Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

Mi foto
Instagram: icaro_1969

viernes, 4 de diciembre de 2015

El libro del Mal Amor

Ícaro





Alguien habrá acercado su mejilla
a una almohada usada por mí para recordar
el roce de mi piel?

Alguien habrá permanecido despierto
hasta la alta noche
para seguir amando con su mirada
mi egoísmo dormido?

Alguien habrá caminado por una calle desierta
de un país lejano murmurando mi nombre
llamándome?

Alguien habrá serenado su corazón
apretando contra su rostro
pequeñas ropas mías?

Alguien habrá preferido mi muerte
antes que verme
en brazos de otra persona?

Alguien habrá gozado
entrando al baño después de mí,
con el vapor,
la temperatura y los perfumes
de mi intimidad?

Alguien habrá deseado caer en el sueño
con mi sexo anclado en su
cuerpo?

O solamente yo
amé de esa manera?  


José Sbarra


Ícaro







Te informo sobre la situación en casa, por si te interesa.

La persiana de nuestro dormitorio se trabó arriba y se niega a bajar.


Las puertas del armario bostezan de noche y de día.


La parte de tu lado de la cama se muere de aburrimiento.


Una banda de polillas insensatas se comió la cortina azul.


Cuelgan de todos los cajones lenguas de trapo sedientas.


Las toallas que olvidaste en el suelo envejecieron precipitadamente.


Los lirios de plástico que habías puesto sobre el calefactor se marchitaron.


No quiero exagerar, pero alguno de los Rolling Stones humedeció
con sus lagrimas la pared donde pegaste el póster.


El cielorraso se descascara pidiendo que vuelvas.


(Y de mi corazón
mejor no hablemos)


José Sbarra






 




Ícaro




Al atún, tún, tún....





Ícaro








Chesterfield le susurra a Winston: "Fúmate la agonía. Bébete la lucha. Desarma a la impaciencia. Hilvana sábanas de mariposas."

Winston, asiente sin trajinar palabra.

Chester, desboca un papelillo y ciñe la vitola. Guarda el paquete enguruñado en el cajón del escritorio. Y pellizca el pitón de la boquilla.

Winston, se mira en el espejo. Y el muy canalla, se encuentra entre dos aguas.

Chester, sonríe.

Entre ellos hay cuatro palmos de aire y un olor indecible.

Winston, convulsivamente se frota las cicatrices mientras rompe con la mirada los ceros a la izquierda que Chester bocanea.

Luz cálida.

Dos ambientes.

Ni una sola palabra.

Y en esa errática, singular situación. Pluralidad y tolerancia.

Los dos toman el plástico que da sustento al orden. Al desfiladero del desgüace.

Winston se rasca la sien derecha y huyendo de miradas sostenidas, sucumbe.

Chester sorprendido alza la ceja y le guiña un clic de mechero.

El cenicero arde. Y el humo les dispersa.


Se dan el hombro y salen del apartamento, callados, pero felices.

Son casi las ocho.

Ya era hora... que para cerrar viejas heridas se hayan de abrir los ojos.


Ícaro ©






Ícaro

Lussureggianti

Fotografías: Ícaro




El tallaje me inquieta.

Un repelús maravilloso amalgama.... el enclave. Y un tejemaneje rutinario esclarece... el entuerto.


De clavar.

De claudicar.


De cabal.


De cabestro.


De cabizbajo.


De candado.

De cornucopia.

Sus alas copulan toda la sinergia de colores, endemoniadamente serenos y todo el esplendor de nuevos sabores, terriblemente particulares e indivisibles.


El matiz es un dulce veneno que nutre.


Tan en paz que me acongojo.


El palafrenero ciñe la canana a la sombra errante y la cascarillada palangana de porcelana refleja el hondo y mármoreo olvido de huellas añejas, rancias y estríadas. 


Quizás miccionar contra un muro de arenisca a dos palmos salpica sin lugar a dudas un par de detalles reveladores:

El primero es nítido, del charquito nace un barro íntimo que purga al siguiente paso.

Y el otro, dibujar ramas de árboles con el orín contra un paisaje amurallado de empinada arenisca alivia con meridiana ligereza las alforjas del  pasado que por llegar transita imperecedero en  ese yugo de mhiel o de hmiel.

Conclusión:

No hay  tentación que se resista a pisar charcos.


Y esas pícaras gotas de orina ardiente son jugosa fruta prohibida que el muro nos ofrece sin ofensa y sí con fruición tan alevosa como placentera.

Se ha mojado el cielo.

A la legua una lengua se deja morder.

El paladar siempre es un escondite....


Ícaro ©





















Los amantes de Montparnasse (1958)










Magnífica película que retrata los últimos meses de vida del pintor Amadeo Modigliani (interpretado magistralmente por Gérard Philipe), que fue despreciado e ignorado por sus contemporáneos, viviendo en la miseria acompañado y apoyado tan sólo por su mujer Jeanne, unos pocos amigos y su fiel compañero el whisky, pero que tras su muerte se convertirá en uno de los pintores más cotizados de la historia.

Montparnasse 19 (título original de la película) no retrata sólo la vida de un pintor, sino ante todo el final de una época, la del Paris de la bohemia, aquella época en la que el arte tenía aún algo que decir, estaba vivo, era vida en sí mismo. Las escenas de Modigliani pintando enfebrecido, consumido por el alcohol y en la más absoluta miseria nos hablan de tiempos que ya nos son totalmente irreconocibles, ajenos, en los que el arte contenía en sí la utopía, la esperanza. El arte entonces todavía era vida, trágica a menudo, pero vida, y no una triste pantomima cuando no una gran estafa como sucede ahora.










martes, 24 de noviembre de 2015

Ojos que no ven, corazón que se miente

A quién sepa desnudar su alma


Ícaro


Cuando nace desde nuestro interior una tercera persona que nos desposee del poder del Yo, naces.

Digno, digna, libre.

Chorradas, bagatelas... te preguntarás. Te dirás. ¿ Qué azuza éste ?. ¿ Qué pretende ?. Nada más lejos, es un sentimiento, una sensación que empieza a pertubarme incluso cuando pienso y siento que compartir empieza a convertirse en una mentira que esconde ciertas verdades. Una mentira de verdades rotundas, asimétricas con quienes nos confían, quieren y respetan.

Estás en lo cierto, aborrezco el egoísmo cabezón, el intolerante... áquel Señor... o Señora que incuestionablemente se apodera de otras razones como suyas y se empeña en moler en la barrica del presunto y único copón de vino tinto, medio vacío, medio lleno... toda opinión o discrepancia exenta de cábalas no es más que mera percepción. Codiciosa perspectiva. Turbio. Mis, mil razones, son mías y sólo mías, que testarudo, que preñado de vanidad. Y es tétrico, pero es así, el discurso, el razonamiento entre la mano que vierte el líquido fraguado y el gaznate que lo engulle sin rechistar, que no se escucha lo que se oye, ni se deja escuchar lo que se quiere. Bravuconadas. Mechas de solitud para quien se ingiere a sí mismo.

Es verdad. La mía. La de cada uno de nosotros. La de todos. Y la mía es tuya, y la tuya quizá mía. O no. Que más da. Dame menos. Nada, todo. Un poco.

Y la de nadie.

Pero ennobléceme que yo no soy nadie, nada.

Ennoblécete.



Ícaro


Anido siempre una duda, una extrema y vieja cicatriz señala en cada uno de nuestros cuerpos mentales quienes fuimos, y las del alma in memorian quiénes somos... o mejor, quiénes queremos ser. Mi duda, mi terrible duda.... es saber realmente si el cuerpo y el ánima no se dejan curar por aquellas miradas corpóreas  que a veces advierten el surco de esas marcas y sí quién nos acaricia percibe de dónde caímos... para ponernos irremediablemente en pie. Lo intento a la inversa; poder sentir como cicatrizan las miradas tristes de las gachas pestañas... o las pusilánimes ojeras del dejarse enterrar en vida.

Y procuro, con esmero y perseverancia, evitar estrellarme de nuevo en ese sidralsideral  que desmonta un ejército de buenas intenciones.

Soy débil, demasiado. Creo que es sano ese demasiado. Honestamente siento que la debilidad es la fortaleza de la honestidad. Quién presume de su rocoso escudo, quien alardea de no sufrir por la vergüenza ajena, por la miseria extrema, por desigualdades de la inopía, casi siempre, es un débil deshonesto. Una hebra deshilachada. Un dedal huérfano de espíritu.

Yo no fuí un Santo, ahora tampoco.

Creo que nadie se pontifica y se beatifica por uno mismo. Autocomplacencia mórbida.

Son sus hechos, sus jodidos o bénditos hechos quienes lo sitúan.

Entre el Norte y el Sur.

Nunca nos acabamos de conocer, no nos dejamos. No queremos descubrir al maravilloso monstruo que se apodera de nuestra carcasa, de nuestro rostro, de nuestro guión. O al podrido ángel que nos libera de esa maravillosa utopía. Procuramos parecer ante ojos extraños un conocido guiño de nuestros recuerdos, una memoria futura, una respiración compartida. Para engraciar. Crash. Una ilusión difusa. Deseamos gustar por los ojos, deslumbrar por el tacto, idealizar por los razonamientos y acercar la lejanía virtual de una ausencia conceptual a partir de inquietudes, emociones y deseos.

Convertimos la palabra por inventar en el apretón de manos eterno, la frase pretendida en cebo de carnal alegoría; insuflamos a nuestros castillos de aire canallas llaves a las que se les ve desde afuera, aunque la realidad ya se encarga de oxidar las puertas de acero esperanza y estrechar el paso a esos dedos que bailotean buscándolas.... no llegas. No llego.

Nunca se llega.

Intentamos plasmar, llover, llorar, enmendar o encontrar; dejarnos querer, seducir, arrebatar, replicar y repudiar. Carcajeamos a un nombre en hombre y al prestigio... en vestigio. La mujer, génesis de la dignidad, sabe bien de que hablo... su vientre es la estrella polar de todo presagio que nos nace para nadar en el mundo de los silencios. Luego, lloramos. Nos abrazamos al umbilical nexo y cuando nos separan, en pie de vida, el camino nos ara y aramos.

Queremos agradar sin medida, y en ese papel invisible cada uno de nosotros se rodea de lo que no encuentra sino de aquello que nos encuentra.


Ícaro


Es un trozo de vida, de la de verdad, cuando todas esas artimañas, esas tretas, esas cangas y estrategias se disipan, se traicionan así mismas. Es sencillo, más de lo que pensamos, nos entregamos sin medida, o con reparos, nos damos sin monedas o sólo nos alquilamos un rato; nos esperamos a escondidas y en esa plena luz de la conciencia, el trozo antiguamente primitivo se convierte por arte del deseo en presencia física. En vehemencia.

Existe el riesgo de no medir a tiempo. Al tiempo.

Implicarse en el desaforo de tantas vidas, de tantos deseos acaba imposibilitando la realidad de la sencillez más colosal.

Y esa generosidad acaba por debilitarnos.

Cuando en nuestro interior muere esa tercera persona, la sencillez de la vida se convierte en apasionantes cenizas.

Y ahí nace la dignidad del ser humano, ser aceptado, respetado y escuchado; ser invisible a los ojos de los demás y tangible a sus miradas.

Ojos que no ven, corazón que se miente.

Simiente.



Ícaro ©






Hipótesis

Ícaro





Pezoneras y la vergada de nalgas fustigó al liláceo ossobuco que se trincha con los nudillos en círculos y en pausa.

Repeat all.

Pezoneras.

Dormían bajo la piel rosa de la hiedra. 

Y despertaron.

Primero un verano non. Luego un invierno al punto.

Y turgentes, relucientes, eléctricos se disputaban el honor de ser más sensibles, vehementes, puercos y cortesanos.

Siempre se vanaglorió el izquierdo de ser más diestro.

Aunque el derecho por henchido y retozón daba más al tallo. Que no la talla.

Las debilidades son incoherentes.

Adoramos al gas noble.

Aunque esa pezonera, carne magra y húmeda donde las haya, se ensalsa, se turba al sólo roce del recuerdo del sabo. Y es que el sabo es pegajoso, visceral, sediento.... y la saliva dama, coqueta y agridulce.

El esputo lo aclaró.

Ponte bocabajo, de espaldas y espútame donde la pezonera alisa pliegues y hace la raya a la seda rebelde.

Puedes tocarte. 

Tocarte y comprobar si tus labios se muerden por la saliva puritana o por el cerdo enjuague. Al mador o al sudor, poco les importa.

Siempre prefieres chuparte el pulgar.

Querencia umbilical.


 Ícaro ©







William Vandivert: "El quinto Magnum"



 Yola, Paris, Raqqa, Bamako....



Fotografías y obra: William "Bill" Vandivert


Aunque muchos libros de historia no le incluyan entre sus páginas, William “Bill” Vandivert (1912-1989) debería figurar con letras de oro, ya que junto a Henri Cartier-Bresson, Robert Capa, George Rodger y Dave “Chin” Seymour fundó la Agencia Magnum en 1947 (menos aún se acuerdan de Maria Eisner y Rita Vandivert, mujer de Bill Vandivert, que también formaron parte del proceso constitutivo de la cooperativa). Pero el hecho de que Vandivert sólo permaneciera un año en la agencia, y los más trascendentes compañeros con los que se rodeó, han provocado que su nombre se haya esfumado en algunos casos de los recuerdos de la agencia. Curiosamente, su mujer, Rita Vandivert, también fotógrafa, fue la primera presidenta. Y también, junto a él, dejó Magnum en 1948.

William  Vandivert estudió Química y Arte y empezó a hacer fotos en 1935 para el Herald Examiner de Chicago.

En 1938 se trasladó a Europa para trabajar como fotógrafo para la revista Life. Durante la segunda guerra mundial siguió trabajando en Europa, donde conoció a Robert Capa, que le transmitió su idea de crear una agencia de fotografía, que defendiera que los negativos y los derechos de las imágenes pertenecían a los fotógrafos y no a las empresas editoriales.

Desde 1938 hasta 1948, Bill Vandivert estuvo trabajando para la revista Life, principalmente cubriendo de forma intensa la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. En este conflicto, Vandivert se significó por sus fotografías de los bombardeos de Londres, algunas de ellas en color, y también porque fue el primer fotógrafo que tuvo acceso al búnker donde se suicidó Hitler en 1945, a donde llegó junto a las tropas soviéticas. Unas fotografías curiosas, donde la iluminación del flash crea unas imágenes más propias de Weegee en la escena de un crimen.

Sin embargo, tanto él como su esposa dejaron la agencia un año después para permanecer como fotógrafos independientes.
























Babuchas en la niebla

El secreto


Hay una palabra que pertenece a un reino
que me deja muda de horror.

No espantes nuestro mundo,
no empujes con la palabra incauta
nuestro barco para siempre al mar.

Temo después de tocar la palabra,
nos volvamos demasiado puros.

¿Qué haríamos con nuestra vida pura?

Deja al cielo tan sólo a la esperanza,
con dedos trémulos sello tus labios,
no la digas.

Hace tanto tiempo que de miedo la escondo,
que olvidé que la desconozco.

Y, de ella hice mi secreto mortal.


Clarice Lispector










Ícaro
Ícaro





A mi no me importa
que alguien me llore,
cuando me llegue la muerte.

Lo que necesito
es que alguien me ría
mientras me llega la vida.

 

Gloria Fuertes





                                          


Ícaro








De un fulgor a otro
 


Quizás no se deba ir más lejos.

Aventurarse quizás apenas sea
desventurarse más,
alejarse un atroz infinito
del sueño al que accedemos
para irisar la vida,
como el juego de luces que encendía,
en la infancia,
el prisma de cristal,
el lago de tristeza, ciertas islas.
Sí, entre biseles citados los colores,
un fulgor anidaba sobre otro
-seda y deslumbramiento
el margen del espejo-
y aquello también era un espectro,
sabido, exacto. 
Centelleos ajenos
en un mundo apagado.
Como un canto sin un cuerpo visible,
un reflejo del sol creaba
una cascada un río una floresta
entre paredes áridas.
Sí, no vayamos más lejos,
quedemos junto al pájaro humilde
que tiene nido entre la buganvilia
y de cerca vigila.

Más allá sé que empieza lo sórdido,
la codicia, el estrago. 


De "Nuevas arenas II" 2002
 Ida Vitale



 


Ícaro