Amé en aquella mirada lo que había de sospecha. Y el miedo de las cosas tenía en aquel espejo la ilusión de disentir del futuro. Contacto: jrubaz@hotmail.com
Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.
Aquello que miramos y no podemos ver es... lo simple. Y así, si casi no has tocado el barro, eres él. Cuartea. Elabora. Fragua. Bruñe. Construye. Lustra. Moldea. Alfarea. Me tienes en tus manos y me lees lo mismo que un libro. Te tienes... te lees. Sabes lo que yo ignoro y me dices las cosas que no me digo. Te sabes, te dices... ...Lo simple sólo es barro en tus manos, la vida.
Yo, bebedor de aire, en tu beso reconozco la tierra.
Tan distinta la piel, en los dos vientres de tu beso, un lenguaje con espacios blancos de lentitud y noche, un ritual de costumbres muy ajenas que marca en la muñeca el reloj de luna... la diferencia horaria de nuestra intimidad.
El azul va por delante en la piel de tu beso. Cuando yo abro los ojos, tú me los cierras. Cuando tú abres los míos, yo me deslumbro.
No sé si he sido náufrago allí, en la ínsula de tu lluvia pendiente de mis labios. No sé si fuiste la náufraga aquí, en las ruinas de mi boca perdida por tu nuca y rota por los jirones que hasta el uno eran historia.
Pero cruzo este océano si mi destino negro es el blanco imprevisto, curioso y letal de tu amor, y si mi soledad, como un perro callejero, se viene con mi luna de raza, de malamadre.
Es una rabia lagarta la que cierra los labios y las puertas a los recién llegados.
Sórdida gente triste, gente esquiva que nunca ha salido de sí. No recorren el aire, ni la tierra. No se pierden. No han sentido en su tez la luz de una pureza que nos salva y renace del dulce cuchillo de lo nuestro, no conocen los labios de otra lengua, no aman lo que se esconde entre la saliva de lo invisible y la pasión de nacerse a cada ingle.
No aprenden a besar.
Yo bebí de tu tierra y me bebiste el aire sucio de antaño, ahora cuando el aire se pone en pie de guerra, me quedan los ojos que por inventar acallan palabras muertas.
Yo, que bebo de tu aire. Nazco y me reconzco.
Me enseñaste a besar, sin rozar.
Por favor, un gin tonic azul antes que el aire me sorbe. Antes que tu tierra sea mi sangre.
Usar y tirar. Gracias. Recordatorio cíclico para acordarme de no creerme promesas ni prometer. Es muy sano. A la vista está. Jajajajaja ¡¡¡¡¡ Obras son amores y no, buenas razones. ....
Ícaro
Un lustro a la borda, mientras bordo viejas palabras de amor y viajes a la cicatriz futura.
{Ríome de ayeres endebles y ególatras}
Ayer perdido en el infinito y ahora, en la parvada, en aquella
cicatriz que cada vez que la sientes, que la notas, sin ser vista te
hierve y te acurruca en el infinito de allende, como bandada de pájaros
ícarianos que liban del sol la muerte más lenta pero, por supuesto,
esperan que la estrecha vida arreste la última nube antes que
encapotado, el cielo llueva sobre mojado... Y la
parvada, da bandazos, mientras el infinito se jacta de ser ayer, antes,
nunca.... y el futuro un guiso de rayos de miel grandilocuente, un hilo
de voz tullida, unas piernas de manos y unos dedos de ondulados cabellos
lacios y grises... turbio paisaje: el infinito endemoniadamente
arrastrándose por el plexo de las hormigax y el futuro anclado de las
ancas de áquel que sin madre pare el mundo mañana. Que sólo pudo nacer
dos veces. Ni una más. ¿Es más que su sabor el gusto a la vida...? Es todo, el absoluto y el redomado; el perdido y el recordado. Y se deja macerar, cocinar, en ebullición y al fundirse... se evapora. Tan
sólo queda el regusto, recalcitrante y agriamente caramelizado...
incubando porqués y quizás, desmintiendo inercias y viejas costumbres,
destrozando la luz del azul y el azul de su fuente. Manaban chorros de
aire puro y escupía su alegría el esputo de lágrimas de dicha. Y ahora,
mientras el infinito perdido anda vagando, el maldito recuerdo se
enjaula en un laberinto dónde la salida queda eterna y la entrada...
sólo es luciérnaga en las noches más cerdas, más perras, más sucias... ¿Es más que su aroma el gusto a la vida....? Saberse
perdido es una forma de encontrar respuesta a los silencios. Saberse en
tierra, camas, labios y manos de hoyes y nuncas es un modo de
reencontrar el silencio en el vacío. Saberse vacío, pozo del agujero y
ranura, muesca de la hierba es un sollozo para que la sonrisa encuentre
del silencio la forma de vida... Saberse sin estarse, saberse sin
tocarse, saberse desalmado, inocuo... es estirpe de nostalgia y raza de
zarzas en el camino... Saberse y no creer en el infinito, es
decididamente, la certeza... de que la mar, la orilla y el faro... se
quedaron tan lejos que las aguas son columnas de piedras madres y el
padre el martillo que las vara....
Ícaro
¿Es más que su recuerdo el gusto a la vida....? Era
mi vida, toda ella. Y ahora, apenas unas horas de volver a tocar una
pizca de infinito he comprendido que perdí para siempre todo lo que era
pureza, nobleza, humildad y sapiencia. Compromiso. Es una horrenda
sensación de orfandad espiritual. Le susurro...mi vida entera. Ya
no quedan preguntas sin respuesta, ni emociones en los silencios. Ni
nostalgia en los matices, ni siquiera una pizca de querencia por aquello
que fundió dos vidas en un universo. Ser consciente de esa oquedad
inflama las cicatrices y distorsiona la realidad. ¿ Alguien camina por
el aire... o nada por tierras angostas...? Ya no lo sé...ni quiero. Amaré
de su recuerdo lo que la luz enamoró al azul. Y sabré caminar por donde
el dolor y las cicatrices te recuerdan que por primera vez en vida
comprendí el sentido de nuestra existencia: El camino lo siembra, mima, nutre y protege.. al buen querer. Y
ese, cuando acaba, por acabado o inanimado no es más que el esfuerzo
cotidiano por hacer felices, por luchar, por creer y sentir que el
infinito es ayer. Qué mañana quizás no despierte. Y ahora no siento estar vivo.
Texto de San Agustín en una postal navideña del siglo IV dC
"Conversad y bromead entre vosotros, servíos bien, compartid libros de dulces palabras, intercambiad naderías y procuraros atenciones mutuas".
San Agustín, Obispo de Hipona: Confesiones. Siglo IV
Cuidaros muchísimo y disfrutad de vuestros seres queridos, de las personas que amáis y os aman. Estaré ausente entre dos, tres semanas. Aunque a finales de mes saldrán publicados posts programados. Se acaba otro y empieza el dieciséis. La vida en esencia es puro camino... pura senda.
Que estas fechas tan entrañables, íntimas y abarcantes os den paz y alegría.
De las andadas a los amores perros, de las esquirlas a si te he visto no me acuerdo. Entre las unas y los otros. Me quedo con la y.
Hugo & Ícaro
[Press delete, read once]
Últimamente me castigo demasiado,
severamente, olvido los placeres que los sentimientos, las emociones manan y me enrosco en los laberintos.
El xeso empieza a emparanoiarme y me sabe a casi nada. Busco los tres "te amo"
de mi Judas más querido y el perdón de mi reina, soy un ganapanes
ácrata. Pero claro, seré imbécil, los tres "te amo" no se pueden
comprar, alquilar, los "tres te amo" te los escupe quien bien te quiere y
entre lo saborío que ando y entre tanto tumbo indolente espero que la tumba no me
acicale con una ristra de laurel, que podría ser bien el matasellos para el
inframundo. No pasa nada.
Son épocas. Ahora es época de vendimia. De aprender. De prepararse.
Y
siguiendo con los espejismos, el amor perro es una divina excepción, es
un oasis en el desierto. Es pura chispa, puro vicio, pura ternura. Sabe
escuchar y discernir. Elegante y hermoso, bellísimo cuando se viste e
inteligente cuando se desnuda jugando con los verbos transitivos. Momentos insospechadox.
Siento
que la orquídea no es flor de un día, siento que las orquídeas son mi
vida. Pero sé que no estoy preparado para que se me coma el dolor de
cuajo y hasta entonces, hasta que me abra su camastro, hasta que me
despeje y despoje de sábanas encandenadas y me den las buenas noches sus
ojos, su mirada le seré leal donde más duele: en la sinceridad. Y ahí
estoy, aquí entre los mimos de guante blanco y los payasetes que juegan
con el agua tibia mientras se lavan despacio y entre risas, aguardando
que las circunstancias se rindan. Mucho amor entre algodones. El
algodón, es conocimiento.
Imagina. El silencio comido, corrido a
besos. Imagina. Los cuadros de cara a la pared. Imagina. El rubor con
cara de ángel endemoniándose. Imagina. No encontrar respuestas y
preguntarle al estofado ruso que especias faltan y cuales huelgan.
Soplar a un palmo, mientras se apelmaza el caldo, y se espesan las
acuarelas por definir. Untar los dedos y comerse las muñecas. Restregar
la espalda al suelo y que su sombra no se apiade. Imagina. El silencio
chasqueando pellizcos, lametones, mordiscos y succionando poros
enredados en una salsa calabresa hirviendo, mientras las uñax se dejan
chupar como la cuchara de madera se deja querer por las malas lenguas.
Mientras las uñax recuerdan, de un lado a otro, tantos cuadros rotos,
tantos cuadros por colgar, tantos cuadros por redondear, por cuadrar,
por olvidar. Tantos cuadros por nacer. Imagina, la dulce y tersa ira de
Diox cuando no tiene nombre, tiene cuerpo de alma endiabladamente
enigmática. Celosa de que los ojos extraños sólo se queden afuera, sin
penetrar ni un milímetro más, ni unas horas de menos. Imagina. El reto,
es sostener la mirada, sin pestañear. Y agachar. Rozarse de frente y
olerse. Repasarse con los ojos cerrados. Y recordar aquel lugar donde el
tiempo se nos muere al nacer el ritmo. El compás. Imagina, que no
comes, que no te comen, que preparas el jaleo con harina de otro costal.
Imagina que desbaratas rituales, intenciones, arquetipos que te
desimaginan antiguas prendas, antiguas mañas, antiguas mariposas
enjauladas entre cualquier jueves triste y el jueves de resurección.
Imagina
que Diox te farfulla mirándote a los ojos y te esputa toda la fé olvidada,
mientras uno se confiesa con todo el dolor del alma y toda la carne
pagana.
E imagina el más absoluto de los silencios.Sólo se toca la respiración, sólo se roza la inspiración.
Las manos se dan la cara.
Los labiox se muerden las ganas.
Los cuerpos, clavados en pie... a dos dedos del pulgar. El meñique se inquieta, impaciente.
Sosteniéndose, midiendo romperse. Asaltarse, quebrarse para entregarse a los cabos sueltos, a los nudos magros.
El más pequeño, siempre pasa inadvertido. Siempre parece que lo arrinconan. Pero.... no, preside el esplendor.
De acero y fondo blanco, y un pequeño galón de cinc.
El
más pequeño, no posee color, ni brillo, ni siquiera la fantasía
necesaria para deslumbrar. Bajo el espejo. Y en diagonal desde el sillón
de cuero zalamero, es como un santo y seña de la conciencia, de la
consciencia. El más pequeño, guarda secretos y la más ortodoxa de las
biblias carnales. No contiene letras, ni lecciones, ni te dice lo que se
ha de hacer o deshacer. Pura simbología, su misión es pequeña. Recordar
que la noche no es una gótica sombra, sino un camino sombrío... repleto
de rosas y espinas, plagado de estrellas fugaces, de algunas luces y
mucha oscuridad. Su valor es incalculable, nos posiciona. No en lugar,
ni tiempo. Sino en espacio y aire. Aire y espacio. Despacio, despacio, despacio. Aire y
espacio. Servilletas de acero y tenedores de papel. Cerveza y agua,
mucha agua. Entre la mesita oval y los cuchillos de porcelana. El
silencio tintinea, rasga y rompe. Y el cúmulo de pasos de cebra da lugar
a un libro de cabecera..... El paisaje de mi tierra, la desnudez de mis
tierras. Tómalas por y dónde quieras. Como gustes. Son a ratos tuyos,
luego de nadie. Son nadies, los míos.
Olvidamos los xesos. Los trapos y las tropas. Las luces. Las horas. Amanece. ¿O anochece....?
El xeso duerme.
Huele a café denso, profundo, chorros de conversación sobre colillas y cenizas en el Monte del Olvido, en el dintel de tus manoscuenco.
El argumento se sostiene bajo las prendas desperdigadas por Pulgarcito.
La dulce y tersa ira de Diox, es como el alma y el cuerpo del más perro de los amores.
Su
alma no deja de desprender lo que desearía encontrar más allá de
aquellas cuatro paredes. No puede disimularlo. Hay miradas, ojos que
entierran una atrayente nostalgia que desquicia a las palabras. De
gestos apocados, mastica despacio y traga pausadamente. Mira serena y
contempla la expectativa. Mientras sus cabellos parecen pendientes
libres del lóbulo de la costumbre. Su alma es noble, auténtica y directa. Su celo es cazurro, sus
celos humanos, sus miedos de persona persona persona y su angustia,
compartida. ¿Quién no muerde, quién no ladra a sus angustias.....? Hablar con la boca llena es de mala
educación, y si algo tenemos, es una peculiar educación, buena,
suficiente y discreta. Tragamos y con las puntas de las servilletas las
comisuras suben las cremalleras, descorchan los encajes y relamen las
pequeñas motas de polvo, de polen. De adioses. Y de reencuentros imposibles en el olvido del nunca un lazo anudó más despacio que el correvuelanada de su soslayo.
Los botones hacen el resto.
El ojal de la prudencia.
Imperdonable, la tersa ira de Diox, imperdonable amor perro.
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, al borde del abismo, estoy clamando a Dios. Y su silencio, retumbando, ahoga mi voz en el vacío inerte.
Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas. Abro los ojos: me los sajas vivos. Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas. Ser -y no ser- eternos, fugitivos. ¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Si
la historia de esta mujer es real ―y todo parece indicar que lo es―,
probablemente nos encontremos ante uno de los casos más extremos de
obsesión por la aprehensión temporal y de soledad interior que haya dado
la fotografía. Aunque nació en 1926, Vivian Maier sólo comenzó a
existir en 2007. [Vivian Maier (1926-2009), cuyo trabajo hemos conocido a título póstumo,
realizó cientos de miles de fotografías, algunos cortometrajes y
registros de audio durante toda su vida, mientras trabajaba de niñera].
Cuando un joven aficionado a la historia, llamado John
Maloof, compró una caja de fotografías antiguas en una de esas subastas
vecinales a las que, a juzgar por lo que se ve en películas y series de
televisión, los estadounidenses deben de ser muy aficionados. Según su
propio relato, Maloof estaba buscando material con el que ilustrar un
futuro libro acerca del Northwest Side de Chicago, donde se había mudado
un par de años atrás. Pagó cerca de cuatrocientos dólares por la caja,
pero en un primer vistazo consideró que su contenido no se ajustaba a lo
que él necesitaba, así que las fotografías quedaron aparcadas hasta que
el libro estuvo editado. Sólo después se detuvo a revisar con calma lo
que había adquirido y descubrió un auténtico tesoro en forma de
fotografías y negativos sin revelar. Desde entonces, su vida contó con
dos pasiones nuevas: la fotografía a la vieja usanza y conocer a quién
se escondía al otro lado de las instantáneas.
Poco a poco, fue descubriendo a una mujer
bastante excéntrica y tremendamente escurridiza. Al parecer, había
trabajado como niñera residente para varias familias de Nueva York y
Chicago, donde pasó la mayor parte de su vida. Seguir su pista se
convirtió en un bendito infierno para Maloof, puesto que Vivian era
aficionada a contar historias falsas acerca de su pasado y a no
facilitar con frecuencia su verdadero nombre, un pequeño lujo que sólo
pueden permitirse los ciudadanos de los países de carecen de documento
nacional de identidad obligatorio. Vivian solía presentarse como
francesa a las familias a las que servía ―supongo que lo hacía porque en
el imaginario colectivo eso elevaba su caché de niñera al de
institutriz―, pero lo cierto es que nació en Nueva York a principios del
siglo XX; eso sí, hija de una francesa y de un austríaco, ambos judíos,
que habían inmigrado a La Gran Manzana unos años antes. En algunas
fuentes se afirma que pasó casi toda su niñez y juventud en Francia,
pero no he encontrado datos concluyentes y no cabe duda de que
únicamente poseía la nacionalidad estadounidense.
Todos los que convivieron con Vivian
Maier afirman que nunca salía de casa sin alguna de sus cámaras
Rolleiflex colgada del cuello; pero nadie recuerda haber visto jamás una
foto realizada por ella ni habérselo solicitado en ninguna ocasión.
Desde luego, ella tampoco se ponía demasiado pesada en enseñarlas: todo
parece indicar que sólo fotografiaba para sí misma, que no concebía más
público que su propio disfrute y que no se le pasaba por la cabeza la
idea de la posteridad. No se le conocen amantes, ni siquiera amigos o
amigas con los que se viera a menudo; pero tampoco se la define como una
persona tímida o cohibida. Parece que los niños a los que cuidó la
adoraban, y pasó largas temporadas en cada una de las casas en las que
residió, por lo que se puede presumir que las familias a las que asistió
estaban más que contentas con ella. Sus cientos de sorprendentes
autorretratos revelan la personalidad de alguien humilde y
bienintencionado, poseído por una curiosidad desbordante y por ese
anhelo imposible de detener el tiempo que ha torturado a tantos
creadores a lo largo de la historia. El examen de su legado material
demostró que esos desesperados intentos por paralizar el transcurso de
los días no sólo se manifestaban mediante la captación de imágenes
estáticas, sino que Maier había grabado varias películas en Super-8 y
fonografiado conversaciones con desconocidos que se encontraba por la
calle, así como que se había dedicado a coleccionar miles de recortes de
prensa cuidadosamente archivados en multitud de cuadernos, si bien
todos ellos con el signo común de lo luctuoso: tan sólo guardaba
obituarios y noticias sobre crímenes y sucesos escabrosos. Por las
apariencias, alguien podría aventurar que se trataba de una marciana
enviada para estudiar la naturaleza humana, de no ser porque su primer
objeto de estudio era ella misma. En este sentido, llama muchísimo la
atención que entre sus autorretratos no se encuentre ningún desnudo;
aunque quizá sea pronto para aseverar ese extremo, dado que la mayor
parte de su ingente trabajo permanece aún sin publicar. Y en rigor, y a
pesar de contar con cerca de ciento cincuenta mil negativos, la obra
conocida de Maier permanecerá incompleta para siempre, porque a menudo
encuadraba sus fotos recortándolas una vez que las había revelado. De
este modo, aunque se impriman todos los clichés, resultará imposible
saber cómo las hubiese acabado su autora.
Algunos críticos han afirmado que su
misteriosa historia resulta mucho más interesante que su obra, pero yo
no estoy de acuerdo con ellos. En primer lugar, porque no creo que se
pueda separar la una de la otra: el trabajo de cualquier artista lleva
cuerpo y lleva alma, y sólo conociendo ambos pueden disfrutarse sus
creaciones plenamente ―al fin y al cabo, su historia provocó su obra y
su obra condicionó su historia―. En un plano más objetivo, creo que nos
encontramos ante una auténtica maestra del robado; no tanto por su
ortodoxia técnica, que ha sido criticada como algo deficiente en
ocasiones, sino por poseer una puntería increíble para captar el momento
justo donde el ser humano se muestra más humano, es decir: más
extrañamente animal. Esos errores técnicos, que tampoco son frecuentes,
se justifican fácilmente si tenemos en cuenta la dificultad de disimular
los mamotretos con los que trabajaba ―en comparación con las miniaturas
actualmente disponibles― y la urgencia de disparo que requería la
plasmación de su idea; mientras que su habilidad para congelar el
instante preciso sólo puede ser explicada por la posesión innata de una
capacidad de observación y de una sensibilidad exacerbada combinada con
una intuición prodigiosa: ¿cómo era capaz de saber lo que iba a ocurrir
en los próximos segundos? Actualmente es posible disparar ráfagas
amplias sin coste alguno, y así es cómo se consiguen la práctica
totalidad de las fotografías impactantes; pero parece que los medios
económicos con los que contaba Maier no le concedían ese lujo. Sin dejar
de ser una mera aficionada, digamos que Maier obtenía con una caña de
sedal y anzuelo lo que muchos profesionales actuales no logran ni con
las redes de arrastre más tupidas.
En cualquier caso, su condición de
aficionada se circunscribe al hecho de que jamás cobró ni pretendió
cobrar por su trabajo. Nunca recibió ningún encargo ni lo persiguió;
pero eso no quiere decir que su formación fuese estrictamente
autodidacta: algunas fuentes refieren que, en su primera niñez, su madre
y ella convivieron algún tiempo con una pionera de la fotografía
surrealista llamada Jeanne J. Bertrand. He de confesar que jamás había
escuchado su nombre, y la verdad es que resulta dificilísimo encontrar
referencias acerca de esta mujer si no es, precisamente, en relación con
Vivian Maier. La más aclaratoria me ha llegado gracias al trabajo de
investigación realizado por claus01 para el blog artificial10.
En su artículo incluye un enlace a una reproducción en “pdf” de una
página del Boston Globe del 23 de agosto de 1902, donde se la describe
como “la obrera que se ha convertido es uno de los más famosos fotógrafos de Connecticut”. (Éste es el enlace al referido blog, desde donde se puede acceder al facsímil: http://artificial10.wordpress.com/2011/03/20/pioneer-of-photography-jeanne-j-bertrand/)
Muchas de sus fotografías desprenden también un finísimo sentido del
humor y, en general, una pasión por la vida que contrasta con la imagen
que parecen proyectar sus costumbres. Para la mayoría de los que han
escrito sobre ella ha sido fácil definirla como una Mary Poppins que
había cambiado el paraguas por una cámara de fotos, pero a mí me resulta
una comparación de lo más superficial y desafortunada: la Poppins tenía
amigos hasta dentro de las chimeneas, y esta mujer daba la impresión de
ser una completa solitaria, por elección o por resignación. Lo que
nunca sabremos es si, como a su colega de ficción, se le permitía
sumergirse en mundos de fantasía con sólo dibujar un par de rayas de
tiza en el suelo. Quizá eso explicaría muchas cosas.
A través de estos enlaces, que yo sepa,
se tiene acceso a la totalidad de las fotos realizadas por Vivian Maier
que John Maloof ha tenido a bien compartir públicamente hasta el
momento: http://www.vivianmaier.com/ http://vivianmaier.blogspot.com.es/
(La búsqueda de John Maloof finalmente
tuvo éxito: el 23 de abril de 2009, tras dos años siguiendo su pista,
consiguió dar con el último domicilio de Vivian Maier. Desgraciadamente,
Vivian había fallecido dos días antes a la edad estimada de ochenta y
tres años.)
It's the first day of spring
And my life is starting over again
Well the trees grow, the river flows
And its water will wash away my sin
For I do believe that everyone
has one chance to fuck up their lives
Like a cut down tree, I will rise again
I'll be bigger, and stronger than ever before
If I'm still here hoping, that one day you may come back
If I'm still here hoping, that one day you may come back
There's a hope in every new seed
And every flower that grows on the Earth
And though I love you, and you know that
Well I no longer know what that's worth
And I'll come back to you, in a year or so
And rebuild ready to become
Oh the person, you believed in
Or the person that you used to love
If I'm still here hoping, that one day you may come back
If I'm still here hoping, that one day you may come back
Es el primer día de primavera
Y mi vida está empezando de nuevo
Los árboles crecen, el río fluye
Y su agua lavará mis pecados
Pues yo creo que todo el mundo tiene una oportunidad
De joderse la vida
Pero como un árbol cortado, me levantaré otra vez
Y seré más grande y más fuerte que nunca antes
Pues aún sigo aquí con la esperanza de que algún día vuelvas
Pues aún sigo aquí con la esperanza de que algún día vuelvas
Hay esperanza en cada nueva semilla
Y en cada flor que crece sobre la Tierra
Y aunque te amo, y lo sabes
Bueno ya no sé qué es lo que vale la pena
Pero volveré a ti en un año o así
Y reconstruiré, estaré listo para convertirme
En la persona en la que creías
En la persona que solías amar
Pues aún sigo aquí con la esperanza de que algún día vuelvas
Pues aún sigo aquí con la esperanza de que algún día vuelvas
C-man
Y cuando digo que algún día vuelvas es por y para aquella alma noble y pura que nació en nuestro interior, para que vuelva a brotar de aquellas maltrechas y secas flores salvajes.
Es una canción sencilla, humilde pero su musicalidad y su violín balsámico anestesió una parte, fundamental por otra parte en mi interior, de mi vida.
Esta canción me acompañó en muchos viajes, en tantas noches y al despertar. Me serenó y acunó, me desveló y mesó.
In crescendo su último minuto es tan emotivo que una y otra vez podría revivirlo e interiorizarlo como parte de una nana adulta para alivio y sosiego. Para, sonrisa serena y feliz. Para, amarme en el más dulce de los conticinios.
Hay muchísimas canciones este año que me han poseído y mecido. Muchas que me han atrapado, fascinado, tocado. Divertido y emocionado. Muchas que me traen grandiosos recuerdos y momentos. Insospechados, ¡ Cómo no !
La música es parte de mí. Sin ella, no sería yo. Ni mi yo, nada.... nadie.
Pero sin dudarlo me quedo con ésta, es un antes y después en mi vida.
Y ella ha sido leal, fiel y sincera compañera de sendas y simiente. Dulce simiente.
Nunca ha dejado de sonar y rozar mi alma.
Gracias por seguir emocionándome a cada instante... cada segundo son los primeros días de primavera.
...Y bajo la lápida invisible.. un faro en la piedrecita que flota,
supervive y anida en cada orilla perdida que el mar de la esperanza
troba para dejarse mojar en la sequía, para empaparse en la frontera sin
agacharse, ni rendirse. Adueñándose del aire, sin salpicar. Arrimándose, sin encogerse, ni poseerse. Naciendo agua para que muera la tierra yerma. Cruzamos el sendero infinito tras el charco de nuestras manos. Cuenco. Besorbo. Y el precipicio
zenital nos sonríe cómplice, sosegado, fértil. Nos une el amor. Por supuesto, que nos une el amor como se entiende cuando da
al nudo el ombligo del mundo, y será que cada lazo es ombligo en un
mundo que deseamos que nazca en cuerpo y alma. Nos ofrecemos y encontramos sin la esperanza de
unir la eternidad en plebiscito, lo liviano en frágil, lo cotidiano en desidia, el entramado en jaula, crece y roza. Curte. Aprehende. Lo que
nos convierte en intangible invisibilidad y lo emocional, lo coetáneo en
trascendente.
Nos une el amor, y ahí, las escrituras no existen.
Ni las que se registran, ni las sagradas.
Ni las que el viento se llevará o la marea embarrará.