente por la noche las reinas. VI Desvencijadas, desmelenadas, desarrapadas, destartaladas, descuajeringadas, descajetadas, desvirtuadas, destempladas, desaliñadas, despelotadas, desinfladas, desheredadas, descariñadas, desalentadas, despintadas, desequilibradas, desmanteladas, desencajadas, despatarradas, desparramadas, desamparadas, descalificadas, regresan por la madrugada las reinas a sus casas. VII En la alta noche, en las calles oscuras, en los baños públicos, entre la fronda de los parques, en los terrenos baldíos, en las atarazanas desiertas, en los bares del insomnio, erigen sus palacios las reinas. VIII Cuando las reinas están solas, se parecen a los gatos, bostezan maullidos. Sus lenguas que sólo desean un único salado sabor enloquecen dentro de sus bocas como ratas en un tambor de cobre caliente. Detrás de sus párpados desfilan cuerpos desnudos que huyeron como peces en la última agitación del orgasmo. Cuando las reinas están solas se extravían en el recuerdo de los hombres que jugaron a no estar. manantial de leche seminífera. Cuando las reinas están solas, Cuando las reinas están solas, subordinadas a la voluptuosidad y a la pereza, se revuelcan en sus sábanas como náufragos en un sueñan maravillas eróticas, siempre superiores a ese no sé qué de mediocre que encuentran en la realidad. Cuando las reinas están solas, se arrojan a los brazos del autoengaño piadoso o se dejan seducir por la tentación del suicidio. Cuando las reinas están solas, tienden un puente desde sus desamparos hasta la entrepierna de un hombre culpable de inocencia, un hombre que no sabe nada ni quiere saber nada acerca de la soledad de las reinas. IX Las reinas se lanzan al amor, como hacia los tobillos del verdugo, clausuran la compuerta del azar y se visten de esperanza como quien se pone un traje de amianto. Saben irremediablemente con la sabiduría de las reinas que el amor arde o dura. No obstante, lo atrapan con la habilidad y la paciencia de las arañas. Tapizan al amor con sofisticadas fantasías y se aferran al descontrol como si fuera un madero. Pero aman. Las reinas aman. Y regalan los territorios de sus inexistentes reinos como si fueran indulgencias a la pobre realidad de sus amantes. Sus piernas son tijeras sin filo que aprisionan la verga ennegrecida del amor. Abren sus bocas como ballenas arponadas. Las reinas saben que el acelerador de la vida, el tubo de oxígeno, el surtidor de energía, fue construido en medio del cuerpo amado. Como monjas revolucionarias se apoderan de esa fortaleza y ofician el ascenso y el descenso de los culos. No ignoran las reinas que en realidad hacer el amor es deshacerlo, convertirlo en factible, condenarlo a los gestos de un agitado suceso, reducirlo a su mínima expresión. Pero las reinas aman y no les importa el delirio que despeina sus modales, porque cuando las reinas aman hasta se olvidan de que son reinas y por eso aman. X Nadie pensaría que están oligofrénicamente solas, que acarician fetiches, que juegan a la muerte, que escuchan sus carcajadas, que se sienten perseguidas por el cobrador de sus antiguos e impagables placeres. Nadie diría que están tristes y lloran. Ellas que sobornan con plumas al porvenir y restauran con cosméticos todos los desgarramientos. Nadie llegaría tan lejos como para descubrir que si no fueran reinas morirían de orfandad. A nadie se le ocurriría pensar que viven monstruosamente desamparadas, perdidas como los niños de los cuentos. En su empecinada actuación de reinas nadie las oyó nunca derribar la frivolidad de sus palacios con un grito y nadie atestigua el terrible llamado a una madre que detrás de la soberbia efectúan de rodillas. Xl (Las reinas ambiguas) Algunas sólo fueron reinas durante las noches. Algunas jugaron a canjear corbatas con el sol y purpurinas con la luna. Intercambiaron montes de venus con pechos viriles como niñas indecisas entre besar a la muñeca o besar al primo. Algunas sólo fueron reinas que llenas de miedo se alzaron en un tembladeral de eyaculaciones tímidas y precoces. Movieron sus culos al compás de vergas subversivas y lenguas descontroladas. Algunas sólo fueron reinas fuera del horario de los bancos, como eunucos disfrazados de falsos jueces sin poder dormir del lado de la calma porque en sus habitaciones nupciales hubo siempre un filo de culpa que presagió la delación, el rechazo o el abandono. Algunas para ser reinas vivieron descuartizadas con un ojo en el deber y otro en el exilio. Reinaron sólo en tierras minadas. Calentaron sus manos en la hornalla de la sospecha. Fueron reinas ambiguas, su debilidad no fue otra que el no poder ser reinas a la luz del día. Con ingenuidad levantaron un largo muro para protegerse de las injurias y de ese muro surgió un ojo que las vigila. XII Las últimas reinas partieron de madrugada como hechiceras perseguidas por la inquisición del progreso. Un bolero amargo acompañó sus taconeos. Con la inconfundible mirada de quienes se saben rechazadas, partieron las últimas reinas. Como patéticas muñecas se alejaron cargando el pesado equipaje de la derrota. Como dinosaurios antediluvianos desaparecieron en la triste línea del horizonte. Ahuyentadas por escandalosas palabras, gay liberation, les gritaron gay liberation. Con delicadísima compostura ellas asumieron el fin de su tiempo de castañuelas. Con pelucas rubias maltratadas por la prisa nadie las salvó del huracán de los arios, ningún marinero les tendió una mano en su naufragio. Su extinguida raza quedará plasmada en los archivos de un siquiatra estudioso de las antiguas formas de la homosexualidad. Partieron aturdidas por la alta fidelidad del sonido electrónico, espantadas por los látigos del tecno-amo, apenadas por la irremediable desaparición de sus ídolos, partieron perdonándose todas sus boas de plumas. XIII (Epitafio) Ellas no están. Se ha cortado el lazo que las retenía majestuosamente y se dispersaron como ciempiesas borrachas. Saltaron en paracaídas sobre los jardines de un hospital para ruiseñores heridos. Ya no están. Abandonaron para siempre esas miserables habitaciones que fueron macumbas para el culto a la Piaf, la Callas, la Sara Montiel, la Greta Garbo, la Marilyn Monroe, la Marlene. Si veían el mundo a través de una fiesta era sólo para defenderse de las púas del traje de la humanidad. Acumulaban con soberana paciencia culpas y castigos. Soñaban con el regreso a un pueblo de accidentadas infancias envueltas en pieles. Eran vanidosas y detestaban la miseria. Los días de lluvia soñaban infaltablemente con el amor y creían que bastaba tener sed para ver brotar las aguas del cariño. Ahora se esforzarán en ser sublimes probándose encajes antiguos. Ahora donde quiera que estén habrán alterado la calma. Tal vez se vuelvan escandalosamente dichosas y alumbren las tinieblas con sus joyas y bailen enloquecidas con la música del viento y entonen la canción del delirio y organicen un desfile provocando con sus carcajadas un estallido en el espacio para que todo el universo repare en ellas y tal vez entonces, sólo entonces, ejecuten un saludo final. XIV (Inventario de los bienes que dejaron las reinas al marcharse) Un espejo enmarcado con desechos de recuerdos, el vano gesto de acariciar a un gato dormido, alguna sofisticada lámpara apoyada sobre un mármol quebrado. Un tapiz donde se encuentran milagrosamente los egipcios con los aztecas, la sumisión incondicional a la efebocracia. Lentejuelas que unen dragones sobre la roja tela de un kimono. Abanicos, claveles. La retórica de la agresión, la temida violencia del rouge, la ironía, una manera de gastar las horas como si fueron descoloridas fichas de un juego sin sentido, las alas de una mariposa azul detrás de un óvalo de vidrio. La afiebrada dedicación al mecenazgo de fieras vagabundas, cierto modo de sonreír y la mirada inconfundible del deseo.


José Sbarra










lunes, 19 de noviembre de 2012

Soledades juntas

Fotografía: Valentyn Odnoviun






"Hubiese preferido
ser huérfano en la muerte,
que me faltaras tú
allá, en lo misterioso,
no aquí, en lo conocido.

Haberme muerto antes
para sentir tu ausencia
en los aires difíciles."



Manuel Altolaguirre











In the mood for love (2000)


Lo intocable no existe más allá de los sueños

 
...





Yo no necesito tiempo
para saber cómo eres:
conocerse es el relámpago.

¿Quién te va a ti a conocer
en lo que callas, o en esas
palabras con que lo callas?

El que te busque en la vida
que estás viviendo, no sabe
mas que alusiones de ti,
pretextos donde te escondes.

Ir siguiéndote hacia atrás
en lo que tú has hecho, antes,
sumar acción con sonrisa,
años con nombres, será
ir perdiéndote. Yo no.

Te conocí en la tormenta.
Te conocí, repentina,
en ese desgarramiento
brutal de tiniebla y luz,
donde se revela el fondo
que escapa al día y la noche.

Te vi, me has visto, y ahora,
desnuda ya del equívoco,
de la historia, del pasado,
tú, amazona en la centella,
palpitante de recién
llegada sin esperarte,
eres tan antigua mía,
te conozco tan de tiempo,
que en tu amor cierro los ojos,
y camino sin errar,
a ciegas, sin pedir nada
a esa luz lenta y segura
con que se conocen letras
y formas y se echan cuentas
y se cree que se ve
quién eres tú, mi invisible.



Pedro Salinas








da

Sbarra, irreverentemente tierno.


José Sbarra



Alguien habrá acercado su mejilla
a una almohada usada por mí para recordar
el roce de mi piel?

Alguien habrá permanecido despierto
hasta la alta noche
para seguir amando con su mirada
mi egoísmo dormido?

Alguien habrá caminado por una calle desierta
de un país lejano murmurando mi nombre
llamándome?

Alguien habrá serenado su corazón
apretando contra su rostro
pequeñas ropas mías?



Alguien habrá preferido mi muerte
antes que verme
en brazos de otra persona?

Alguien habrá gozado
entrando al baño después de mí,
con el vapor,
la temperatura y los perfumes
de mi intimidad?

Alguien habrá deseado caer en el sueño
con mi sexo anclado en su
cuerpo?

O solamente yo
amé de esa manera?

.................................................


BOMBÓN
-poeta y puta-
DIARIO

Me contó su vida en el baño de la Estación Central.
Cuidaba cerdos, y olía a eso, pero se negaba a tocarme. Cogía en una batea con una cerda y le daba asco tocar a un travesti.
Sin embargo, en sus ojos, hubo un margen de curiosidad cuando le mostré las tetas... Y, como que soy la más puta de las poetas, aproveché ese margen.
- Dejame en paz.
- No pretendo alterar tu paz, sólo deseo chuparte la pija.
Llegó a la ciudad en un tren de carga. Vino para triunfar como poeta (de lo cual deduje que su idea de la realidad es un tanto distorsionada). Pero es casi un niño (un niño de campo, se entiende).
- No me gustan los maricas.
- ¿Dónde viste un marica con tetas, bebé?... Soy un travesti.
Su primer amor fue una cerda particularmente mansa: la ponía en una batea y ahí se la cogía. Unas niñas exploradoras completaron su educación sexual. Y yo lo tenía ante mi, recién llegado, casi indefenso.
- Fumate un cigarrillo, me gustan los hombres indiferentes, que fuman mientras les chupo la pija.
Fue monaguillo y niño-dios en el pesebre viviente de su pueblo.
- Toma. Vas a necesitar algo de dinero hasta que triunfes.
- Gracias, me llamo Axel.
- Axel, el Cerdo.
- No, Axel, nada más.
- Para mí sos Axel, el Cerdo. Lo digo cariñosamente.
- Todo hay que entenderlo al revés: sos un hombre, pero sos una mujer, y los insultos son pruebas de cariño.
- Me gustan los chicos que aprenden rápido. Mis amigos me llaman Bombón.
- ¿Bombón?
- Sí, es una cosa que se come. Voy a presentarte a mis amigos.
- ¿Son todos como vos?
- Sí, son todos poetas.
- Me refiero a si...
- Hombres y mujeres normales... podría decirse así. Bueno, ¿somos amigos o no?
- Pero amigos, nada más.
- No soy El-ogro-come-niños.
- Si me preguntan, ¿digo que sos mi amigo o mi amiga?
- Vos no venís del campo, venís de otro planeta.
- Sos muy divertida, Bombón.
- Y vos tenés la risa y la verga más puras que conocí en toda mi poética y puta vida.
\tSus ojos me tomaban fotografías y yo salía muy bella.
- ¿Dónde está tu equipaje?
- No tengo.
- Sí que tenés, Axel, no lo olvides nunca, el equipaje lo llevas entre las piernas.
Desde este diario declaro al baño para caballeros de la Estación Central como Honorable Salón de Poetas.
Lo más increíble no es dónde conocí a Axel, el Cerdo, ni tampoco el hecho de haberlo conocido. Lo más increíble es que mientras escribo mi diario, él está en mi cama, durmiendo desnudo.
Desde cualquier ángulo que la enfoquen, mi vida se ve fascinante.


...................




...



Suicídense
por favor suicídense
por asco por locura
por resentimiento por narcisismo
para no dejarse morir lentamente
por asombro ante la maldad
por asfixia por horror
por soledad
por amor
dentro de lo posible por amor
pero por favor
suicídense.
Y si alguien les pregunta
qué hora es
respondan sin dudarlo
es la hora de suicidarse


.............










.









Fresas de frases XIV




Fotografía: Mehmet Akin







"No hay gente inútil, sólo hay gente perjudicial."

Gorki









"La biblia es para psicopátas."

John Lennon









"Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos."

Eduardo Galeano








"Y el hombre creo a Diox para inventarse a si mismo."


Perro callejero e imperfecto









"Los judíos se cortan el prepucio en honor de Dios, cosa muy consecuente. Los hotentotes son más devotos, se cortan un cojón."

Voltaire












"Ella es el ornamento de su sexo."

Charles Dickens











Raymond Chandler


Diana Sacramento



Cada uno es una novela negra.
El dolor es el crimen y, amar a una mujer,
el detective duro y honrado del relato.
Dormirse fatigado, oyendo a alguien que llora,
necesitar dinero, quedarse sin trabajo,
es la comisaría donde nos interrogan
tan sólo acerca de la soledad.
Y nadie es inocente: tras la puerta
de los ojos se juega hasta la madrugada.
Un amor fracasado es volver a un barrio pobre
y dormir solo en un hotel por horas.
Los recuerdos son huellas digitales
en el lugar del crimen, pruebas falsas,
montajes de corruptos policías.
Somos calles ocultas por la niebla,
escenarios de un thriller.


Joan Margarit





El mundo fue mal




EL MUNDO FUE MAL - OLIVERIO GIRONDO

Por Lemmi
EL MUNDO FUE MAL
OLIVERIO GIRONDO, un retorno a la poesía
Por la Muchachita Alegre y el Niño Bajón

Nuestra sociedad no juna mucho a la poesía. La poesía, junto con el arte en general, aparece como la manifestación caprichosa e inútil de espíritus extraviados que no cuajan con este mundo. Un pasatiempo para entretenernos y pasar el rato. Porque, para este mundo, la vida es algo serio. En este mundo «tenés que trabajar, armar una familia, estudiar». Lo esencial, la razón del existir, está en un proyecto blindado y listo para todos.
Supongo que te acordás, muy a tu pesar, cuando un rayo de lucidez fulminó el plan que te esperaba al nacer. Cuando se abrió un abismo negro a tus pies y caminaste por las paredes tratando de no caer. Y viviste días maravillosos y terribles, perdido en un mundo que había cobrado una profundidad insospechada. Encontraste un libro, un acorde, unas palabras que te quebraron la cabeza y te conectaste con el nervio vital. Sentiste en tu cuerpo la incomodidad, la disonancia entre lo que te esperaba y lo que ansiabas. Supiste que el mundo fue mal.
Pero no duró. Aceptaste que quien había ido mal no era el mundo, sino vos. Te resignaste y colocaste tus anteojeras de caballo y todo volvió a empezar. La familia, el colegio, la universidad, el trabajo, el necesitar guita, el celular nuevo y otro más nuevo, y otro más aún…
Y ahí mismo es donde Girondo patea todo tu tablero. Su poesía es un antídoto contra el tedio y el hastío que inundaron como un caldo denso y viscoso el cauce de tus días. Te tuerce, te abre, te incomoda aún más y no te deja quedarte quieto. Nunca volvés a ser el mismo después de leerlo. Una agresividad vital brota de las páginas de sus libros agitando e incitando, a las células rebeldes que aún te quedan en pie, a realizar el motín y tomar el control de tu cuerpo anestesiado para pegar saltos en la noche y patear las estrellas. Ya no sabés adónde vas ni por qué vas; dónde estás ni por qué estás. Su poesía te invita a combatir la normalidad que anhela seguridad y confort. Girondo se te presenta hoy como un aliado íntimo y actual.



ESPANTAPÁJAROS - 19
Oliverio Girondo


¿Que las poleas ya no se contentan con devorar millares y millares de dedos meñiques? ¿Que las máquinas de coser amenazan zurcirnos hasta los menores intersticios? ¿Que la depravación de las esferas terminará por degradar a la geometría?
Es bastante intranquilizador —sin duda alguna— comprobar que no existe ni una hectárea sobre la superficie de la tierra que no encubra cuatro docenas de cadáveres; pero de allí a considerarse una simple carnaza de microbios... a no concebir otra aspiración que la de recibirse de calavera...
Lo cotidiano podrá ser una manifestación modesta de lo absurdo, pero aunque Dios —reencarnado en algún sacamuelas— nos obligara a localizar todas nuestras esperanzas en los escarbadientes, la vida no dejaría de ser, por eso, una verdadera maravilla.
¿Qué nos importa que los cadáveres se descompongan con mucha más facilidad que los automóviles? ¿Qué nos importa que familias enteras —¡llenas de señoritas!— fallezcan por su excesivo amor a los hongos silvestres?...
El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones ¿no justificaría que nos pasáramos los días aplaudiendo a la vida y a nosotros mismos? ¿Y no basta con abrir los ojos y mirar, para convencerse que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?
Cuando se tienen los nervios bien templados, el espectáculo más insignificante —una mujer que se detiene, un perro que husmea una pared— resulta algo tan inefable... es tal el cúmulo de coincidencias, de circunstancias que se requieren —por ejemplo— para que dos moscas aterricen y se reproduzcan sobre una calva, que se necesita una impermeabilidad de cocodrilo para no sufrir, al comprobarlo, un verdadero síncope de admiración.
De ahí ese amor, esa gratitud enorme que siento por la vida, esas ganas de lamerla constantemente, esos ímpetus de prosternación ante cualquier cosa... ante las estatuas ecuestres, ante los tachos de basura...
De ahí ese optimismo de pelota de goma que me hace reír, a carcajadas, del esqueleto de las bicicletas, de los ataques al hígado de los limones; esa alegría que me incita a rebotar en todas las fachadas, en todas las ideas, a salir corriendo —desnudo!— por los alrededores para hacerles cosquillas a los gasómetros... a los cementerios....
Días, semanas enteras, en que no logra intranquilizarme ni la sospecha de que a las mujeres les pueda nacer un taxímetro entre los senos.
Momentos de tal fervor, de tal entusiasmo, que me lo encuentro a Dios en todas partes, al doblar las esquinas, en los cajones de las mesas de luz, entre las hojas de los libros y en que, a pesar de los esfuerzos que hago por contenerme, tengo que arrodillarme en medio de la calle, para gritar con una voz virgen y
Por Lemmi








ancestral:
“¡Viva el esperma... aunque yo perezca!”

 

lunes, 12 de noviembre de 2012

La quiosquera

Fotografïa: Dominic Byrne






Allí, arriba, en lo alto de mi calle trabaja la quiosquera.

Abre de madrugada y cierra al anochecer, se pasa el día en el quiosco y trabaja tanto si llueve, haga sol, frío o calor. A veces la he visto sola y otras con su hijo de unos diez años quien la ayuda siempre que sale de la escuela, estudia, hace deberes y hace vida en el quiosco con su madre. A veces, obligado por ella cruza la calle para irse a jugar al parque de enfrente. Cuando paso a comprar algo, observo su piel morena, lisa y tersa, curtida por el sol desde el inicio de su vida, la luz del sol la adora. Siempre mantiene el moreno en su piel y ni tan siquiera el mismo invierno logra aclararla. Posee un rostro de facciones salvajes como una bella indígena guerrera, su mirada es triste pero tierna a la vez, entonces en mi imaginación, le construyo un pasado, su historia:

"De pequeña siempre fue una niña feliz, sus padres le dieron una educación estricta pero cariñosa y pronto empezó a cuidar de sus hermanos pequeños. Vivían humildemente y así aprendió a valorar lo poco que tenía, le daba tanto valor que se creía rica.
Creció y maduró en todos los sentidos y muy pronto se convirtió en mujer. A los chicos los enamoraba con facilidad y su espíritu atrevido, vivaracho y aventurero la llevó pronto a perder la virginidad. Así que a los quince años quedó encinta y fue madre a los dieciséis.


Se casó pues con el padre del bebé.


Demasiada presión para unos padres tan jóvenes. Ambos dejaron de estudiar, ella para criar al pequeño y él para buscarse un trabajo y mantener a su família.


El dinero escaseaba en el barrio marginal donde vivían, además de la pobreza del país. Empezaron a discutir a menudo, los familiares ayudaban como podían pero no era suficiente. El joven padre se sentía culpable y se refugió en una espiral de drogas y alcohol y fue entonces cuando empezó a descontrolar. Un día al llegar a casa completamente borracho discutieron durante largo rato, el padre perdió el control y levantó la mano a su mujer y a su hijo. Creyéndoles los culpables de su propia pena decidió matarlos. En defensa propia ella lo mató antes.
Tras el incidente se la llevaron presa y estuvo entre rejas durante unos años hasta que la consideraron inocente.
En cuanto pudo, lo primero que hizo fue escapar del país y de su propio pasado para empezar una nueva vida.
Trabajó en lo que encontró: repartiendo publicidad, cuidando de niños y ancianos, de cajera... Tenía mil y un trabajos de lunes a domingo. Encontró una habitación en un piso compartido y allí vivió hasta que consiguió ahorrar y ahorrar sin malgastar ni un sol
o céntimo, sólo lo gastaba para enviar dinero a sus padres para que a ellos y a su hijo no les faltara de nada.

Unos años después compró el quiosco y así nació su propio negocio, con el tiempo pudo traer al fin a su hijo y empezar una nueva vida juntos."

Ahora a la quiosquera no le gustan los hombres, sólo las mujeres. Cuando una mujer le gusta la mira sin disimulo, los ojos le brillan, su rostro y sus labios se ruborizan y se arrebolan sus mejillas, se vuelve muy hermosa. Su espíritu sexual, atrevido e instintivo aflora por los poros de su piel.

Ahora la quiosquera sonríe. Cuando su semblante está serio hace adivinar un pasado duro y violento, en cambio, su mirada un futuro feliz y prometedor.





http://ariadnaescortcatalana.blogspot.com.es/




Ps.: A Jenny le gustan más las q's que las Kas.









En el principio


Fotografía: Ron Coulter




Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.


Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.


Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios para desgarrármelos,
me queda la palabra.



Blas de Otero






La reina Margot (1994)


Hocico



Fotografía: Chris Kaddas



Debería callarme el hocico
y evitar las calles adyacentes
 
Voy exhibiendo la cabeza rota,
los agujeros de los pantalones,
el corazón que por barroca vanidad
espero que algún día sea trasplantado
a un negro de sudáfrica.
Debería callarme el hocico
y escribir solamente en los retretes
alumbrado por fósforos,
hacer grandes graffiti con carbón
y terminarlos con la punta de la nariz.
 
Yo nací en un mundo tan solemne,
tan lleno de conmemoraciones cívicas,
estatuas,
vidas de héroes y santos,
poetas de altísimas metáforas
y oradores locales;
en la ciudad que tiene siempre puesta
la máscara de jade y de turquesa,
y como ahí nací
debería callarme el hocico
y pintar solamente en los retretes.


Hugo Gutiérrez Vega








domingo, 4 de noviembre de 2012

Eve


A la niña de mis ojos. Al tercer perfume. Al hueso del melocotón.

París, capital Londres.




Andy Prokh






Eve
(Vida y mujer en hebreo, y en inglés, víspera)

                           A Mercedes, por el hilo que la une al secreto

Porque hiciste mi gesto eterno supe
que eras la muerte: porque ella sólo podía
amarme si no había
                        hombres para mí, vivos:
       sólo ella podía amarme:
                                   y supe también que tú eras
la muerte, y que me amabas.

El rostro de la Humanidad era
para mí el de nadie: como para ella,
       como para ti: eres negra y no quieres
nada de lo que vive y no sabe
hasta morir que te desea.
                                         Y vi a través de ti, cómo surgían
     y surgen cabezas de la tierra helada:
     cabezas, yelmos, corazas, espadas
     es el fruto que cosecha la tierra en este a ño
     que tanto recuerda al Último, al siguiente,
y me amaste porque yo lo veía, porque
     veía crecer ya en el huerto el fruto
monstruoso que incorporaba en sí
     todo dolor e injusticia y desastre

     y me dijiste: «He aquí mi primer hijo
     yo que nada sabía del ridículo gesto
     de nacer» y agregaste:
     «Este reirá de todo,
     y lo encenagará todo con
        el veneno de su risa mortal:
                                                       cuando no haya nadie
        que recuerde cómo se reía, este reirá»
                          Y te reíste de mí, como mi madre
al ver que yo había nacido de ella.
                                                            Tan inmenso
era el frío en las ciudades
que algunos sabían que no era locura
ni es, creer que caerán sobre mí

o seré yo el que caiga al morir sobre tu cuerpo.

           Pero en el frío crecían
seguían creciendo -la peor de las alfombras de césped
los huesos y la carne de los soldados
      que crecían sobre la tierra helada. Y me dijiste
      «ellos no tendrán miedo, porque están
      muertos, lo mismo que tú que me amas,
                                                                         a mí que soy negra
 como la vida e hice una piedra de tu gesto»
      Y los muertos brotaban sobre la tierra húmeda
      -cabezas, yelmos, corazas y espadas
      porque la Muerte se había hecho vida.

                                                                  Y pregunté
     -te pregunté entonces-: «Será mi alma buen
                                           alimento para perros?»

                                       Y contestaste: «no esperes
      que ella sirva para otra cosa: aquella
                                                                 fue creada
      y pensada lo mismo que tu cuerpo y huesos para
          nutrición de los perros finales -lo mismo
      que tu palabra. «Y ¿nada he de esperar?» «Nada»
             Y vi como espadas y corazas y yelmos
surgían sobre el campo más yermo.
             Y me olvidé.
"Narciso en el acorde último de las flautas" 1979


Leopoldo María Panero