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Ícaro |
Existen orquídeas que atraen a las
abejas con la promesa de alimento imitando el aspecto de las flores
productoras de néctar. Existen, incluso algunas, como la Orquídea
Drácula, que seducen a los mosquitos con una batería de olores
desagradables, desde el hedor a hongos y carne podrida hasta el olor de
orina de gato o pañales hacinados….
La Orquídea Ophrys, a las que algunos
botánicos, denominan la Orquídea Promiscua, no ofrece ninguna recompensa
de néctar, ni de polen, sino que seduce a los machos de abejorro con
una promesa de sexo apícola y después se asegura la polinización
procediendo a fustrar el deseo que ha instigado en ellos. La planta,
logra llevar a cabo su engaño sexual imitando el aspecto, el olor e
incluso el tacto de una abeja hembra.
En abril cuando florecen, en la singular Cerdeña, desde un coche en marcha es fácil distinguirlas.
De cerca, el labio inferior de estas
diminutas orquídeas tiene un parecido extraordinario con una hembra de
abeja vista por detrás. Esa seudoabeja, que algunas especies de Ophrys
presenta incluso pelos falsos y estructurosas membranosas que parecen
codos e iridiscentes alas plegadas, parece tener la cabeza metida en una
verde flor, formada por los sépalos de la flor auténtica.
Para reforzar el engaño, desprende un
olor que, según se ha demostrado, coincide exactamente con los feromonas
de la abeja hembra.
La abeja macho atraida, se posa en la trampa tendida e intenta copular.
En medio de estos inútiles esfuerzos,
empuja el ginostemo de la orquídea (una estructura que alberga los
órganos reproductores masculinos y femeninos), y dos masas amarillas
llenas de polen (polinios) se le quedan pegadas al dorso con una
sustancia adhesiva de secado rápido.
La frustración aumenta.
La abeja comprende que cayó en su
trampa, entonces sale volando bruscamente, con los polinios adheridos,
en busca de la auténtica compañía femenina.
Estas abejas se denominan “penes
voladores”, porque se convierten en las auténticas colonizadoras de
estas enigmáticas y atrayentes flores que en más de veinticinco mil
diferentes especies poblan los cinco continentes.
Y siguen seduciendo a los insectos y al mayor de ellos, el ser humano.
Nace el dilema, entre sexo y comida,
jaleo y jadeo….las prioridades las regula, dicta y muestra ella: la
reina de la colmena… la madre de la naturaleza….
La prima donna.
La mujer, madre del meollo, del labelo
crepuscular donde los zánganos hincan los incisivos desde el día en
que les engendran hasta el día que los incineran.
La pleitesía.
Dedicado a la estrategia femenina, al
poder de la seducción invisible, al rigor mortis de la intuición, y a la
lluvia de los besos robados.
El cebo era un anacrónico camelo.
El fiasco del cebo era el celo. Un desatado hijo de Dédalo derritiéndose en la trampa del juego atemporal.
Reniego de la belleza, porque es belleza aplastante. Edipo triunfó, y el Párnaso se anegó.
Un vacío de meses, nada... absoluta nimiedad.
Y la opulencia de la carnalidad. En canal.
Y la opulencia de la carnalidad. En canal.
Una ojerosa y desatada ceguera se interpuso entre los pétalos de sus yemas y el cardo borriquero de casi a tres mil.
Lo que la alcoba nació, bien mecido y adormilado en duermevela se acuna.
Las agujetas, perras... bostezan.
Las imágenes fluyen en aquellos charcos de mecramé.
La costura, los jirones, los bocados, los flashes, las poses, las exculturas y el cuadro, cubiertos por las sábanas de una perspectiva tan particular como libre.
Ella segrega una única gota de néctar a
treinta centímetros del fondo de su espolón… y nuestras lenguas hermanas
de leche encontrarán la manera de entroncarse para saber que sin
decirse nada, todo se siente.
Todo se intuye, hasta lamerse.