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sábado, 8 de diciembre de 2012

LSD, el hijo problemático de Albert Hofmann



por Stanislav Grof 

 El uso de las substancias psiquedélicas se remonta al alba de la humanidad. Desde tiempos inmemoriales, los ingredientes de plantas que contienen poderosos compuestos que expanden la consciencia, han sido utilizados en diferentes zonas del mundo para producir estados no-ordinarios de consciencia en diversos contextos espirituales y rituales. Han tenido un papel de la mayor importancia en las prácticas chamánicas, las ceremonias de sanación aborígenes, los ritos de paso, los misterios de muerte y renacimiento y las tradiciones espirituales. Las culturas antiguas y nativas que utilizan las sustancias psiquedélicas tienen a éstas en alta estima y las consideran sacramentos: “carne de los dioses”.
Los grupos humanos que tuvieron a su disposición plantas psiquedélicas, se aprovecharon de sus efectos enteogénicos (literalmente lo divino dentro de uno) e hicieron de ellas el vehículo principal de su vida ritual y espiritual. Las preparaciones elaboradas a partir de dichas plantas hacían de mediadoras en el establecimiento del contacto vivencial con las dimensiones arquetípicas de la realidad: deidades, ámbitos mitológicos, animales de poder, fuerzas numinosas y aspectos de la naturaleza. Otro ámbito importante en el que los estados producidos por los psiquedélicos tenían un papel crucial era el diagnóstico y la sanación de distintos transtornos.
La literatura antropológica incluye muchos informes que indican que las culturas nativas utilizaban los psiquedélicos para cultivar la intuición y la percepción extrasensorial con distintos propósitos adivinatorios y prácticos, como los de encontrar a personas perdidas, obtener información sobre personas en lugares remotos y seguir los movimientos de la caza. Además, las experiencias psiquedélicas servían como importantes fuentes de inspiración artística que proporcionaban ideas para rituales, pinturas, esculturas y cantos.
 En la historia de la medicina china, los informes sobre substancias psiquedélicas pueden remontarse a unos 3.000 años atrás. La legendaria poción divina, conocida como haoma en el antiguo Zend Avesta persa y como soma en los Vedas indios, era utilizada por las tribus indo-iraníes hace milenios. Los estados místicos de consciencia producidos por el soma fueron probablemente la fuente principal de la religión hindú y védica. Las preparaciones a partir de distintas variedades de cañamo han sido fumadas e ingeridas bajo distintos nombres -hashish, charas, bhang, ganja, kif y marihuana- en los países orientales, en África y en la zona del Caribe, de forma recreativa y lúdica así como en ceremonias religiosas. Constituyen un sacramento importante para grupos tan diversos como los brahamanes, algunas órdenes sufíes y los rastafaris jamaicanos, entre otros.
El uso ceremonial de distintas substancias psiquedélicas tiene también una dilatada historia en Centroamérica. Plantas muy eficaces a la hora de alterar la mente eran bien conocidas por diversas culturas pre-colombinas: los aztecas, los mayas, los olmecas y los mazatecas. Las más conocidas son peyote un cactus mejicano (Anhalonium Lewinii), el hongo sagrado teonancatl (Psilocibe mexicana) y el ololiuqui, o don diego de día (Rivea corymbosa). Dichas substancias han sido utilizadas como sacramentos hasta la actualidad por diversas tribus de indios mejicanos (huicholes, mazatecas, cora, etc.) y por la Iglesia Nativa Americana.
La famosa ayahuasca, o yajé, sudamericana es una infusión elaborada a partir de una liana de la selva (Banisteriopsis caapi) junto con otros aditivos. La zona del Amazonas es conocida también por su variedad de rapés psiquedélicos (Virola callophylla, Piptadenia peregrina). Las preparaciones a partir de la raíz del arbusto eboga (Tabernanthe iboga) han sido utilizadas por las tribus africanas, en dosis bajas, como estimulante en las partidas de caza de leones y viajes en canoa; en dosis altas, como sacramento ritual. La lista citada representa únicamente una exigua fracción de los compuestos psiquedélicos que se han utilizado a lo largo de siglos en distintos países del mundo. El impacto que las experiencias logradas en dichos estados ha tenido sobre la vida cultural y espiritual de las sociedades pre-industriales, ha sido enorme.

Las personas de nuestro ámbito cultural, que consideran el uso de las plantas psiquedélicas como algo que practican culturas exóticas y “primitivas” y que es una costumbre ajena a nuestra tradición, se sorprenderían al descubrir que las substancias psiquedélicas influenciaron mucho la antigua cultura griega, considerada como cuna de la civilización europea. Muchos gigantes de la cultura griega, incluyendo a Platón, Aristóteles, Alcibíades y Pindaro, entre otros, fueron iniciados de los misterios mediterráneos de muerte y renacimiento que se llevaban a cabo en honor a Demeter, Persefone, Dionisios, Atis, Adonis, Orfeo, etc. Según las investigaciones modernas, la pócima sagrada kykeon, administrada a miles de iniciados en los misterios de Eleusis cada cinco años durante prácticamente dos milenios, contenía un alcaloide ergótico similar a la LSD. Los psiquedélicos eran también ingredientes de los vinos utilizados en las bacanales.
La larga historia del uso ritual de plantas psiquedélicas contrasta agudamente con una historia relativamente corta de esfuerzos científicos para identificar sus alcaloides psicoactivos y estudiar sus efectos. La primera sustancia psiquedélica que fue sintetizada en forma química pura y explorada de forma sistemática bajo condiciones de laboratorio, fue la mescalina, el alcaloide activo del peyote. Los experimentos clínicos llevados a cabo en las tres primeras décadas del siglo XX con esta sustancia, se centraron en la fenomenología de la experiencia mescalínica y sus interesantes efectos sobre la percepción artística y la expresión creativa. Sorprendentemente, no revelaron su potencial terapéutico, heurístico y enteogénico. Kurt Beringer, autor del influyente libro Der Meskalinraush (La embriaguez mescalínica) publicado en 1927, concluía que la mescalina producía psicosis tóxica.
Tras estos precursores experimentos clínicos con mescalina, se hicieron muy pocas investigaciones en este fascinante y problemático ámbito hasta que en 1942, año que marcaría una época, Albert Hofmann descubrió de forma accidental las propiedades psiquedélicas de la LSD-25, o dietilamida del ácido lisérgico, una sustancia de potencia extraordinaria. Este nuevo derivado del ergot sintético, activo en cantidades increíblemente minúsculas de microgramos, o gamas (millonésimas de gramo), inició una era revolucionaria de investigación en la psicofarmacología, psicología, psiquiatría y psicoterapia. A causa de las increíbles promesas que brindaba en diferentes campos de investigación, Albert Hofmann consideró a esta nueva sustancia un “hijo prodigioso”.

El descubrimiento de los poderosos efectos psiquedélicos de minúsculas dosis de LSD pusieron en marcha lo que se ha venido en llamar la “era dorada de la psicofarmacología”. Durante un periodo relativamente corto de tiempo, el esfuerzo conjunto de bioquímicos, farmacólogos, neuropsicólogos, psiquiatras y psicólogos estableció las bases de una nueva disciplina científica que podemos denominar “farmacología de la consciencia”. Sustancias activas de otras plantas psiquedélicas fueron identificadas químicamente y preparadas en forma química pura. Tras el descubrimiento de los efectos psiquedélicos de la LSD-25, Albert Hofmann identificó los principios activos de los hongos mágicos mejicanos (Psilocibe mexicana), la psilocibina y la psilocina, y los del ololiuqui, o don diego de día (Ipomoea violacea), que resultó ser monoetilamida de ácido lisérgico (LAE-32), muy relacionada con la LSD-25.


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El conjunto de las sustancias psiquedélicas se vio posteriormente enriquecido por derivados psicoactivos de la triptamina -DMT (dimetil-triptamina), DET (dietil-triptamina) y DPT (dipropiltriptamina)- sintetizados y estudiados por el grupo de químicos de Budapest liderados por Steven Szara. Los principios activos del arbusto africano Tabernanthe eboga, ibogaina, y el alcaloide puro del principal ingrediente de la ayahuasca, Banisteriopsis caapi, conocido con los nombres de harmalina, yageina y telepatina, ya habían sido aislados e identificados químicamente a principios del siglo XX. En la década de los años cincuenta, los investigadores tenían a su disposición una amplia gama de alcaloides psiquedélicos en forma pura. Ahora se hacía posible el estudio de sus propiedades en el laboratorio así como la exploración de la fenomenología de sus efectos clínicos y su potencial terapéutico. La revolución desencadenada por el accidental descubrimiento de Albert Hofmann estaba a punto de iniciar el vuelo. 
Tras la publicación del primer artículo clínico sobre la LSD a cargo de Walter A. Stoll, a finales de la década de los años cuarenta, en el que el autor describía los efectos de esta extraordinaria sustancia en un grupo de voluntarios y pacientes psiquiátricos y mencionaba su posible potencial terapéutico, el “hijo prodigioso” de Albert Hofmann se convirtió en una sensación en el mundo científico. Nunca antes en la historia de la ciencia había tenido una sustancia un futuro tan prometedor en tal variedad de campos de interés.
Para los neurofarmacólogos y los neuropsicólogos, el descubrimiento de la LSD significaba el inicio de una edad de oro en el campo de la investigación que podía resolver muchas incógnitas relacionados con los neuroceptores, neurotransmisores, antagonistas químicos, el papel de la serotonina en el cerebro y las intrincadas interacciones bioquímicas que subyacen a los procesos cerebrales.

Los psiquiatras experimentales veían la LSD como un medio único para crear un modelo de laboratorio para las psicosis funcionales que se producían de forma natural o endógena. Tenían la esperanza de que las “psicosis experimentales”, producidas por minúsculas dosis de dicha sustancia, podrían proporcionar nuevas visiones profundas sobre la naturaleza de estos misteriosos trastornos y abrir nuevas vías para su tratamiento. De repente se pudo concebir que el cerebro u otras partes del cuerpo pudieran, bajo ciertas circunstancias, producir pequeñas cantidades de una sustancia con efectos similares a los de la LSD. Lo que significaba que trastornos como la esquizofrenia tal vez no fueran enfermedades mentales, sino aberraciones metabólicas que podían contrarrestarse mediante intervenciones químicas específicas. La promesa de esta investigación era, ni más ni menos, hacer realidad el sueño de los clínicos biológicamente orientados -el Santo Grial de la psiquiatría: una cura de la esquizofrenia en probeta.

La LSD también se recomendaba como una extraordinaria y poco convencional herramienta docente que hacía posible a los psiquiatras clínicos, los psicólogos, los estudiantes de medicina y las enfermeras pasar unas pocas horas en el mundo de sus pacientes y, gracias a ello, comprenderlos mejor, ser capaces de comunicarse con ellos de un modo más eficaz y mejorar sus posibilidades a la hora de ayudarles. Miles de profesionales de la salud mental aprovecharon esta oportunidad única. Dichos experimentos produjeron resultados sorprendentes.

No sólo proporcionaron profundas intuiciones sobre el mundo de los pacientes psiquiátricos, sino que también revolucionaron la comprensión de la naturaleza y arrojaron luz sobre las dimensiones de la psique humana. Demostraron que el modelo corriente, que limita la psique al inconsciente biográfico postnatal y al freudiano individual, era superficial e inadecuado. El nuevo mapa de la psique surgido de estas investigaciones añadió dos grandes dominios transbiográficos: el nivel perinatal, estrechamente relacionado con los recuerdos del nacimiento biológico, y el nivel transpersonal, que alberga los dominios del inconsciente colectivo, histórico y arquetípico, tal como los plasmara C. G. Jung.
Tempranos experimentos con la LSD mostraron que las raíces de los trastornos psicosomáticos y emocionales no se limitaban a los recuerdos traumáticos de la infancia, como suponían los psiquiatras tradicionales, sino que se hundían mucho más en la psique, alcanzando las regiones perinatales y transpersonales. Esta investigación también reveló el potencial singular de la LSD como instrumento poderoso que ofrecía la posibilidad de profundizar en el proceso psicoterapéutico y acelerarlo. Utilizando la LSD como catálisis, era posible ampliar la gama de aplicación de la psicoterapia a categorías de pacientes que anteriormente eran difíciles de abordar: pervertidos sexuales, alcohólicos, adictos a los narcóticos y criminales reincidentes.

Singularmente valiosos y prometedores fueron los primeros esfuerzos por utilizar la psicoterapia con LSD en el trabajo con pacientes terminales de cáncer. Dichos estudios mostraron que la LSD podía aliviar el dolor agudo, a veces incluso en aquellos pacientes que no habían respondido a la medicación con narcóticos. En un gran porcentaje de estos pacientes, fue también posible aliviar, o incluso eliminar, complejos síntomas psicosomáticos y emocionales como la depresión, la tensión general y el insomnio, así como aliviar el temor a la muerte, aumentar la calidad de vida durante los días que les quedaban y transformar positivamente la experiencia de la muerte.

En el caso de los historiadores y críticos de arte, los experimentos con la LSD proporcionaron nuevas intuiciones sobre la psicología y la psicopatología del arte, en particular con referencia a distintos movimientos modernos como el arte abstracto, el cubismo, el surrealismo y el realismo fantástico, así como en el caso de las pinturas y esculturas de distintas culturas nativas supuestamente “primitivas”. Con respecto a los pintores profesionales que participaron en las investigaciones con la LSD, la sesión psiquedélica marcó en ocasiones un cambio radical en su expresión artística. Su imaginación se volvía más rica, sus colores más brillantes y su estilo mucho más libre. A menudo podían también alcanzar las profundidades de sus psiques inconscientes y acariciar fuentes de inspiración arquetípicas. A veces, gente que antes nunca había pintado, era capaz de producir extraordinarias obras de arte.
La experimentación con la LSD aportó también observaciones fascinantes y de gran interés para los maestros espirituales y estudiosos de las religiones comparadas. Las experiencias místicas que se observaban con frecuencia en las sesiones de LSD, ofrecían una comprensión nueva y radical sobre una gran variedad de fenómenos del mundo religioso, incluyendo el chamanismo, los ritos de paso, los antiguos misterios de muerte y renacimiento, las filosofías orientales de corte espiritual y las tradiciones místicas del mundo. El hecho de que la LSD y otras sustancias psiquedélicas fueran capaces de desencadenar una amplia gama de experiencias de tipo espiritual, se convirtió en tema de acaloradas discusiones científicas que giraban en torno del fascinante problema relacionado con la naturaleza y el valor de este misticismo “instantáneo” o “químico”.
Las investigaciones con la LSD parecían estar en camino de satisfacer diversas promesas y expectativas, cuando se vieron truncadas por el “affair” de Harvard, que comprometía a Timothy Leary, Richard Alpert y Ralph Metzner, así como por la experimentación en masa de los jóvenes carente de toda supervisión. Las medidas represivas de naturaleza administrativa, legal y política que siguieron, tuvieron escaso efecto sobre el uso de la LSD y otros psiquedélicos en la calle, pero terminaron de forma drástica con la investigación clínica legítima. Además, los problemas asociados con esta temática fueron exagerados por periodistas sensacionalistas. Esta no fue la única razón por la que la LSD y otros psiquedélicos fueran rechazados por la cultura euroamericana. Un factor importante que contribuyó a ello fue también la actitud de las sociedades tecnológicas ante los estados no-ordinarios de consciencia.

Como he mencionado antes, todas las sociedades antiguas y pre-industriales los tenían en gran estima, ya fueran producidos por plantas psiquedélicas como por alguna variedad de las poderosas “tecnologías de los sagrado” sin intervención de drogas: el ayuno, la privación del sueño, la danza, el canto, la música, la percusión, la meditación o el dolor físico. Todos los miembros de esos grupos sociales tuvieron la oportunidad de experimentar, repetidas veces durante su vida, estados no-ordinarios de consciencia en una amplia variedad de contextos sagrados y seculares. Por el contrario, las civilizaciones industriales han convertido en patológicos dichos estados y han desarrollado métodos eficaces para suprimirlos cuando se producen de forma espontánea; los han rechazado, y han convertido en ilegales los contextos y herramientas que los facilitan. A causa de su mentalidad estrecha y de la ignorancia sobre los estados no-ordinarios, la cultura occidental no estaba preparada para aceptar e incorporar las extraordinarias propiedades modificadoras de la mente así como el poder de la LSD y otros psiquedélicos [...]






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