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martes, 23 de septiembre de 2014

El corazón de una piedra


Ícaro



Colocó el espejo de pie, a los suyos.

Se desnudaba de espaldas.

Y se vestía a escondidas.

Colocaba piedrecita a piedrecita las migas del retrocamino.

Era un laberinto y rutinario sine die.

Cada día una calcomonía de nuevas costumbres que envejecen el reflejo.

El espejo en pie. Sin ley.

Abocado al oscurantismo.

No al pozo de una imagen. Si no al abismo del costumbrismo.

Casi siempre, quien se mira no se peina el alma, ni se maquilla el corazón.

Ni se lava legañas erradas, ni lameaguas de sueños.

Casi siempre, quien se agrada en perder el tiempo con Narciso lanza piedras al botijo. Porcelana fina, carísima, frágil. Agua sucia. Pequeñas piezas descorazonadas.

Cada mañana estira y percute las sábanas del espejo.

Las comparte con todo aquel que tercia besos de prestado.

No le roba besos al espejo.

Ni le borda imperfecciones en las estribaciones de lo que no alcanza a ver.

Y un buen día, cuando el corazón de una piedra se acurruca y escorza para contar un cuento al ombligo, el de abolengo, se cobra con creces lo que el vacío, día tras día Sbarra.

Casi siempre, quien de su vida construye una cárcel de piedras prende fuego al buen fario.

Y casi nunca, casi jamás de los jamases se contempla lo que el cabrón del espejo apunta.

El muy terco, toma su parabellum y aprieta el gatillo de la inconsciencia, y te grita como Judas:

- ¡ Házlo, tómalo, ciégate !

Atina donde menos duele.

Asesina donde más traiciona. A nosotros mismos.

Pero siempre, siempre, siempre, siempre llega el día en el que el espejo de pie, se cae en mil pedazos, destrozando reflejos, costumbres, rutinas, "h"ideales..., y lo poco de corazón que ya nos queda en pie de guerra se desmorona y desaparece donde jamás crecerá hierbabuena.

Como cuando de chiquillos llamábamos al amor de nuestra vida con piedrecitas en las ventanas acristaladas de medianoche y despertábamos el temor de que la fragilidad y los secretos se rompieran en mil pedazos.

Ese día.... esa noche....

El espejo no nos permite contemplar. No se encuentra con nosotros, ni se reencuentra con la pequeña luzhilo de vida que se escapaba de entre el jardín de los tercos y ciegos principios.

El corazón de una piedra, debe, sabe esperar.

El corazón de una piedra, hiere y agrede; destroza y entierra.

El corazón de una puta piedra, rompe mil espejos de vidas tranquilas y sueños sencillos, humanos.

El corazón de una penosa piedra, tintinea en halos de grandeza y supinas, truculentas y espinosas sábanas de esparto, de moho.

El corazón de tu piedra, se hunde.

El corazón ya es piedra devota.

Quizás áquel espejo de pie, en vez de a sus pies; debió nacer colgado del claustro del techo.

Como simple cielo para que el farero no creyera que las estrellas, la luz y el azul muerden el anzuelo.

Siempre, quizás.

Siempre de corazón.

Necesitamos en nuestras vidas espejos de piedras. No corazones de ellas.

Cuando al despertar.... ni siquiera recordarnos que debemos devoción y clemencia al reflejo, quiere decir que hemos dormido en paz. Tranquilos, serenamente inquietos pero sabiendo que lo que hacemos es con todo el amor del mundo y no con todo el egoísmo y la codicia del tutú, requetutú de una peonza de pies acres y alma de pusilánime feriante.

Un buen día cuando mi padre, Marzo, apedreó en el hígado del buen querer descubrí que un hogar, una vida sin espejos es mejor lugar....y nos hace mejores personas.

Comprendí que las piedras aun pisadas no tienen corazón, sólo a imagen y semejanza de quien las acaricia y las ama con el calor de la honradez y la dignidad, con aquella mano izquierda que le da calor y a su vez la diestra, atempera.

Y llegados a este quid de ambigüedad... a este punto del reflejo. De lo que tiendo y entiendo como el corazón de la palma, el corazón racional de un espejo sin alma... la ingratitud desea traicionar lo que mil mañanas de reflejos desleales turbaron a cualquier pequeña alma.

Comprender que un corazón se ha convertido en una piedra, duele y enseña.

Pero, más sentir que sólo late al ritmo de un viejo espejo de mentiras que vacia lo que más se amó.

Una vida sin espejos donde mirarse, alecciona.

Casi siempre, la bondad y la humildad nacen cuando uno ya no espera la complacencia de lo superficial y de la codicia.

Perderse en vida, es terriblemente sencillo.

Reencontrarse es nacer ya cuando por perdida se dió a aquella piedra que el camino olvidó.












1 comentario:

  1. Cierto, tan cierto que hay personas que tienen piedra por corazón, y alma de piedra. Enhorabuena por el blog

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