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viernes, 26 de septiembre de 2014

Pequeños recuerdos... para cuando nos hagamos grandes

Macanudo



Áquel niño sonreía.

No tenía nada más que su imaginación y fantasía, no había surcos, ni piedras en el camino. Sólo eran olas y espuma.

Nubes de dedos y cielo en mano, descubría que cada brinco, cada voltereta, eran verdad. Que cada escondite un mundo nuevo y cada caracola un susurro.

Apenas sabía que mañana no existe cuando el ahora es tan intenso como auténtico.

Hablaban de sombras, hablaba con ellas.

Hablaban de mentiras, hablaba desde el corazón.

Hablaban de que la vida es dura, hablaba con la dureza y la certeza que desde la nada todo se construye desde lo más hondo, desde la nobleza.

Áquel niño jugaba despierto, con los seis sentidos y la única esperanza de que el tobogán es un barco pirata sobre el mar de las tortugas y que en sus manos está la brújula de su propia vida.

Despacio corría y caminaba corriendo.

Saltaba entre las ramas y plantó un árbol en la sonrisa de su pequeño corazón.

Descubrió que el barro se seca.

Y que las penas maduran.

Abría las cajas vacías de juguetes. Y cambiaba los cacharros de sitio. Se arropaba con las sábanas mojadas y tendía los cuentos en el patio de luces. 

Áquel niño, había nacido para creer que si cambiamos la forma de ver las cosas, las cosas cambian de forma.

Pequeños recuerdos, para que mañana la grandeza y la paz correteen como áquel niño que siempre seremos.

Áquel niño nunca crecerá.

Nunca ha querido ser grande.







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