Amé en aquella mirada lo que había de sospecha. Y el miedo de las cosas tenía en aquel espejo la ilusión de disentir del futuro. Contacto: jrubaz@hotmail.com
Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.
Y algo extraño se quedó impregnado en aquellas toallas empapadas de letanía, de esta historia que repetidamente compra efímeras sesiones de sentidos distendidos y cuerpos desconocidos. Entre sus cuatro paredes la alcoba acababa de adorar el segundo RIP soñado.
Se había consumado.
Pero a diferencia del primero, volverán a abrirse las puertas. Repetidamente. Seguro que bien pronto el rojo fraguará. Y a pelo los nombres desnudarán sus corazas. Los hombres sus garzas.
Perdía el Sur y ella supo entender que el tiempo comprado a veces es una trampa para los amantes que se alejan del contrato sellado de las miradas. Del tic tac que acaba por olvidarse. De las olas que ya no mesan.
Este juego del santo Sutsua, no deja de ser un ajedrez diabólico sin piezas, sin fin. Empieza la primera vez como el desahogo, la traición, el arranque, la tentación o el desaire. Sigue teatralizando las fantasías y lo que la rutina de la consentida costumbre pertoca. La afición no se entrena, se apiada. Y cuando quieres romper la espiral de lo que la monacal vida olvida a conciencia, sientes que algo te falta.
Mientras mi vida tuvo bucle, siempre fuí fiel de obras que no de actos. Y ahora que desde hace dos ratos mi vida es dueña de si misma, soy leal a tertulias y clases de recuperación de antiguas y guturales asignaturas pendientes.
Ella era la última.
Y al tomar el ascensor, cuando me miraba al espejo que me subía de los infiernos. No dejaba de preguntarme: ¿Hasta dónde quieres llegar?, no quería sentir: Hasta donde vas a llegar.
Salí a la calle y el paseo fue demasiado eterno, de esquina a inconsciencia, de cinco minutos a tres horas a la redonda. Las calles están desnudas. Se visten por los pasos. Los cuerpos yelmos de miedos se fuman en el teatro de la vida o de la malavida su propia conciencia. Hay quien elige pudrirse a sí mismo. Y hay quien extirpa la última manzana azul.
La humanidad no ha aprendido a sentir y dar equilibrio. Mucho menos, llevarlo a cabo. Se dejan guiar por la codicia, la ambición. Y no perciben que es un modo acelerado de morir en vida. Pero la naturaleza sobrevivirá, al menos, aquello que nació libre de culpa, de codicia, de gula... aunque se consuma la hormiga humana, permanecerá áquel sentimiento que ni se compra ni se vende, que ni aglutina para que la endogámica y tristona pusilanimidad se deje llevar por el único Norte que le da sentido a la vida: amasar. Amasar, es hacer pan. Amasar, no es retorcer, estrujar, vilipendiar y ahogar; anegar lo que la hormiga humana con el esfuerzo del alma nace, crece, crea y da sentido. Hay quienes confunden la vida, con la veleta de Voltaire. Y quién hace de su vida un diario y nocturno juego codicioso. A veces es más doloroso, pero más humano pararse para crecer. Malvivir es sencillo. Vivir es todo un ejercicio de humanidad. La codicia sólo sirve para que un corazón se convierta en una piedra lanzada al vacío. El agua no es codiciosa deja que el peso de esa piedra repose en el fondo del olvido. La codicia no pesa, ni flota, ni permanece, ni aprehende. No da vida. Hunde. Se hunde. Y con ella se vende lo único que no tiene precio en este juego de la vida: el alma. A veces se hunde hasta el dolor extremo, proclive. Y otras fenece.
Viscosa, tan viscosa como nutriente. Sándalo y lilas del valle.
Taciturna. Consumiéndose.
Ni era cera de alas, ni almíbar en barra. Nunca se quejo de almizcle, ni enmendó a las gasas para que no se creyera seda.
Viscoso, tan viscoso como la enzima de la cúspide. Fósforos.
Oval y hasta el tallo. Derritiéndose.
Ni dejó hilo nacarado, ni acuarelas en las suelas. Nunca se quejo de quien la ruleta del porvenir le inundara, ni crucificó su buena suerte, ni maldijo a la mala.
Viscosos. Viperinos.
Poisson.
Fornicio del mador.
Le espero tras las bayas, ante el espejo, de rodillas.
Genuflexión.
Y tragó lo que no sólo deglutaba con gula, paladeaba cualquier oruga que las larvas del querer le tendieron como canga.
Fornicio al dente.
Al gusto.
Se vistió desde Aquiles hasta la cerviz por la prisa del pavor.
Y se quedó tan desnuda, tan débil, tan frágil que cualquier perfume le supo a bendición.
Era el sino.
E inventó un alfabeto, un mundi, un barro y una nube, donde las palabras se creen hechos.
A estas alturas la capacidad de sorpresa a algunos nos tiene seriamente preocupados o perjudicados, casi como prefieras. Unos porque creen que todo es demasiado previsible. Otros, que se han jartado de vivir la mala vida, de malamadre.. apenas valoran lo que tienen, suelen ser aquellos que tuvieron a la altura de la palma el perfecto orden, y sólo les queda el puño cerrado a cal y canto. Es decir, el dedo corazón en perpetuo cabestrillo. Algunos se emperran en encontrar el santo grial, cuando permanentemente ese dorado les pone el monóculo y no ven más allá de un palmo de sus narices. Me incluyo, soy un culo inquieto con trescientos pasaportes y un adn de lo más travieso.... aunque últimamente me amodorro y me extasio. La edad de cobre que se funde por bulerías y burlerías. Joputa, me llamo; joputa, me ensaño. Joputa, maldita la gracia. Para la inmensa mayoría, la ambrosía no deja de ser eso: una santería sin corbata y con las carnes bien abiertas aguardando la rendición de cualquier parte de nuestro cuerpo.... incluido el cerebro (ajá, ese fruto que el árbol de la vida se atreve a madurar a medida que el tiempo falta....vaya jugarreta......), un arrebato con mucho de quinta marcha en caída libre, un palosanto dilapidado. El polvo, la maldita mota de polvo, es eso... la perfecta huida hacia delante pretendiendo distraer a toda nuestra vida de un ahora mismito y condensarla en una hora o dos, en una correría sin puyas, en unas arenas mojadas de artes plásticas donde los dedos son acuarelas y los gozos....sombras. Donde la querencia no acaba en barreras, sino entre las ingles del turno que rueda y rueda cuando al caprichoso impulso se le encoge la diestra. Recrear un encuentro furtivo con el salto del espantapájaros y el fumador de hierba....buena. Parece mentira, que a algunos todavía nos quede una libra de sorpresiva bondad. Pero ahí vamos, caminando por ese alambre ardiente donde una loca noche de verano se nos llena la boca de voluptuosidad, de inocencia, de algo nuevo...diferente....tremendamente equidistante con las pajas que construyen el nido del cuco...y el vuelo, el complaciente vuelo de algo nunca visto....mientras el aire nos arde el cielo, el cielo de aquella gata que deshilvana el sombrero de paja. Satén, canela, rayos y truenos. Damero, Hummus y la gravedad desubicada del rollo de papel de celofán.... mientras arda Troya, que se joda el infierno....que el higiénico se diluye en las aguas traídas. Y aún, me duele. Me duele, pero me gustó de mala manera. Me duelen los huesos del estómago. La quijada. Me duelen los huevos pasados al grillete de su marfil. Me pesan las mariposas de sus lóbulos que ronronean. Los rizos oxigenados de su aroma diesel. Me perturba, inquieta y malfolla su mirada....terriblemente pícara, desmedidamente dulce; provocadora que se acerca, mientras su corazón huye a regiones más cálidas.... Me fornica su perfume. Su Venus imberbe. Me late y acuchilla su estría madre; sus nalgas puente. Aquella noche donde Damasco derrocó al persa del mercadeo, al pezón volcánicamente dormido. Al pearcing que aniquila la armonía. La gata que destroza el sombrero de paja mientras su cola turba a la pleitesía y ammistía al ajedrez de la vida.
El perro invisible al tacto.
Huraño de sus encantos relame el tuétano que el laberinto deja como miga sagrada. Aquel verano donde el perro maullaba y la gata ladraba... ...aquella noche donde el dosel doblaba campanas y un errante, un extraño azuluz moría desangrado sobre el Nocturno más ancestral. Ella le echo el sombrero. Y el sólo pudo encontrar... la sombra de su recuerdo.
Y el cuarto de libra bajó en el ascensor sin nadie dentro. Destino inabordable. Desnudo el amor, y los harapos cuajos de terror, preñados de ligueros y jilgueros.
Sotovocce. ¿Sótano...? Destierro.
El mar me trata bien. Aunque las olas escupan toda su Satiricona espuma. Cava a las burbujas. Y entierra los tenedores.
Las cucharas se las llevaban las hormigas.
La ladera de tu balcón, me mal trata.... o ¿maltrata....?
La perspectiva de las cuatro estaciones. Primaverano. Veranoprimavera.
La duda eterna.
La insoportable levedad del discernir.
Los cuchillos como alfiles y los alfileres en cuclillas.
Me encantaba jugar con las palabras que no nacerán nunca y con las sábanas que nunca se mojarán.
Me measte de pie. En pie de guerra. En pie de charcos. En pie sobre el pie. Los dedos se tensan.
Y el mantel de los nuestros, el vergel donde se come con las manos.
Y en pie de meada el amarillo se hizo invisible.
Las sienes de las varices y los aiguamolls en solfa.
Ahora inventaron las selfies y nadie se mira los pies. Esos pies impávidos.
Antes nadie alzaba el cuello, ahora ya nadie, lo acalla. Lo baja.
Por lo menos dirán que te miran, que te ven de frente...pero nadie, apenas, se ve.
Es como el espejo y su ley. El reflejo intangible.
Queremos inmortalizar lo nuestro.
Y el ego lo hace suyo.
Queremos inmortalizar el veneno.
Y el momento lo zurce.
Queremos enmarcar lo espontaneo, lo puro.
Y lo manido lo unce.
Queremos esculpir la historia.
Y la historia, sólo, sólo, sólo... la escriben, los pasos, los hechos.
Queremos parecer diferentes.
Y todo se hace así mismo.
Queremos y no podemos.
Y el poder, quiere.
Queremos engalanarnos de profundidad, de profuso y mediático mimetismo.
Y sólo parecemos mimos de ese a oeste.
Queremos disimular.
Y cuando vamos, ellos vuelven.
Queremos un lunes de domingo.
Y ya es martes.
No sabría muy bien hacia donde iban dirigidas las jarchas que entre la nada y del todo se viste la extrañeza y su amante el vacío.
Pero aquí bailotean.
Queremos follarnos a la bailarina de la noche...y la Luna, la loca de la luna no es de nadie.
Ni de ella. Ni de nuestra madre.
Queríamos inventar un mundo sin nudos.
Pero nacimos del umbilical e irrefutable.
Queríamos prometernos una vida tranquila.
Pero dos altares.
Sólo dos, babearon al intento.
Uno era el otro, y el otro el nuestro.
Dicen que ayer fue domingo y que mañana será martes.
Sagrados.
Ahora es lunes de domingo.
Y en esta montaña donde vago, donde hierro, erro.. Nietze....jamás diría: