Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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martes, 25 de agosto de 2015

In Situ




Ícaro




Sailors fighting in the dance hall
Oh man! Look at those cavemen go
It's the freakiest show





*Todas las fotografías son tomadas por Ícaro, excepto una.



*
Tanto soñó con el sol, tanto... que olvido los árboles.



Tanto soñó con la luna, tanto... que olvido las sombras.



Tanto soñó con las nubes, tanto... que olvido el cielo.



Tanto soñó con la luz, tanto... que olvido el azul.



Tanto soñó con el tiempo, que olvido la arena.



Tanto soñó con la veleta, que olvido el barro.



Tanto soñó con la tez, que olvido el hueso.


Tanto soño con el vil, que olvido la lid.


Tanto monta olvido.



Olvido tanto, que el reloj se desmorona.



Tanto olvido, tanto... que soñó con despertar y un tul siguió roncando.



Tanto tiempo, tanto... que soñó despierta.



Tanto quid, tanto... que soñó sin alba, ni almohada.



Tanto quo, tanto... que soñó de espaldas.



Tanto tiempo, tanto... que despertó bocabajo.



Tanto mecer, tanto... que se meció al brillo, la humildad y la sien.



Tanto mesar, tanto... que se torció la hebra, la hiedra y el laurel.



Tanto esperar, tanto... que se cansó la sonrisa y cayeron, gachas, rendidas las pestañas.



Tanto darse la mano, tanto... que los dedos fueron tomados por las huestes.



Tanto doblar la mano, tanto... que se mesa con el peine de púas férreas.



Tanto dormir despiertos... tanto, que despertamos solos.



Allá, dónde los sueños mueren la vida.



Tanto, que nada es todo.





los nueve primeros "olvido" originalmente eran "olvidó"
 al gusto. La rescato del baúl del olvido. Tiene gracia.
A vuelapluma este par de años han sido dos décadas.
Y un nuevo mundo. Hermoso donde los haya. 
Puro, luchador, corajudo y honesto. Gracias a tu mirada, a tus manos que me ven y sienten tal cual.
La humildad, maravillosa dama.




 
  














Belén B.







                                             



Aquella vieja bicicleta en el desierto de la sonrisa siempre llega donde los pies vuelan y las manos no deberían saber, tan solo a ciegas. Conocer, crecer tras la siguiente pedalada.

Aquella vieja sonrisa, es hoy, ahora.... un tanto quiero, tanto debo, tanto puedo.

Gracias de corazón, es tuyo.

Mis latidos....

Once in a blue moon o de higos a brevas, al gusto

Prometeo bajo las garras del águila. Rubens y Snyders. Museo de Philadelphia






Que no es lo mismo que de brevas a higos.

La primera dura ocho meses, ésta última cuatro.

Se acerca la vendimia.

Prometeo es un derrochador quebrantahuesos.

Hojalata Queen. Cartónpiedra Prince.

Drop by drop.

Y las garras romas, paticortas son.

Su casa es la de todos y todos los que entran.. su familia filantrópica..

La auténtica. La bienquerida. Labienpagá. Obras son amores. Que suene, que suene... como el río. Cuando no acalla, traga. Por doquier.

¿La sangre...? A la despensa.

Y la matanza una mascarilla de cuatro libras, una hogaza de pa negre y un plato de sopa boba. Un miro pallá que acá la hierba crece alta y a borbotones. Qué bonito es el amor. Qué grandes los cajones vacíos y el fondo de armario... Que lujazo de apariencia y que culta es la necedad. Una Odisea con sombrerito de ala ancha. Antes el vil que ná. Ahora albas en jirones....

¿Hambre?

Nunca tendré. Aunque me coma mi propio corazón.

Como O'Hara. Mi tierra es mi Castilllo, mis hechos la llave maestra y la profundidad de la vía Láctea el via Crucis de los coétanos y el colágeno a diestro.

Once in a blue moon o de higos a brevas, al gusto.

Esta perra madrugá es una chicharra indolente. Pudiente. Saboría y resabía.

Canalla y canina. Golfa y serenata. Sin adaggios ni corcheas.

Juguetea con los relojes de arena como si de pulseras en sus cabellos se trenzaran la malaidea de la malasobra.

Al gusto le salen canas y a las ganas, lorzas.

Laia vivía en una buhardilla.

En Via Napo Torriani. Al otro lado de la plaza de San Camillo de Lellis. El último ventanuco, la última vela de cada noche eran su soplo, su fe. También sin acento. La fe y ella lo perdieron todo en el país Costumbre.

La contemplaba cada noche hasta que la vela se cansaba y se dormía.Unas, antes ella... otras... antes yo. Pero nunca a la vez. Doseles inocentes...ingenuos.

Se quedaba la cristalera triste, de par en par. Exhausta, non.

Y luego el silencio.

Sólo las jaulas y las peceras... solas las alas y las aletas....

...cual voyeur adicto.

Cual funambulista retorcido y ebrío de vacío.

Como un sin techo pero con todas las estrellas chimenea para huir a aquel oasis celestial del hoy, del ahora.

Cada noche mi último suspiro era para con áquel ventanuco.

Pero...

Del cuento al entuerto.

Del huerto al mantel.

Del plato a la boca.

Del paladar a la fuente.

Y su maná, la inspiración.

Pero se secó de trivialidad, de egoísmo.

Snif. Fins.





The Egg. David Rabinowitz


...Aquella noche la llama de la vela se rizó junto al espejo que iluminaba los pocos metros que separaban su ventana con la mía. Como James y su ventana indiscreta....

Ni había lunas rotas, ni gatas callejeras.

Ni siquiera el sonido de aquella fuente seca, ronca despistaba la concentración. La respiración, mojada.. empapada.

O las pisadas y correrías de los últimos perdidos noctámbulos. Perdidas. Invisibles. Silenciosas.

El mutismo lo inmaculaba absolutamente todo.

Y cómo un imán de carne y hueso...

Se asomó.

Me vió.

Y seria, embobada en sus rituales y rutinas las abrió de par en par.

Y asintió, miró hacia otro lado. Hacia abajo. Buscaba en la plaza el coletero con el que los gatos hacen ovillos....

Me dió su espalda.

Y se subió, imagino, que a una silla coja....o al baúl express.... o la caja china. O al camastro Citizen.

Laia jugaba con el dobladillo del setenta y nueve. Y se lavaba la cara durante cuarenta minutos o cuatro horas. Ni uno más. Ni una menos. Una y otra noche purificaba, disciplinadamente, cada poro de su piel y cada vestigio de tez muerta. Se cortaba las uñas tanto que las yemas se batían en duelo. Y preparaba el sudario del día después.

Se tintaba las canas de arcoiris y colutorios. Se frotaba las pestañas. Y uncía sus párpados de cantos de Sirena locuela y codiciosa con unas cañas y algún que otro margarita. Se peinaba con las manos y se aceitaba con los nudillos. No dejaba de mirarse, remirarse y camuflarse. Siempre era lo mismo. Mismo, lo era.

Las cejas. Las varices. Las lorzas. De perfil. De canto. A horcajadas. Cualquier ángulo y perspectiva eran psicosómaticas de aquello que no pretendía ser pero que inequívocamente ya formaban parte de su existencia. De su cuerpo, de su alma. Su vida. Entera. Plena. Sin excusas. Rotunda. Apagándose.

Se maquillaba las aureolas y las estrías. Curtida en mil escenarios. El papel se lo sabía endemoniada y remetadamente de carrerilla. Como Emma Stone con el pájaro loco de Batman... Es más, embutida en la función, a veces confundía realmente quién era o quién dejaba de ser para no estar y pa(e)recer.

Cacareaba esa pegajosa mostaza de miel a cada imperfección que el encuadre la disimulaba. Y hurgaba en variopintas vicisitudes para aparentar lo que nunca sería. Ya era hija de la otra y madre del espanto. Lo sabía. Y asumió el circo como vodevil o... bodegón. Las uvas de la ira.

Iba para los treinta y tantosmuchos y se disfrazaba de jabón varias veces al día. De pompas todas las noches. Se cepillaba la lengua con el hilo dental y adoraba las cajas de música hueca. Cantos de trino. Amasijo de puñetas y cebollas. Guardaba los pétalos de plástico. Las fechas invisibles del misterio. Los cumplemeses y la cuarentena. Se pertrechaba en una almohadilla y era capaz de asomarse sin ser vista y sonreía ante el diezmo de la bula.

Coleccionaba lo irreconocible.

Pernoctaba en las entrañas de peticiones y repeticiones. Echoes.

Contorsionaba con los sentimientos y creía ser cuando no estaba. Era, sorda. Estaba, ciega.

Alistaba besos aleatorios, abrazos de hormigas y arreones de jumentos. De cualesquiera que mercadeara con sus metas. Convirtió lo hermoso en pusilánime y lo sagrado en indigno.

Indigna de sí misma. Se traicionaba una y otra vez y jugaba con los espejos a no encontrar jamás aquella niña que dentro de sí se perdió donde Fauno canta nanas de saldo. Dos por uno. Tres por dos.

Había entramado un papel para su entorno. Un esquivo y acuciante rastro. Un relicario de los cantos de un duro. Una filigrana coraza, máscara de los vampiros del alma.

Laia aquella noche, la última, ya dejaría de ser lo que no quería ser.

Como ésta. Como cientos de ellas. De las de antes y de las que vendrán.

Ya no quería llamarse Laia. Ni estar con Hermes. Ni en los aquelarres. Ni en los festines de los monos. Ni en el rictus de la apariencia, ni en la grasa de la codicia.

Ella seguía acudiendo a las fiestas de Bogart's y hacia yogurt con el hastío.

Cuajada dimisulada.

Y picoteando donde Maquiavelo saca punta y corchos, al fin.

Desde esta noche se llamaría Penélope.

Cerró la luz de su buhardilla.

Corrió las cortinas caladas.

Ya no volvería a ver su rostro.

Tampoco lo añoraba.

Un jamás en los jamases.

Se había difuminado en la ausencia del olvido.

En la oscuridad de la luz.

En la trituradora del cortauñas.

En los potes de rastrillo y en los zapatos de un underground.

Comprendí tras áquel brusco y forzado gesto, que la función había finiquitado lo que quedó de vida en el recuerdo.

Y desde ese momento todo fue perdiéndose en la gula de la desmemoria.

Ha pasado un más que largo año desde que aquella ventana cerrara su función.

Ahora solo es un motel de carretera comarcal olvidada y perdida.

Un recuerdo sin marco.

Una foto de color sepia.

Una sinrazón que de espiral tuvo lo que el tirabuzón de caracol.

Nada.








Once in a blue moon o de higos a brevas.

Descubrí con ella la mortadela.

Y tras áquel ventanuco.

El pan.

Negro, duro y piedras.

Ahora...

Si lo untas se estremece y si lo tuestas se resquebraja. Natural: incomible.

Pasaron dos veranos.

Y la sal está más dulce.

El sol más luna que nunca.

La verdad más extraña que de costumbre.

El amor más dentro de lo que pudiera imaginar.

La salud terca y la alegría en cinta.

Aunque lo mejor es que los vasos están llenos de agua.

Ahora el Norte y el Sur, son felices.

Crecen bajo la sombra de un gran roble.

Y la cepa, inefablemente sana, firme, llena de plenitud.

Llega la vendimia.

Y la vid.... vida, ya es.

Por fin con estrs brevas al gusto los higos son el fruto deseado.

Tomas su piel, los entreabres, los aromas, los besas y todo el fulgor te posee de naturalidad, realidad y alegría.

Era con nada, con casi nada.

Es todo. El todo.

Al gusto.




 






                                                                              I been down, I been defeated
                                                                       You're the message I was heeding
                                                                       Would you stay, 
                                                                       Would you stay the night? 











Peek-a-Boo. David Rabinowitz













See a Devil. David Rabinowitz

Hipotenusa




Ícaro








Cuando reparé en ello, recobré el orgullo suficiente para alzar la vista y echar una ojeada a mi alrededor. Todo había adquirido una luz distinta.

Repasé la historia de mi caída y encontré en ella circunstancias que antes, empeñado en la autoflagelación, había pasado por alto. Miré a la cara de quienes me acusaban y vi cómo sus ojos esquivaban los míos. No eran más, ni mejores que yo. Comprendí por qué me había hundido en aquella sima deplorable: porque cuando esos otros me habían negado el perdón, yo había acatado su condena, considerándome inferior a ellos. Pero nada me obligaba a someterme a su venganza. Al entregarse a ella, eran ellos quienes proclamaban su incompetencia para juzgarme, que me autorizaba a recusarlos y a dictar, por mí y ante mí, mi propia absolución. Y con ella, mi puesta en libertad y mi regreso al mundo del que había sido expulsado.

Y eso fue lo que hice.

Me sacudí el fraile penitente y me encaré al inquisidor, dispuesto a echarlos a patadas. Naturalmente, lo que no pude, ni pretendí, fue negar la realidad. No sustituí el recuerdo de mis errores por una historia dulcificada en la que mi actuación fuera modélica. Pero tampoco permití que el alegato del fiscal estableciera la verdad a la que la posteridad, y sobre todo en lo que a mi me tocaba, hubiera de atenerse. Lo eché abajo en todo lo que pude: no sólo en aquello que era falso, sino también en aquello que afirmaba sin pruebas o que podía poner en duda, con fundamento o sin él. Otros muchos reproches, que en su día había dado por válidos, los rechacé sin más. No estaba dispuesto a consentir que se me afeara lo que yo no juzgaba ilícito. Y no tuve mayores escrúpulos en procurarme cualquier ventaja que me permitiera mejorar mi situación; lo único que me prohibí fue perjudicar a otros para conseguirlo.

Del mismo modo que no podía borrar todas mis culpas, tampoco podía negar la magnitud de la pérdida que había sufrido, a la que se sumaba un agravio que ahora se mostraba a mis ojos con una nitidez hasta entonces desconocida, y que no podía dejar de resultarme especialmente doloroso. Porque al recapitular la historia comprobaba que no era el único que había violado las reglas, ni siquiera el que las había violado más gravemente, y sin embargo sobre nadie había caído el peso del castigo como había caído sobre mí. Y todo, porque yo había resultado ser el más desprotegido.

Pero comprendí que lo último que debía hacer era entonar una queja del tipo "no me lo merezco, qué injusticia han cometido conmigo y qué infortunado soy".

La pérdida, como la culpa, nos atormenta cuando no somos capaces de aceptarla como algo natural, justificado, incluso necesario. La defensa contra la culpa no es querer ser inocente a todo trance, sino admitir los errores cometidos y a partir de ahí procurarse el perdón, el ajeno si es posible y si no, y en todo caso, el propio. La defensa contra la pérdida no es empeñarse en demostrar que no la merecemos.

Todo lo contrario.

Sigo creyendo, no puedo ocultártelo, que hay pérdidas que no merecí. Fueron demasiado grandes y se me impusieron con artes que nunca podré considerar legítimas. Pero, respecto de la mayoría acabé aceptando que no sólo merecía, sino que necesitaba sufrirlas, aunque en ese mismo momento ni yo mismo fuera consciente de ello. Desde entonces, sobre todo en mis relaciones con otras personas, parto de esta premisa: tenemos lo que merecemos tener, y perdemos lo que merecemos perder. Porque sólo merecemos tener lo que necesitamos, y cuando necesitamos algo sabemos cuidarlo y no lo perdemos. Y merecemos perder lo que no necesitamos, y cuando no necesitamos algo no sabemos cuidarlo y dejamos de tenerlo. No sólo resulta lógico, sino que admitirlo así sirve para estar en paz con uno mismo, responsabilizarse de la propia vida y no convertirse en uno de esos pelmas que van por ahí cargando en la cuenta de los demás sus propios fracasos.

Me sobrepuse a mis culpas, acepté mis quebrantos. Dejé de ser mi víctima y mi torturador. Los arrojé, a los dos, lejos de mí. Así me puse en pie. Y regresé. Pero como Teresa después de su absolución, ya no era el mismo. Me había convertido en alguien más desconfiado, quizás más malicioso, seguramente más triste. Desde luego, no puedo decir que hubiera recobrado la felicidad. La moraleja de mi historia no es que al final siempre sale el sol, se marchan las nubes y uno vive y baila de nuevo bajo un hermoso cielo azul. Lo que mi pequeño drama personal me enseñó fue, creo, algo mucho más útil: que se puede vivir, y también bailar, bajo la lluvia y bajo el frío, sin paraguas, sin impermeable y hasta sin zapatos, siempre que uno sepa encontrar dentro de sí la resolución de salir adelante. 





Extracto de una parte de la confesión que recibe Theresa de el Inquisidor.




El blog del inquisidor. Lorenzo Silva.









La palabra y la promesa

Dedicadas a Aitor, con todo el amor de mi alma para tu gran sonrisa





Ana Rubio 


Ana Rubio




Una sola será mi lucha 


Y mi triunfo; 


Encontrar la palabra escondida 


aquella vez de nuestro pacto secreto 


a pocos días de terminar la infancia. 


Debes recordar 


dónde la guardaste 


Debiste pronunciarla siquiera una vez... 


Ya la habría encontrado 


Pero tienes razón ese era el pacto. 


Mira cómo está mi casa, desarmada. 


Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza. 


Y mi huerto, forado permanente 


Y mis libros cómo mi huerto, 


Hojeado hasta el deshilache 


Sin dar con la palabra. 


Se termina la búsqueda y el tiempo. 


Vencida y condenada 


Por no hallar la palabra que escondiste.



Stella Díaz Varín









No te preocupes 


Querido niño ávido 

Tendrás tu perro azul 

Te lo prometo 

Siempre que lo fabriquen. 

Además 

Te prometo un puro tiempo 

para lanzar anillos de por vida 

En la cercana sombra de los parques.



Stella Díaz Varín

Oasis (2002)












martes, 11 de agosto de 2015

Santes Creus: comfortably numb


Ícaro


 

 
Ícaro





Ícaro

Ícaro

Ícaro



Ícaro

Ícaro

Ícaro



Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro





Ícaro





Ícaro

Ícaro






Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro








Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro


Ícaro

Ícaro

Ícaro

Ícaro


Ícaro

Ícaro