Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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viernes, 26 de septiembre de 2014

Pequeños recuerdos... para cuando nos hagamos grandes

Macanudo



Áquel niño sonreía.

No tenía nada más que su imaginación y fantasía, no había surcos, ni piedras en el camino. Sólo eran olas y espuma.

Nubes de dedos y cielo en mano, descubría que cada brinco, cada voltereta, eran verdad. Que cada escondite un mundo nuevo y cada caracola un susurro.

Apenas sabía que mañana no existe cuando el ahora es tan intenso como auténtico.

Hablaban de sombras, hablaba con ellas.

Hablaban de mentiras, hablaba desde el corazón.

Hablaban de que la vida es dura, hablaba con la dureza y la certeza que desde la nada todo se construye desde lo más hondo, desde la nobleza.

Áquel niño jugaba despierto, con los seis sentidos y la única esperanza de que el tobogán es un barco pirata sobre el mar de las tortugas y que en sus manos está la brújula de su propia vida.

Despacio corría y caminaba corriendo.

Saltaba entre las ramas y plantó un árbol en la sonrisa de su pequeño corazón.

Descubrió que el barro se seca.

Y que las penas maduran.

Abría las cajas vacías de juguetes. Y cambiaba los cacharros de sitio. Se arropaba con las sábanas mojadas y tendía los cuentos en el patio de luces. 

Áquel niño, había nacido para creer que si cambiamos la forma de ver las cosas, las cosas cambian de forma.

Pequeños recuerdos, para que mañana la grandeza y la paz correteen como áquel niño que siempre seremos.

Áquel niño nunca crecerá.

Nunca ha querido ser grande.







martes, 23 de septiembre de 2014

El corazón de una piedra


Ícaro



Colocó el espejo de pie, a los suyos.

Se desnudaba de espaldas.

Y se vestía a escondidas.

Colocaba piedrecita a piedrecita las migas del retrocamino.

Era un laberinto y rutinario sine die.

Cada día una calcomonía de nuevas costumbres que envejecen el reflejo.

El espejo en pie. Sin ley.

Abocado al oscurantismo.

No al pozo de una imagen. Si no al abismo del costumbrismo.

Casi siempre, quien se mira no se peina el alma, ni se maquilla el corazón.

Ni se lava legañas erradas, ni lameaguas de sueños.

Casi siempre, quien se agrada en perder el tiempo con Narciso lanza piedras al botijo. Porcelana fina, carísima, frágil. Agua sucia. Pequeñas piezas descorazonadas.

Cada mañana estira y percute las sábanas del espejo.

Las comparte con todo aquel que tercia besos de prestado.

No le roba besos al espejo.

Ni le borda imperfecciones en las estribaciones de lo que no alcanza a ver.

Y un buen día, cuando el corazón de una piedra se acurruca y escorza para contar un cuento al ombligo, el de abolengo, se cobra con creces lo que el vacío, día tras día Sbarra.

Casi siempre, quien de su vida construye una cárcel de piedras prende fuego al buen fario.

Y casi nunca, casi jamás de los jamases se contempla lo que el cabrón del espejo apunta.

El muy terco, toma su parabellum y aprieta el gatillo de la inconsciencia, y te grita como Judas:

- ¡ Házlo, tómalo, ciégate !

Atina donde menos duele.

Asesina donde más traiciona. A nosotros mismos.

Pero siempre, siempre, siempre, siempre llega el día en el que el espejo de pie, se cae en mil pedazos, destrozando reflejos, costumbres, rutinas, "h"ideales..., y lo poco de corazón que ya nos queda en pie de guerra se desmorona y desaparece donde jamás crecerá hierbabuena.

Como cuando de chiquillos llamábamos al amor de nuestra vida con piedrecitas en las ventanas acristaladas de medianoche y despertábamos el temor de que la fragilidad y los secretos se rompieran en mil pedazos.

Ese día.... esa noche....

El espejo no nos permite contemplar. No se encuentra con nosotros, ni se reencuentra con la pequeña luzhilo de vida que se escapaba de entre el jardín de los tercos y ciegos principios.

El corazón de una piedra, debe, sabe esperar.

El corazón de una piedra, hiere y agrede; destroza y entierra.

El corazón de una puta piedra, rompe mil espejos de vidas tranquilas y sueños sencillos, humanos.

El corazón de una penosa piedra, tintinea en halos de grandeza y supinas, truculentas y espinosas sábanas de esparto, de moho.

El corazón de tu piedra, se hunde.

El corazón ya es piedra devota.

Quizás áquel espejo de pie, en vez de a sus pies; debió nacer colgado del claustro del techo.

Como simple cielo para que el farero no creyera que las estrellas, la luz y el azul muerden el anzuelo.

Siempre, quizás.

Siempre de corazón.

Necesitamos en nuestras vidas espejos de piedras. No corazones de ellas.

Cuando al despertar.... ni siquiera recordarnos que debemos devoción y clemencia al reflejo, quiere decir que hemos dormido en paz. Tranquilos, serenamente inquietos pero sabiendo que lo que hacemos es con todo el amor del mundo y no con todo el egoísmo y la codicia del tutú, requetutú de una peonza de pies acres y alma de pusilánime feriante.

Un buen día cuando mi padre, Marzo, apedreó en el hígado del buen querer descubrí que un hogar, una vida sin espejos es mejor lugar....y nos hace mejores personas.

Comprendí que las piedras aun pisadas no tienen corazón, sólo a imagen y semejanza de quien las acaricia y las ama con el calor de la honradez y la dignidad, con aquella mano izquierda que le da calor y a su vez la diestra, atempera.

Y llegados a este quid de ambigüedad... a este punto del reflejo. De lo que tiendo y entiendo como el corazón de la palma, el corazón racional de un espejo sin alma... la ingratitud desea traicionar lo que mil mañanas de reflejos desleales turbaron a cualquier pequeña alma.

Comprender que un corazón se ha convertido en una piedra, duele y enseña.

Pero, más sentir que sólo late al ritmo de un viejo espejo de mentiras que vacia lo que más se amó.

Una vida sin espejos donde mirarse, alecciona.

Casi siempre, la bondad y la humildad nacen cuando uno ya no espera la complacencia de lo superficial y de la codicia.

Perderse en vida, es terriblemente sencillo.

Reencontrarse es nacer ya cuando por perdida se dió a aquella piedra que el camino olvidó.












Canciones para no esconder la cabeza bajo el ala




Ícaro













lunes, 22 de septiembre de 2014

Los perros, cierto, ladran a quien no conocen







Fotografías Ana Rubio & Ícaro


















Sucio, mal vestido 



En el camino de los perros mi alma encontró
a mi corazón. Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno de amor.
En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando ya no les queda nada por hacer.
¡Pero yo tenía tantas cosas que hacer todavía!
Y sin embargo allí estaba: haciéndome matar
por las hormigas rojas y también
por las hormigas negras, recorriendo las aldeas
vacías: el espanto que se elevaba
hasta tocar las estrellas.
Un chileno educado en México lo puede soportar todo,
pensaba, pero no era verdad.
Por las noches mi corazón lloraba. El río del ser, decían
unos labios afiebrados que luego descubrí eran los míos,
el río del ser, el río del ser, el éxtasis
que se pliega en la ribera de estas aldeas abandonadas.
Sumulistas y teólogos, adivinadores
y salteadores de caminos emergieron
como realidades acuáticas en medio de una realidad metálica.
Sólo la fiebre y la poesía provocan visiones.
Sólo el amor y la memoria.
No estos caminos ni estas llanuras.
No estos laberintos.
Hasta que por fin mi alma encontró a mi corazón.
Estaba enfermo, es cierto, pero estaba vivo. 



Roberto Bolaño















Microcosmos (1996)



Sin palabras


https://www.youtube.com/watch?v=UQOBfbBUJgw


lunes, 15 de septiembre de 2014

Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha

Fotografía: John Crosley





Cruzó aquel rail sin agujas.

Era un trayecto eterno.

No habían piedras que sujetaran los tornillos de acero. Ni maderos de vetas vivas, ni travesaños redoblados y redomados, ni siquiera acero ardiente, licuado que al dilatarse sujetara la inercia.

No había nada.

Nadie.

Sólo una vía desnuda. A la intemperie de la diestra.

Acunaba al Norte.

Mecía al Sur.

Peinaba esa noche que se postraba rotunda. Esa noche de lágrimas vivas. Ese escorpión que moraba en el zarzal de su angustia.

Había decidido dar ese terrible paso.

Primero su pierna izquierda, después encaramándose... el vientre descorazonado, a posteriori la barbilla, la derecha quedaba atrás colgada del hilo de vida y su espalda enmudecía al sudor del empuje. Ya no tenía miedo. Había perdido el respeto al futuro. Nada le ataba, nadie le lazaba.

Había comprendido, asimilado, ubicado en su cojo corazón lo que su mente, su cotidiana vida durante meses le había negado. Ahora nada perecía, y nadie parecía.

Estaba solo.

Por primera vez en su vida se había sentido así. Sin mañana. Y sentado en el claustro de aquella vieja estación, deambulando por donde las sombras se carcajean y los pequeños sonidos, quebrados, arrojadizos chirrían hablaba para consigo mismo. Pretendía escuchar lo que no se inventa para despertar al sentido, a la razón.

El diálogo era manco.

La palabra sorda.

El raciocinio, una estrella perpetua.

El mador gélido.

Los harapos, ubres de charcos de cristales.

Amamantándose de aquel último suspiro, se despedía de el Norte, de el Sur, de su pequeña esteoeste.

La pureza le había carcomido la fé.

Y sabía que desapareciendo en aquel tren, nadie le recordaría. Nadie lo echaría en falta. No tenían sentido las manecilla, el próximo despertar, esa misma noche. Cada gota de vida que manchaba las esperanzas derramaba coletazos como los de la última piedra que construye un deseo de aire.

Dejó la pequeña llave al sueño de su segunda madre.

Una llave maestra para nexo de generaciones que en vidas distintas correteaban con el mismo sanguinolento y rojizo plasma.

Sus cuatro cosas, su único legado para el recuerdo se troncharían burlescas.

Sus harapos y su bozal para la dehesa de los sin nombre.

Alcanzó lo alto del muro.

La vía le susurraba, la estación era un cielo de paz. Sin perfume. Aséptica. Los railes, las piedras, el acero se convirtieron en olas de algodón y en nubes de profundo sueños. Sugestivas y vanidosas dueñas del negro párnaso.

Por fin, decidió alzar la derecha.

Se elevaba por encima de la nada y el todo le invocaba.

Ya mañana no sería peor.

Ni al alba imploraría profundo sueño.

Acababa de despedirse de todo lo que tuvo y de la nada que fue destruyéndole.

Y esta siniestra noche de manos blancas y sábanas arenosas le esputaba en el rostro, para recordarle que las promesas se mienten cuando por encima de uno mismo no hay más que nadie.

Era el coraje por acabar con todo para coexistir.

O la miseria de proseguir para acabarse de consumir en veloz olvido.

Mientras tuviera claro que ese vuelo saltaba a la inmensidad del recuerdo, su mano izquierda sin temblar ni zozobrar, si no firme y fraternal se despedía de la derecha, huérfana y débil; angustiada y lesa.

Se rozaron, se besaron las palmas.

Se tocaron por primera vez sin reprocharse ni siquiera cual de ellas acabaría por de dejar de sentir a su alma gemela, y recordaron cada uno de aquellos buenos momentos en la montaña del Sinaí.

Cerraron los dedos, sin apretar... sosteniendo.

Cerraron sus ojos, mirando de bruces a la oscuridad más luminosa.

Cerraron las palmas y el último vestigio, el más sincero chasquido las unió por siempre.

Ya nunca más sabrían que hacia la una y la otra.

Ya nunca jamás la luna le recordaría que hay una pequeña luz de esperanza en la oscuridad más salvaje e inhumana.

Y de repente, sin pensarlo, sin dudarlo, la izquierda, la derecha, el lazo y el mundo se acabaron allá donde la paz no espera sonrisas, si no una vida tranquila.

Ya nada, ni nadie le esperaría.

Ya era hora de dormir a una vida entera.







´´´´

viernes, 12 de septiembre de 2014

Cinema Paradiso, 25 años







Los besos se roban.

El abrazo nace.

Y el amor, el amor puro... nace, crece...

mientras el silencio no olvide que la ausencia es el beso mejor guardado.












Trápalas. He de cortar ramas de sol...

...




Sin mordiente.

Sin dosel.

Sin limpiaparabrisas.

Sin adoquines.

Sin charcos.

Sin fuste.

Sin cojones.

Sin varillas.

Sin maquillaje.

Sin control.

Con alevosía.

Con ceguera.

Con laurel.

Con trápalas y cera en círculos, manos calientes.

Con patrañas.

Con imperativa tiranía.

Con desidia.

Trápalas, se han de cortar las ramas del sol.

Sin sentido.

Sin estímulo.

Sin sinrazón.

Sin látex.

Sin 96º

Sin pestillo.

Las sombras son burlonas.

Con malavida, malababa, malasartes, malasaña, malo más que remalo trébol de dos hojas.

Con el tallo.

Con el gatillo.

Con la vela que corriendo se va vestida de seda.

Con la luz que se apaga para encender el cash.

Con dicCión.

Las ramas caídas, son cenizas para mañana.

Se escapa el verano.

Con o sin trápalas.

Se nos fue la fé, la confianza, la ilusión y de entre los dedos los relámpagos y los truenos destruyeron las briznas....

Cuestión de tintineo. 

La humildad se la funde el becerro de oro.










martes, 2 de septiembre de 2014

La última manzana azul





Aquatic Badger








Acababa de cerrar la puerta.

Y algo extraño se quedó impregnado en aquellas toallas empapadas de letanía, de esta historia que repetidamente compra efímeras sesiones de sentidos distendidos y cuerpos desconocidos. Entre sus cuatro paredes la alcoba acababa de adorar el segundo RIP soñado.

Se había consumado.

Pero a diferencia del primero, volverán a abrirse las puertas. Repetidamente. Seguro que bien pronto el rojo fraguará. Y a pelo los nombres desnudarán sus corazas. Los hombres sus garzas.

Perdía el Sur y ella supo entender que el tiempo comprado a veces es una trampa para los amantes que se alejan del contrato sellado de las miradas. Del tic tac que acaba por olvidarse.


De las olas que ya no mesan.

Este juego del santo Sutsua, no deja de ser un ajedrez diabólico sin piezas, sin fin. Empieza la primera vez como el desahogo, la traición, el arranque, la tentación o el desaire. Sigue teatralizando las fantasías y lo que la rutina de la consentida costumbre pertoca. La afición no se entrena, se apiada. Y cuando quieres romper la espiral de lo que la monacal vida olvida a conciencia, sientes que algo te falta.

Mientras mi vida tuvo bucle, siempre fuí fiel de obras que no de actos. Y ahora que desde hace dos ratos mi vida es dueña de si misma, soy leal a tertulias y clases de recuperación de antiguas y guturales asignaturas pendientes.

Ella era la última.

Y al tomar el ascensor, cuando me miraba al espejo que me subía de los infiernos. No dejaba de preguntarme: ¿Hasta dónde quieres llegar?, no quería sentir: Hasta donde vas a llegar.

Salí a la calle y el paseo fue demasiado eterno, de esquina a inconsciencia, de cinco minutos a tres horas a la redonda.


Las calles están desnudas. Se visten por los pasos.


Los cuerpos yelmos de miedos se fuman en el teatro de la vida o de la malavida su propia conciencia.


Hay quien elige pudrirse a sí mismo.


Y hay quien extirpa la última manzana azul.













Codicia

Arthur Tess




La humanidad no ha aprendido a sentir y dar equilibrio. Mucho menos, llevarlo a cabo. Se dejan guiar por la codicia, la ambición. Y no perciben que es un modo acelerado de morir en vida. Pero la naturaleza sobrevivirá, al menos, aquello que nació libre de culpa, de codicia, de gula... aunque se consuma la hormiga humana, permanecerá áquel sentimiento que ni se compra ni se vende, que ni aglutina para que la endogámica y tristona pusilanimidad se deje llevar por el único Norte que le da sentido a la vida: amasar.

Amasar, es hacer pan.

Amasar, no es retorcer, estrujar, vilipendiar y ahogar; anegar lo que la hormiga humana con el esfuerzo del alma nace, crece, crea y da sentido.

Hay quienes confunden la vida, con la veleta de Voltaire.

Y quién hace de su vida un diario y nocturno juego codicioso.

A veces es más doloroso, pero más humano pararse para crecer.

Malvivir es sencillo.

Vivir es todo un ejercicio de humanidad.

La codicia sólo sirve para que un corazón se convierta en una piedra lanzada al vacío.

El agua no es codiciosa deja que el peso de esa piedra repose en el fondo del olvido.

La codicia no pesa, ni flota, ni permanece, ni aprehende. No da vida.

Hunde.

Se hunde.

Y con ella se vende lo único que no tiene precio en este juego de la vida: el alma.

A veces se hunde hasta el dolor extremo, proclive.

Y otras fenece.









This is England (2006)