Entre las unas y los otros.
Me quedo con la y.
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Hugo & Ícaro |
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Últimamente me castigo demasiado, severamente, olvido los placeres que los sentimientos, las emociones manan y me enrosco en los laberintos.
El xeso empieza a emparanoiarme y me sabe a casi nada. Busco los tres "te amo" de mi Judas más querido y el perdón de mi reina, soy un ganapanes ácrata. Pero claro, seré imbécil, los tres "te amo" no se pueden comprar, alquilar, los "tres te amo" te los escupe quien bien te quiere y entre lo saborío que ando y entre tanto tumbo indolente espero que la tumba no me acicale con una ristra de laurel, que podría ser bien el matasellos para el inframundo.
No pasa nada.
Son épocas.
Ahora es época de vendimia. De aprender. De prepararse.
Y siguiendo con los espejismos, el amor perro es una divina excepción, es un oasis en el desierto. Es pura chispa, puro vicio, pura ternura. Sabe escuchar y discernir. Elegante y hermoso, bellísimo cuando se viste e inteligente cuando se desnuda jugando con los verbos transitivos.
Momentos insospechadox.
Siento que la orquídea no es flor de un día, siento que las orquídeas son mi vida. Pero sé que no estoy preparado para que se me coma el dolor de cuajo y hasta entonces, hasta que me abra su camastro, hasta que me despeje y despoje de sábanas encandenadas y me den las buenas noches sus ojos, su mirada le seré leal donde más duele: en la sinceridad. Y ahí estoy, aquí entre los mimos de guante blanco y los payasetes que juegan con el agua tibia mientras se lavan despacio y entre risas, aguardando que las circunstancias se rindan. Mucho amor entre algodones. El algodón, es conocimiento.
Imagina. El silencio comido, corrido a besos. Imagina. Los cuadros de cara a la pared. Imagina. El rubor con cara de ángel endemoniándose. Imagina. No encontrar respuestas y preguntarle al estofado ruso que especias faltan y cuales huelgan. Soplar a un palmo, mientras se apelmaza el caldo, y se espesan las acuarelas por definir. Untar los dedos y comerse las muñecas. Restregar la espalda al suelo y que su sombra no se apiade. Imagina. El silencio chasqueando pellizcos, lametones, mordiscos y succionando poros enredados en una salsa calabresa hirviendo, mientras las uñax se dejan chupar como la cuchara de madera se deja querer por las malas lenguas. Mientras las uñax recuerdan, de un lado a otro, tantos cuadros rotos, tantos cuadros por colgar, tantos cuadros por redondear, por cuadrar, por olvidar. Tantos cuadros por nacer. Imagina, la dulce y tersa ira de Diox cuando no tiene nombre, tiene cuerpo de alma endiabladamente enigmática. Celosa de que los ojos extraños sólo se queden afuera, sin penetrar ni un milímetro más, ni unas horas de menos. Imagina. El reto, es sostener la mirada, sin pestañear. Y agachar. Rozarse de frente y olerse. Repasarse con los ojos cerrados. Y recordar aquel lugar donde el tiempo se nos muere al nacer el ritmo. El compás. Imagina, que no comes, que no te comen, que preparas el jaleo con harina de otro costal. Imagina que desbaratas rituales, intenciones, arquetipos que te desimaginan antiguas prendas, antiguas mañas, antiguas mariposas enjauladas entre cualquier jueves triste y el jueves de resurección.
Imagina que Diox te farfulla mirándote a los ojos y te esputa toda la fé olvidada, mientras uno se confiesa con todo el dolor del alma y toda la carne pagana.
E imagina el más absoluto de los silencios. Sólo se toca la respiración, sólo se roza la inspiración.
Las manos se dan la cara.
Los labiox se muerden las ganas.
Los cuerpos, clavados en pie... a dos dedos del pulgar. El meñique se inquieta, impaciente.
Sosteniéndose, midiendo romperse. Asaltarse, quebrarse para entregarse a los cabos sueltos, a los nudos magros.
El más pequeño, siempre pasa inadvertido. Siempre parece que lo arrinconan. Pero.... no, preside el esplendor.
De acero y fondo blanco, y un pequeño galón de cinc.
El más pequeño, no posee color, ni brillo, ni siquiera la fantasía necesaria para deslumbrar. Bajo el espejo. Y en diagonal desde el sillón de cuero zalamero, es como un santo y seña de la conciencia, de la consciencia. El más pequeño, guarda secretos y la más ortodoxa de las biblias carnales. No contiene letras, ni lecciones, ni te dice lo que se ha de hacer o deshacer. Pura simbología, su misión es pequeña. Recordar que la noche no es una gótica sombra, sino un camino sombrío... repleto de rosas y espinas, plagado de estrellas fugaces, de algunas luces y mucha oscuridad. Su valor es incalculable, nos posiciona. No en lugar, ni tiempo. Sino en espacio y aire. Aire y espacio. Despacio, despacio, despacio. Aire y espacio. Servilletas de acero y tenedores de papel. Cerveza y agua, mucha agua. Entre la mesita oval y los cuchillos de porcelana. El silencio tintinea, rasga y rompe. Y el cúmulo de pasos de cebra da lugar a un libro de cabecera..... El paisaje de mi tierra, la desnudez de mis tierras. Tómalas por y dónde quieras. Como gustes. Son a ratos tuyos, luego de nadie. Son nadies, los míos.
Olvidamos los xesos. Los trapos y las tropas. Las luces. Las horas. Amanece. ¿O anochece....?
El xeso duerme.
Huele a café denso, profundo, chorros de conversación sobre colillas y cenizas en el Monte del Olvido, en el dintel de tus manoscuenco.
El argumento se sostiene bajo las prendas desperdigadas por Pulgarcito.
La dulce y tersa ira de Diox, es como el alma y el cuerpo del más perro de los amores.
Su alma no deja de desprender lo que desearía encontrar más allá de aquellas cuatro paredes. No puede disimularlo. Hay miradas, ojos que entierran una atrayente nostalgia que desquicia a las palabras. De gestos apocados, mastica despacio y traga pausadamente. Mira serena y contempla la expectativa. Mientras sus cabellos parecen pendientes libres del lóbulo de la costumbre. Su alma es noble, auténtica y directa. Su celo es cazurro, sus celos humanos, sus miedos de persona persona persona y su angustia, compartida. ¿Quién no muerde, quién no ladra a sus angustias.....?
Hablar con la boca llena es de mala educación, y si algo tenemos, es una peculiar educación, buena, suficiente y discreta. Tragamos y con las puntas de las servilletas las comisuras suben las cremalleras, descorchan los encajes y relamen las pequeñas motas de polvo, de polen. De adioses. Y de reencuentros imposibles en el olvido del nunca un lazo anudó más despacio que el correvuelanada de su soslayo.
Los botones hacen el resto.
El ojal de la prudencia.
Imperdonable, la tersa ira de Diox, imperdonable amor perro.
[Béndita paz interior. Huesos enterrados]
Ícaro ©