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Foofú lost fighters.
Áquel viento poderoso, glacial, tramposo e instructor de muros y fronteras; de objetivos y charcos oceánicos vuelve a trampear. Vuelve la águila pequeña y pícara que coquetea con las cuatro lunas y un sol ópaco. La que hace sombra. La gran sombra.
Un soplo de aire se los llevó de Versailles. Del Sena.
De cualquier lugar recóndito donde el anonimato pulsa el sinsentido e insufla el pavor de no estar, ni ser. Un soplo de aire viciado, convulso, rastrero, traidor y ruín sacudió a un pequeño planeta azuluz. Se los llevó.
De la Sorbona, de Damasco, del frasco derramado, destrozado, sitiado y desposado. De Antananarivo a Groenlandia. De Wellington a Fargo. De las tierras desiertas a los humedales. De la noche ciega al día cegado. Del más intolerante, al diálogo. Del paritorio a la mortaja.
Paulatinamente áquel pequeño de luz azul, humano, palidecía. Palidece, más si cabe... o sobra.
Cíclicamente, por los siglos de los siglos, áquel soplo de aire asola desde pequeños logros y construcciones hasta endiosadas egolatrías y mundanas profecías.
Hey you.
Un viernes por la tarde de éste dulce noviembre, otro dulce noviembre más... Cibelle, por ejemplo, jugaba en los parques de Montmartre ajena a las intenciones famélicas de la codicia más inhumana, al arrebato sin deje, el te arrebato por ende. El poseo por soslayo y la argucia sin denuncia. Cibelle, se manchaba los zapatos de tierra libre, de hierba pisoteada por la libertad, de juegos inocentes y columpios celestiales. De risas sin mordazas y sonrisas atemporales.
Nunca habrán unas manos más limpias que las de un niño jugando.
Foofú lost fighters.
Un llanto nos trajo en forma de nube de luz la sal negra de la vida. Llovían las gotas de Ida y las rayuelas (ironía no fina, sino más, si cabe, sal gorda) de Pessoa, al Cortázar limón de una hormigaelefante blanca. La tocata y fuga. El grito se zampó al beso. Le hurta los labios del corazón. La huida demente y el miedo en los cuerpos, pero lo peor que va a llegar no es ese tipo de miedo; el peor miedo, el que agarrota la vida... las vidas.... es el miedo del alma. El miedo a pisar charcos, a cantar, a respetar, a sonreír, a deslavazar descalzos caminos donde todos quepan y nadie sobre. El miedo a caminar.
A urdir cuentos y canciones; juegos y leyendas.
A levantar pozos, siembras y cosechas.
A parir puentes y criar cunas de mimbres y amalgamas.
A rozar sin nudos ni imposiciones.
A asentir y discernir. A dialogar y cruzar sin entrar o salir.
A respetar el color de tu voz y la piel de los sentidos; a creer que mi Diox puede ser el tuyo o el tuyo no el mío... a fruncir creencias en el caldero de cinco sabores y un pequeño azul como condimento que equilibre lo que por venir, no debería nunca cruzar.
A opinar sin empuñar.
A no empujar para dejar sitio.
Hey you.
Foofú lost fighters.
La paz sigue sin ser un perfume.
Sin ser, ni estar.
Cibelle, hoy vuelve a su pequeña escuela.
No entiende nada. Nunca lo entenderá, aunque crezcan mil años en su pequeño corazón.
Todos tienen miedo, lloran, recelan... desde el reojo hasta el infundio. Desde el infinito desconocido hasta el más lejano desconocimiento. Todos lo tienen.
Cibelle seguirá jugando en áquel jardín de su barrio. Se volverá a manchar los zapatos y ojalá nunca las manos con este perfume que sin ser ni estar se está apoderando del apesadumbrado pequeño azul.
Hey you.
Ícaro ©