Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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jueves, 14 de enero de 2016

Las malas cuerdas, las buenas lenguas


A las malas cuerdas y las buenas lenguas.

A las buenas artes y las malas sombras.

A las requetebuenas migas y las requetemalas caretas.

A tú sonrisa.



                           


                     Fotografías tomadas por Ícaro en Salamanca, Madrid, Córdoba y Valls.






                                             















Andaba un perro flaco por calles muertas de frío.

No sabía por donde seguir aquel camino que el instinto y las circunstancias le habían abandonado a la intemperie. Era tarde para volver donde la cuna siempre sirve un plato de sopa caliente pero ínsipida y sin sustancia. Y su decisión, meditada y auspiciada por el escozor le había arrastrado a perrear, callejear y doblar esquinas donde los muros siempre son una lanzadera a quien sabe que lugares, que situaciones, que insospechadas vivencias le aguardarán....

...Quería vivir así para morir vivo, antes de frío que de pena, que las calles son la familia más grande para los solitarios descubridores, para los abandonados a los encantos de las penumbras, para los que vagan por buen camino.

Había estado doce años bajo aquella estúpida figurita de Kosta Boda, un jarrón con asas en el culo y tapón en las orejas de los brazos, abstracta y snob, carísima pero que rompía la armonía de su sueño eterno. Doce años, entre cuatro baldosas de dos por dos, y soportando las gracias de los mal criados monstruitos que le hacían las mil y una perrerías. Sí le cambiaban el agua cada dos días y le vacunaban contra la rabia cuando el despertador enseñaba los dientes de las horas humanas, a pasear cuando tocaba echar la basura y a juguetear cuando el aburrimiento defenestraba su caprichosa y consentida vida.

Le tenían como aquella figura aparente y resultona, su linaje, su estirpe en el mercado negro alcanzaban cifras mareantes. Sospechaban que sólo su madre y sus tres hermanos eran los únicos supervivientes de su especie. Su padre murió olisqueando y husmeando rastros de desaparecidos y al no tener hermana alguna nunca sentiría como la mirada tierna se abrazaría a su mullido pelaje, conversando sobre las obras y las gracias de la raspa que el pescado zozobra cuando lo cazan bajo redes de piel escamada, ni de como se chupa y entresacan las carnes sabrosas que crecen del hueso. Para paladear lo que aquellos gigantes ni advierten, ni lamen. Las sobras en sobres de látex con nudo de corbata y lazo al container.

Un día de diciembre la veterinaria le había diagnósticado cataratas azules y en su lomo canoso un parásito solidario, le chupaba la sangre y de la herida parida montaba una colonia de grandes hermanitos. Se daba la casualidad, que transportaba en sus patas traseras lo mismo que maldecía entre ladridos y días de hastio. La medicación había surtido efecto.... en cuatro días como nuevo, pero aquella noche donde los santos inocentes se desnudan ante la debilidad decidió huir, escapar y convertirse en un auténtico perro callejero.

Hurdió una maquiavélica estrategia, con sus patas delanteras y unas nueces llamaría la atención de su dueño haciéndole creer que su hocico era mortero y sus bigotes un virtuoso payaso; su rabo un trapecista y su buena fé una patinadora rusa que dejaba en la corta distancia la navaja del degolle como reclamo de persuasíón.



                                 


Todo estaba milimétricamente planeado, emperrado en por fin liberar su alma, no temía que surtiera un efecto contrario a su diatriba y asumía la pizca de riesgo que entresacar y liberar cadenas otorga.

Prefiero morir en el intento.

A vivir en el desencanto de los amantes de las paradojas.

Con la bolsa plena de desechos y la correa de guía, sus fauces enjuagaban tres nueces. Las cáscaras empapadas en bilis y resbaladizas desprendían una musiquilla siniestra y embaucadora entre los bastidores de su cielo perverso, su amo siempre bajaba por aquella escalera de caracol correteando porque creía que se llega antes así que volando con la fantasía.

Fue fácil. Demasiado.

El lazarillo escupió las nueces cuando bajaban por la planta dieciséis, y las suelas hicieron el resto. Fue un alucinaje en pocos segundos. No murió porque cuando por encima de su espalda salió liberado a la calle eterna, el muy terco ni hizo ademán de buscarlo, sino que simplemente y en un do menor resignado le susurró desternillándose: Ojalá yo estuviera en tu lugar;  corre, vuela y no te pares jamás.

Las garrapatas descubren a la piel muerta que el alma no tiene cáscara.

Y sí, savia nueva donde la sangre antes estancada se iba de juerga con los mosquitos y las arañas, y ahora desentierra los huesos quebrados de áquel esqueleto que oxidaba sus recuerdos y la plata de sus diabólicas correrías.

El siguiente paso, fue quitarse el bozal, y cortarse las uñas. Volaba a cuatro patas y el rabo era el timón de su conciencia.

Llámalo perro, llámalo ladrido. Llámate perra, aunque la llamen luna.

Callejero sin calles.

Y la música quieta.

Anda un perro callejero por la única calle que amó en su vida.

Ícaro © 









Minucias


Para todo lo demás





















          




Fotografías tomadas por Ícaro desde Castellfollit del Boix (vergel quijotesco y remanso de paces e inspiración) a unos diez quilómetros de Igualada, se puede vislumbrar el perfil de la montaña mágica de Montserrat un amanecer cualquiera de éste dulce enero de soles estivales y lunática primavera sietemesina..





                                             






lunes, 14 de diciembre de 2015

Amela Subasic: Azuluz



www.amelasubasic.ca




Self-portrait. Amela Subasic

Girl before a mirror Amela Subasic







Nude Amela Subasic
Self-portrait. Amela Subasic






Portraits "Elma". Amela Subasic





Ícaro
Ícaro


Ícaro



Dream (Rising Moon with Red Aura) Amela Subasic

Sparklehorse: la chispa de tu brillantez siempre cabalgará


                                                                                    In memorian Mark Linkous




 


La cereza verde de tus uñas romas. 
La roja, madura por morder azuluz.
Y sus dedos largos deshojando las hebras del moño de la abuela natura.
La extensión azabache de la caótica ristra de ajos labiados que penden de un hilo.

Quebrándose.
Arrebujándose.
Las lágrimas de chocolate y ante ese mar que crespa y atempera a esa maldita....béndita espera.
Ante el sofá de rocas y crisantemos, de piedras y flujos.

Reflujo.
Influjo.
Flujo de ambrosía.
Una tarde cualquiera, un círculo de anodinos paseos que no llevan sino hasta alguien.

Irremediablemente, inexorable languidecer.
El firme piso de mesar al rebelde y lacio frenesí.
Una lucha intensa, perseverante, dislocada, vehemente y neonata.
Cada día se nace y deshace.

A cada alba se acicala y adormila las chispas de un chasqueo.
Para regurgitar desde el grito más ópaco y perdido.
Enciendo otro que se consume por su propia bocaza.
Apago, uno más que se desmenuza ante el Norte del Sur.

Persuadir, invadir y redimir.
Ahondar, resabiar y dirimir.
El abstracto y figurante rastro del hechizo.
Altibajos en el desorden.

Del camastro al púlpito.
De la ira al aceite.
De almohadas al escondite.
Del síncope suspendido, al viceversa de la traviesa.

Sopa de gansos y naïfs ronroneos.
Los ladridos en la pared. Lamiendo las uñas que se estiran al delirio del deliquio.
Y ella, jarapa de ensueño, entubada a la letanía.
No te sonará nada y se dejará hacer.

No volverás a entreleer y se mojarán las sábanas.
El sudor es una micción fantasmagórica cuando sin beberlo se quiere.
No cuadrarás los cinco lados.
Siempre hay uno que cojea.

Es lo que tienen los nones.
Cinco en cada mano.
En cada pie el ahinco.
Se correrán las cortinas....

....y los pares, calcetines del ayer.
Zapatos para un mañana.
...y a cada paso, dedos cruzados.
Entre las manos, un solo lazo.
 


Ícaro © 












Hombre

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser -y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!


De Ángel fieramente humano. Blas de Otero







Ícaro de Melibea



 





Ícaro



                                         

Ícaro de Melibea



Ícaro

viernes, 4 de diciembre de 2015

Lussureggianti

Fotografías: Ícaro




El tallaje me inquieta.

Un repelús maravilloso amalgama.... el enclave. Y un tejemaneje rutinario esclarece... el entuerto.


De clavar.

De claudicar.


De cabal.


De cabestro.


De cabizbajo.


De candado.

De cornucopia.

Sus alas copulan toda la sinergia de colores, endemoniadamente serenos y todo el esplendor de nuevos sabores, terriblemente particulares e indivisibles.


El matiz es un dulce veneno que nutre.


Tan en paz que me acongojo.


El palafrenero ciñe la canana a la sombra errante y la cascarillada palangana de porcelana refleja el hondo y mármoreo olvido de huellas añejas, rancias y estríadas. 


Quizás miccionar contra un muro de arenisca a dos palmos salpica sin lugar a dudas un par de detalles reveladores:

El primero es nítido, del charquito nace un barro íntimo que purga al siguiente paso.

Y el otro, dibujar ramas de árboles con el orín contra un paisaje amurallado de empinada arenisca alivia con meridiana ligereza las alforjas del  pasado que por llegar transita imperecedero en  ese yugo de mhiel o de hmiel.

Conclusión:

No hay  tentación que se resista a pisar charcos.


Y esas pícaras gotas de orina ardiente son jugosa fruta prohibida que el muro nos ofrece sin ofensa y sí con fruición tan alevosa como placentera.

Se ha mojado el cielo.

A la legua una lengua se deja morder.

El paladar siempre es un escondite....


Ícaro ©





















Los amantes de Montparnasse (1958)










Magnífica película que retrata los últimos meses de vida del pintor Amadeo Modigliani (interpretado magistralmente por Gérard Philipe), que fue despreciado e ignorado por sus contemporáneos, viviendo en la miseria acompañado y apoyado tan sólo por su mujer Jeanne, unos pocos amigos y su fiel compañero el whisky, pero que tras su muerte se convertirá en uno de los pintores más cotizados de la historia.

Montparnasse 19 (título original de la película) no retrata sólo la vida de un pintor, sino ante todo el final de una época, la del Paris de la bohemia, aquella época en la que el arte tenía aún algo que decir, estaba vivo, era vida en sí mismo. Las escenas de Modigliani pintando enfebrecido, consumido por el alcohol y en la más absoluta miseria nos hablan de tiempos que ya nos son totalmente irreconocibles, ajenos, en los que el arte contenía en sí la utopía, la esperanza. El arte entonces todavía era vida, trágica a menudo, pero vida, y no una triste pantomima cuando no una gran estafa como sucede ahora.