Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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jueves, 17 de septiembre de 2015

Alharacas y zarabandas

 
David Rabinowitz










Me estaba construyendo un olvido de laurel.

Con remos de otras vidas.

Y popa de pompas. Proa de contras.

....pero siempre, siempre....aparece un iris, que varea y tercia lo que las ondas esconden.

Sotovocce, existen susurros incontestables.

Y ahora, cuando la guinda caduca me regalas un guiño de finísima porcelana.

Sabes que donde vivo no existen farmacias guarida, ni veterinarios del corazón.

Demasiado peso para seis manos y veinte dedos.

La conciencia es una obsesa mórbida. Una cuchilla infesta y caliente. Saja mientras zurze.

Y a mi pecho, ya, no le intimida otra más.

La herida es bella.

Sabía que no lo entenderías.

La lógica es una mordaza ingobernable.

Echa humo por sus ojos, llamas por la boca y sudor por el descosido mientras late.

No padezcas. Ni me compadezcas.

Ando, luego existo, mientras desenredo el entuerto de no saber si mirar hacía allá o hasta nunca.

Es ilógico, pero aún así me desvendo.

Ni me quedan pestañas paticortas, ni párpados desgüace.

Entiendo que tu barro huya y se enclaustre entre las nubes verdes donde el azabache construye.

Que ni aunque lloviera el resto de nuestras vidas, sentiré labios más secos que esa yerma caricia.

Algo se nos muere, cuando el anhelo olvida las llaves.

Por cierto, la camelia que mira a la calle está encharcada.

Deja que el pétalo baje las persianas.

El azul es tosco y previsible, anunciaban tormenta. 

Y al pétalo del suelo... sólo les separa un lamento. Las velas se dejaron el aire y tus manos la ventana de par en par.

Soplamos. 

Alharacas mudas, zarabandas cojas destiñen lo que no supimos escribir con los pasos que se prometieron aquellas viejas palabras.

La gran mueca del destino.


  







martes, 25 de agosto de 2015

Once in a blue moon o de higos a brevas, al gusto

Prometeo bajo las garras del águila. Rubens y Snyders. Museo de Philadelphia






Que no es lo mismo que de brevas a higos.

La primera dura ocho meses, ésta última cuatro.

Se acerca la vendimia.

Prometeo es un derrochador quebrantahuesos.

Hojalata Queen. Cartónpiedra Prince.

Drop by drop.

Y las garras romas, paticortas son.

Su casa es la de todos y todos los que entran.. su familia filantrópica..

La auténtica. La bienquerida. Labienpagá. Obras son amores. Que suene, que suene... como el río. Cuando no acalla, traga. Por doquier.

¿La sangre...? A la despensa.

Y la matanza una mascarilla de cuatro libras, una hogaza de pa negre y un plato de sopa boba. Un miro pallá que acá la hierba crece alta y a borbotones. Qué bonito es el amor. Qué grandes los cajones vacíos y el fondo de armario... Que lujazo de apariencia y que culta es la necedad. Una Odisea con sombrerito de ala ancha. Antes el vil que ná. Ahora albas en jirones....

¿Hambre?

Nunca tendré. Aunque me coma mi propio corazón.

Como O'Hara. Mi tierra es mi Castilllo, mis hechos la llave maestra y la profundidad de la vía Láctea el via Crucis de los coétanos y el colágeno a diestro.

Once in a blue moon o de higos a brevas, al gusto.

Esta perra madrugá es una chicharra indolente. Pudiente. Saboría y resabía.

Canalla y canina. Golfa y serenata. Sin adaggios ni corcheas.

Juguetea con los relojes de arena como si de pulseras en sus cabellos se trenzaran la malaidea de la malasobra.

Al gusto le salen canas y a las ganas, lorzas.

Laia vivía en una buhardilla.

En Via Napo Torriani. Al otro lado de la plaza de San Camillo de Lellis. El último ventanuco, la última vela de cada noche eran su soplo, su fe. También sin acento. La fe y ella lo perdieron todo en el país Costumbre.

La contemplaba cada noche hasta que la vela se cansaba y se dormía.Unas, antes ella... otras... antes yo. Pero nunca a la vez. Doseles inocentes...ingenuos.

Se quedaba la cristalera triste, de par en par. Exhausta, non.

Y luego el silencio.

Sólo las jaulas y las peceras... solas las alas y las aletas....

...cual voyeur adicto.

Cual funambulista retorcido y ebrío de vacío.

Como un sin techo pero con todas las estrellas chimenea para huir a aquel oasis celestial del hoy, del ahora.

Cada noche mi último suspiro era para con áquel ventanuco.

Pero...

Del cuento al entuerto.

Del huerto al mantel.

Del plato a la boca.

Del paladar a la fuente.

Y su maná, la inspiración.

Pero se secó de trivialidad, de egoísmo.

Snif. Fins.





The Egg. David Rabinowitz


...Aquella noche la llama de la vela se rizó junto al espejo que iluminaba los pocos metros que separaban su ventana con la mía. Como James y su ventana indiscreta....

Ni había lunas rotas, ni gatas callejeras.

Ni siquiera el sonido de aquella fuente seca, ronca despistaba la concentración. La respiración, mojada.. empapada.

O las pisadas y correrías de los últimos perdidos noctámbulos. Perdidas. Invisibles. Silenciosas.

El mutismo lo inmaculaba absolutamente todo.

Y cómo un imán de carne y hueso...

Se asomó.

Me vió.

Y seria, embobada en sus rituales y rutinas las abrió de par en par.

Y asintió, miró hacia otro lado. Hacia abajo. Buscaba en la plaza el coletero con el que los gatos hacen ovillos....

Me dió su espalda.

Y se subió, imagino, que a una silla coja....o al baúl express.... o la caja china. O al camastro Citizen.

Laia jugaba con el dobladillo del setenta y nueve. Y se lavaba la cara durante cuarenta minutos o cuatro horas. Ni uno más. Ni una menos. Una y otra noche purificaba, disciplinadamente, cada poro de su piel y cada vestigio de tez muerta. Se cortaba las uñas tanto que las yemas se batían en duelo. Y preparaba el sudario del día después.

Se tintaba las canas de arcoiris y colutorios. Se frotaba las pestañas. Y uncía sus párpados de cantos de Sirena locuela y codiciosa con unas cañas y algún que otro margarita. Se peinaba con las manos y se aceitaba con los nudillos. No dejaba de mirarse, remirarse y camuflarse. Siempre era lo mismo. Mismo, lo era.

Las cejas. Las varices. Las lorzas. De perfil. De canto. A horcajadas. Cualquier ángulo y perspectiva eran psicosómaticas de aquello que no pretendía ser pero que inequívocamente ya formaban parte de su existencia. De su cuerpo, de su alma. Su vida. Entera. Plena. Sin excusas. Rotunda. Apagándose.

Se maquillaba las aureolas y las estrías. Curtida en mil escenarios. El papel se lo sabía endemoniada y remetadamente de carrerilla. Como Emma Stone con el pájaro loco de Batman... Es más, embutida en la función, a veces confundía realmente quién era o quién dejaba de ser para no estar y pa(e)recer.

Cacareaba esa pegajosa mostaza de miel a cada imperfección que el encuadre la disimulaba. Y hurgaba en variopintas vicisitudes para aparentar lo que nunca sería. Ya era hija de la otra y madre del espanto. Lo sabía. Y asumió el circo como vodevil o... bodegón. Las uvas de la ira.

Iba para los treinta y tantosmuchos y se disfrazaba de jabón varias veces al día. De pompas todas las noches. Se cepillaba la lengua con el hilo dental y adoraba las cajas de música hueca. Cantos de trino. Amasijo de puñetas y cebollas. Guardaba los pétalos de plástico. Las fechas invisibles del misterio. Los cumplemeses y la cuarentena. Se pertrechaba en una almohadilla y era capaz de asomarse sin ser vista y sonreía ante el diezmo de la bula.

Coleccionaba lo irreconocible.

Pernoctaba en las entrañas de peticiones y repeticiones. Echoes.

Contorsionaba con los sentimientos y creía ser cuando no estaba. Era, sorda. Estaba, ciega.

Alistaba besos aleatorios, abrazos de hormigas y arreones de jumentos. De cualesquiera que mercadeara con sus metas. Convirtió lo hermoso en pusilánime y lo sagrado en indigno.

Indigna de sí misma. Se traicionaba una y otra vez y jugaba con los espejos a no encontrar jamás aquella niña que dentro de sí se perdió donde Fauno canta nanas de saldo. Dos por uno. Tres por dos.

Había entramado un papel para su entorno. Un esquivo y acuciante rastro. Un relicario de los cantos de un duro. Una filigrana coraza, máscara de los vampiros del alma.

Laia aquella noche, la última, ya dejaría de ser lo que no quería ser.

Como ésta. Como cientos de ellas. De las de antes y de las que vendrán.

Ya no quería llamarse Laia. Ni estar con Hermes. Ni en los aquelarres. Ni en los festines de los monos. Ni en el rictus de la apariencia, ni en la grasa de la codicia.

Ella seguía acudiendo a las fiestas de Bogart's y hacia yogurt con el hastío.

Cuajada dimisulada.

Y picoteando donde Maquiavelo saca punta y corchos, al fin.

Desde esta noche se llamaría Penélope.

Cerró la luz de su buhardilla.

Corrió las cortinas caladas.

Ya no volvería a ver su rostro.

Tampoco lo añoraba.

Un jamás en los jamases.

Se había difuminado en la ausencia del olvido.

En la oscuridad de la luz.

En la trituradora del cortauñas.

En los potes de rastrillo y en los zapatos de un underground.

Comprendí tras áquel brusco y forzado gesto, que la función había finiquitado lo que quedó de vida en el recuerdo.

Y desde ese momento todo fue perdiéndose en la gula de la desmemoria.

Ha pasado un más que largo año desde que aquella ventana cerrara su función.

Ahora solo es un motel de carretera comarcal olvidada y perdida.

Un recuerdo sin marco.

Una foto de color sepia.

Una sinrazón que de espiral tuvo lo que el tirabuzón de caracol.

Nada.








Once in a blue moon o de higos a brevas.

Descubrí con ella la mortadela.

Y tras áquel ventanuco.

El pan.

Negro, duro y piedras.

Ahora...

Si lo untas se estremece y si lo tuestas se resquebraja. Natural: incomible.

Pasaron dos veranos.

Y la sal está más dulce.

El sol más luna que nunca.

La verdad más extraña que de costumbre.

El amor más dentro de lo que pudiera imaginar.

La salud terca y la alegría en cinta.

Aunque lo mejor es que los vasos están llenos de agua.

Ahora el Norte y el Sur, son felices.

Crecen bajo la sombra de un gran roble.

Y la cepa, inefablemente sana, firme, llena de plenitud.

Llega la vendimia.

Y la vid.... vida, ya es.

Por fin con estrs brevas al gusto los higos son el fruto deseado.

Tomas su piel, los entreabres, los aromas, los besas y todo el fulgor te posee de naturalidad, realidad y alegría.

Era con nada, con casi nada.

Es todo. El todo.

Al gusto.




 






                                                                              I been down, I been defeated
                                                                       You're the message I was heeding
                                                                       Would you stay, 
                                                                       Would you stay the night? 











Peek-a-Boo. David Rabinowitz













See a Devil. David Rabinowitz