Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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miércoles, 24 de abril de 2013

El frío

                     
Fotografía: Diana Bodea
                                                     






                                                                                   17




No miraré. No me daré la vuelta. Me niego a reconocer ese chasquido húmedo. Al otro lado de mi fila, detrás, lo tengo casi encima.
      Lenguas que se voltean como cocodrilos contentos. No puede ser que ese ruido me distraiga, desde luego para mí ha de ser eso, sólo un ruido; no observaré el acto de transfundir una saliva a otra, compresiones de labios acaparando el volumen de vulvas sobadas hasta amoratarse, los dos juntos, separados, caras distintas de la misma hoja.
     No necesito girarme para saber lo que pasa; la pastosidad, el preludio de cuando la lengua es un animal vivo que escarba tercamente. No me puedo concentrar en nada, tal vez en hurones haciendo hoyos en la tierra; este sonido de cuchara que remueve la papilla me pone nerviosa.
    Tendría ganas de levantarme, de recriminarles, intimidar, censurar con el aplauso del resto de pasajeros, idiotas que tanto me hubiesen molestado si este trayecto fuera otros. Iros a un parque, pequeños imitadores. Meteos detrás de un árbol y coged reúma, a ver si perdéis las bragas entre los espinos y se os llena la garganta del barrillo que se forma en los jardines con el meado de los perros.
     Las mismas buenas razones que siempre imaginé que los demás pensaban para mí. Sin atreverse a decírmelas, pero con todo el peso de una culpa grande y muda. Insultos de transeúntes al mirar, cuando andaba por la calle con el cuello mordido y tú me llevabas cogida por la cintura. Alquilad la habitación de una pensión barata. Iros a la playa a revolcaros detrás de una roca, manchados, entumecidos como los caracoles tímidos, como hemos hecho los demás.
     Es probable que también nos besáramos en los autobuses y en los ascensores y en los cines.
     Tú eres el mejor testigo: cuántas veces parejas como ésta, que ahora me dan asco, significan perder por fin el miedo, encontrar la garantía de que yo también me acercase a su boca para deambular entre su carne suave e interior, desde el primer contacto seco hasta los círculos mojados que se imprimen en las comisuras.
    Si hubieras sido otra persona, yo no hubierna necesitado pretextos. No sé por qué me empeñaba en besarte. Tanto me he escondido que hoy me levantaría y les haría sentir sucios. Por ti, me he minimizado y no logro entender por qué ahora me indignan y no soy capaz de gritarles, cuando tú eres la única causa de mi cobardía y de toda mi vergüenza.


Marta Sanz







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