Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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sábado, 18 de abril de 2015

La mamá y la puta (1973)








Si el Mayo francés del 68 supuso una revaloración del concepto de utopía, su posterior fracaso arrastró a una generación hacia el nihilismo y la decepción. Eustache nos muestra este sentimiento a través de tres personajes de distinta condición, que sólo tienen en común una cosa: el dolor. Y este dolor se nos muestra con toda su sinceridad, sin trampas, sin enfatizar, dejándonos a solas con él, mirándolo a la cara con todo su desgarro. Los personajes son tremendamente locuaces, pero también saben escuchar, y escuchan en silencio, interiorizando cada frase, cada monólogo, y haciendo suyo el sentimiento que impregna el celuloide.

La película parece comenzar retratando el estado de ánimo de esa generación devastada por la ilusión maltrecha, pero llega mucho más allá, hasta el fondo de la condición humana, revelándonos la complejidad que cada persona esconde detrás de su frivolidad. El protagonista, un burgués cínico, egoísta y caprichoso (y cansado, sobre todo cansado, de vuelta de todo), va desnudándose poco a poco, dejando caer sus máscaras para que veamos la desesperación que en el fondo le corroe.


La narración es austera, en una acción casi inexistente a lo largo de sus casi cuatro horas plagadas de diálogos maravillosos y escenas antológicas. Cada plano corre el riesgo de un salto al vacío, pero llega a su destino indemne, sin una magulladura, fortalecido por una naturalidad que invade la cinta de principio a fin. La ausencia de música extradiegética contribuye a crear esa atmósfera opresiva, agónica y asfixiante, pero esto no es provocado mediante trucos formales, sino a través de un verismo que llega al alma de los personajes y del espectador.






La mamá y la puta es un film crepuscular, apocalíptico, que retrata el fin del Mayo del 68, el fin de la Nouvelle Vague y, en definitiva, el fin del mundo. Tiene la pasión del mejor Truffaut y la inteligencia de Rohmer y, de esto no cabe duda, resulta bellísima de principio a fin, intachable y veraz en su retrato del sufrimiento y la impotencia.





viernes, 15 de marzo de 2013

Biografía anónima

Fotografía: Edmondo Senatore


Soy un oscuro ciudadano
abandonado en medio de las calles
por el cuchillo sin pan del mediodía, 
despojado y marchito
como el reloj de las iglesias, 
sin otro oficio que vagar entre disfraces.

Soy el familiar venido a menos, 
enraizado a las tabernas
y a la complicidad del bandolero. 
Mi voz naufraga en los cristales de las tiendas, 
y he perdido la vista en los periódicos, 
pero tengo los pies bien puestos sobre la tierra
y una almohada que vuela por los hospitales
y por los dormitorios del oscuro hogar de nadie. 
Tengo una celda amable en las comisarías, 
y suelo bailar a hurtadillas bajo la noche
con mi camisa blanca
y mi corbata deshojada.

Soy un oscuro ciudadano
extraviado por el mundo: 
voy cogiendo colillas de cigarros, 
y canto en los tranvías, 
y me peino hacia atrás, valientemente, 
para mostrar mi noble frente anónima
en los baños públicos y en los circos de mi barrio.

Soy un oscuro habitante; no soy nadie; 
en nada me distingo de algún otro ciudadano; 
tengo abuelas y parientes que se han ido
y una espalda ancha que socava
la pared amiga de las cervecerías.

Soy una ola entre todas las olas, 
una ola que se levanta 
a las seis de la mañana
porque ya no puede
oler el polvo de su casa, 
una ola que se alza, alborozada
hacia las playas
para un retorno interminable al centro de las cosas
donde las olas todas
se empujan mutuamente
estériles y solas.

Porque yo no soy digno de mi semen, 
Señor, yo no soy nadie; 
estoy en medio de las calles
girando como un organillero
con mi camisa gastada, inamovible, 
mirándome la punta del zapato
por si alguien quiere darme
una moneda que no quiero, 
aunque nadie me ha visto pasar
esta tarde ni nunca, 
porque nunca soy alguien, 
ni siquiera un oscuro ciudadano
resucitado por el hambre.

Mi voz ha muerto en los cristales de las tiendas, 
y tengo una espuma de mar aquí en la boca, ebrio, 
porque soy una ola entre todas las olas, 
que viene a morir en esta arena de miseria
decentemente con su traje de franela
y su ciega corbata
como buen hombre que era.

Fui un oscuro ciudadano, 
Señor, no lo divulgues, 
cesante, ¡sí! 
Hasta aquí llegó la vida, 
pero recuerda al fin: 
yo nunca pedí nada
porque tuve camisa blanca.




Armando Rubio Huidobro