Dedicado a Oscar Wilde, al Gran Claustre, a la puta sinceridad, a la hoguera de las vanidades, al lamento antes de la horca y al Cinema paradiso de todo lo que de un plumazo se eva-de y enterrará en la sinopsis de un cadáver maloliente. El mío. Ningún problema, el títere de mi percha lleva meses entre el martirio, la crucifixión y el más sugerente de los olvidos. Que (n)os follen a todos, es sano. Sanísimo. La sopa de fideos se sorbe y succiona mientras los pómulos ante ese estruendo cochinísimo abdica. Queeeeema, la perra. Ehyyy. Ya no hay reinas, ni nueve, ni ninguna. Ni reinos de paja. Ni esperanza en terreno neutral. Como cantaría abbracadabra, Waterloo. Todo es mentira y a la crisis no le queda ni la última moneda de madera. Las crisis no son existenciales, son quiméricas y ordenadamente alfanúmericas. Las posesiones son la mayor tragedia de los adoradores de pies de barro. Arde Troya, Babel, Mesopotamia y los pañales de lo que germinó y el muro tapió, queriodiado cabrón, enredo en el pantagruélico miedo de advertir vida, sí vida, en aquello que estaba vacío, maquillado, acongojado y casi sintetizado en ru(t)ina. En ru(t)ina, que hace un tris ha vuelto a la génesis. Dos direcciones. Salida-Salida. Entrada-Entrada. El equilibrio es una memez, luchas, te sacrificas y el tiempo parezca que mida distinto. A algunos les cunde y a otros les funde.

Ajá soy un niño. No vacío, sino sin defensas. Lo sé, y no lo negaré. Ya se sabe. Todo se sabe.

Que arda. Y... es que las cenizas al fin y al cabo son muy limpias y espabiladas. Son el esperma, la lluvia, la procreación del imaginario donde las formas se extinguen en el fondo.

Alma. ¿Alma?. Almas. Almax. Y centrifuga el vientre, el diente de ajo y el sofrito derrama....

Ajuste por regularización de existencias.

Crash.


Hace unas cuantas noches, hicieron cuentas cientos, miles de gotas... mientras todos dormían. Alguien. Algunos, ladraban.

Me siento extraño. Muy raro. Tanto casi como cuando Siria cruzó el umbral de las escaleras que suben a mi pequeño sótano. Desván de mamuts y cárcel de garabatos. Trastero de cientos de folios rotos y espacio al aire libre donde los muebles son imágenes que depende el día brillan o entierran. Penumbra. Casi media noche. Y la luna, mi maldita madre, borracha, girando loca, danzando en el alambre que sostiene el todo y la nada... atenazando la tentación y cortando a rodajitas los haces de luces muertas. Parecía ella, tiene una retirada a esa calcamonía que esperaba que el cataplasma de la sustitución perfecta tejiera en el boquete de mi puto corazón.

Iluso cobarde. Payaso idealista.

Las perrerías, después de siete meses estaban secas, yermas, casi muertas. Y el deliquio, el delirio querían correrse una juerga a la vieja usanza. Puro olvido. Ya era hora. Siete meses sin que la orquesta se pusiera a llover, a chirriar y más cuando el certificado de defunción, por un lado y el cum laude, por otro, se iban a licenciar. Acababa de cerciorarme, de corroborar que la cabra tira al monte y los cabrones y las cabronas al camastro.

Es ley de vida. Es la ley de la puta vida.

Hay que acabar lo que se empezó cuanto antes. Mañana no existe.

Y entre las dudas del novato príncipe de las ratas y el experto pasado de rosca sin tornillos de recambio, el ardid era trobar una silueta, unos cabellos, una constitución.... sin jurar en hebreo.

Algo tal cual. Similar. Los aditivos y los espesantes me producen ardores.... y siempre acaba lloviendo a la malamadre.

Vertiginosa, a su altura empire state... añádele unos centímetros tras esos puentes levadizos de como si Audrey y Stanwaick arrebataran miradas ajenas cuando levantan las ampollas de los voyeurs más sorprendidos.

Tan elegante, que me cohibió. Tan angelical, que me endemonió. Tan encelada, que me emperró.

Tan sumamente dama y plebeya, que las vestiduras se rasgaban los harapos. Y la pijería presupuesta, proyectaba los más coloquiales giros al infierno.

Desnuda, desnudándose, postrándose se relamía. Se sabía dueña del centro del mundo. Incluso un conato de exhibicionismo... medio consensuamos.... mi sótano da a una arteria principal y no era cuestión que la rambleta se llagará de pajas en vigas ajenas, desangrando a los perros callejeros....

Quería que me sangrara, pero llevaba las uñas recién limadas. Mmmmm, lástima. Chupar al riesgo acaba por pervertirlas en situaciones dantescas y a uno por advertir que los acantilados son sus jadeos y gritos en la pocilga de la subersión.

Siria me sorprendió con sus alforjas.... Maletín de trabajo y maletín de primeros auxilios. Y éste último un rebenque con dos cabezas demoledor, un plátano al rojo vivo, algún plumón para azuzar y azotar las ancas.... y las horas, parecieron un suspiro, un maldito chasqueo en la isla perdida.

Cariñosísima, perrísima, gatuna y entregada; salvaje y tierna, locuaz y veladamente callada. Jugamos a gritar y a silenciar. A chuparle a Baudelaire los farolillos y a que se tragara y relamiera mientras el parquet de roble cumplía años y se injertaba en la rama humana. Delicioso.

Lo más espectacular y de precisión incalculable fue el charco.

El soberbio charco que todavía perdura.

Su aroma, su esencia.

Tras haber corrido las cortinas invisibles un par de veces.

El definitivo, debía estar en conjunción con aquella luz de luna que figuraba a los amantes como difusas sombras en armonía pudiente.

El matiz espectacular es que su lluvia dorada es ligeramente una mutación entre la perrería y la gata encelada.

Seguimos el ritual típico.

Pero el súmmum, se escenifica y tambalea, cuando ella me pide que desea irse volando al vahido, al jadeo, al gemido convulso... bien clavada y enroscada.

Me sorprende y le digo como lo hará. Y me dice: Contempla.

Y el cuadro, el maldito cuadro ni Rubens, ni Dalí lo hubieran pintado más apropiadamente, ni surrealismo, ni trufas, ni gaitas, ni cáscaras... Kandinsky.

Y el final de su memorable lluvia dorada es una amalgama de líquidos, fluidos y jolgorio. Mientras nuestros cuerpos yacen, sus nubes cargadas atronan ante el final de su ira.... la gris y la dorada, se ensamblan y mientras de nuevo corre las cortinas.... sus convulsiones, su cara transformada y su rictus endemoniado se graban allá donde los sueños nos llevan.

Fue un placer, un auténtico privilegio anudar al sótano un poco de luz natural.

Existen momentos donde sólo esperas y deseas compartir esencias y placeres.

Luego, de nuevo, el vacío.