París, 14 de julio (ALLONS,
ENFANTS DE LA PATRE …) de 1965
Alejandrísima:
No estés enojada conmigo por este largo silencio.
También los silencios atan y yo he visto más de cuatro paquetes de
masitas atados con hilo negro; basta desmoronar el moñito para que
aparezcan los merengues, los relámpagos y las religiosas, sin contar
los horribles (3 fr. 25 les 100 gr.). Cosas así todos los días.
Bicho lejano, la semana pasada fuimos a Montmachoux
a cenar con Laure y Philippe, y todo el mundo habló tanto de vos que yo
traje otra silla y la puse por las dudas. Gracias a mi sistema de
espionaje me he enterado también de que las socias del Club de las
Piantadas (1) se reúnen en los cafés para acordarse de su
amiguita de la calle Montesdeoka. Tu popularidad secreta (sic.) puebla
las terrazas del barrio latino. Hay un pintor que firma Piza; otro,
Arnik. Hay un cocktail que se llama Alexandra. Un infame plagiario
llamado Hesiodo ha publicado un libro que se titula “Los trabajos y los
días”. En el patio de casa, debajo de la pawlownia, juega una gatita
negra que imita tu manera de abrir grandes los ojos. Ya ves que no te
pudiste ir.
Y entonces, mientras nosotros estábamos en nuestro
ranchito de Saignon (que todo el mundo llama Saigón para ofendernos y
vilipendiarnos), llegó a París tu libro (2), y lo encontramos hace diez días cuando tuvimos que volver para trabajar en la Ionesco. Aurora
lo leyó de un tirón, y no te escribió todavía; yo lo leí anoche
despacito, con coñac y una pipa, y ahora te escribo. Vos sabrás valorar
los méritos respectivos de estas conductas.
Es muy difícil no ser idiota en una carta, cuando
uno es lo que es y nada más. Hace años que me revienta convertir una
carta en una especie de reseña para uso privado del autor. A lo mejor
todo lo que me da tu libro es preferible insinuarlo con palabras
sueltas o con dibujos. Dibujos no sé hacer; palabras sueltas sí:
Cafard
mandrágora
farol
unicornio
polilla
hueco (tan lleno, tan lleno)
Me dolió tu libro, es tan tuyo, sos tan
vos en cada línea, tan reticentemente clara, tan por debajo y por
adentro. ¿Conocés el sistema que consiste en hojear un libro e ir
citando versos o pasajes, con algún comentario o elogio o censura? A mí
no me gusta. Pero te voy a decir: lo que siento es lo mismo que frente
a algunos (muy pocos) cuadros o dibujos surrealistas: que estoy del
otro lado por un segundo, que me han hecho pasar, que soy vos, que
estoy colgando de la punta de la tela como una de esas arañas rojas que
hay en la Provenza
y que tienen, parece, alianza con lo Oscuro. Ahora sé (ya lo sabía,
pero ahora lo sé de alguien que está vivo, cuya mejilla he besado
alguna vez) que todo o casi todo puede ser dicho en muy pocas palabras.
Cada poema tuyo es el cubo de una inmensa rueda. Otros hacen la rueda
entera, y hay que ver cómo se atasca en las cunetas; vos dejás que la
rueda sea otra cosa, algo que unos pocos ven dibujarse mucho más allá
de la página. Y entonces Ben Hur gana con sus ruedas de aire que dejan
atrás todas las ruedas de roble y bronce. Tus poemas me parecen
pequeñísimos grabados, o mejor todavía cilindros babilónicos, y un día
cuando vengas a ocupar esa silla que puse para vos y que siempre pondré
en casa y en todas las casas y hasta en los ómnibus y en los
pararrayos, entonces te llevaré al Louvre para mostrarte un cilindro
que descubrí hace poco, en la sala etrusca, y que no es en absoluto un
cilindro etrusco entre otras razones porque los etruscos nunca tuvieron
cilindros esos atrasados de mierda, pero el conservador o el radical
del Louvre lo ha puesto en la sala de los etruscos de puro cronopio que
es, o porque no queda lugar entre los cilindros babilónicos. Y te lo
mostraré, y darás grandes saltos.
Recibí hace varias calendas una carta
tuya que después se me perdió gracias a un hespléndido hacto fayido,
porque me pedías colaboración para no sé qué colección ornitológica o
ictiológica (¿Cormorán y Delfín? ¿Tía Vicente?) (3). Desde
luego no tengo nada para mandar, como no sea la cuenta del albañil que
nos agregó una pieza a la casita de Saigón y que nos dejó tecleando por
varios meses, el muy artesano. Si me pagan esa cuenta, se las dejo
publicar; tiene unas faltas de ortografía muy decorativas, y en cierto
modo es un acto letrista. La mejor parte es donde dice:
Sf. S.V.P., à raison de… 45, 67 fr., à valoirsur ch.p.,
soustrait de 54,25 fr. pour des imp. colmatés… 456,27 fr.
Hacía mucho que no leía un poema tan ceñido. Ni tan caro.
Qué bonita la edición de tu libro. La tapa me dejó
maravillado. ¿La hiciste vos misma? No es nada frecuente que en Buenos
Aires salgan libros tan cuidados y con un papel y unas tintas tan
buenos. El azul es hermosísimo, y la erótica viñeta (ya sé, ya sé, pero
es así, cada uno ve lo que puede) me parece perfecta. Te discuto un
poco el título; no me acaba de gustar. Será quizá porque toda mención
del trabajo me estremece.
Pocos serán los elegidos por tu libro, me temo. Pocos
habrán vivido en la dimensión que permite encontrar tanto con tan poco
—aparentemente— correlato verbal. No es que yo tenga nada contra los
poemas largos (los Olga, por ejemplo, son maravillosos, y tengo que
escribirle sin falta uno de estos meses; lo haré desde Saigón, decíselo
si la ves; tardé mucho en leer su libro, por esas cosas, pero ahora sí,
ahora es mío y me ha dado todo lo que tiene, creo, y me ha hecho muy
feliz, a mi manera de ser feliz, y a la manera de ella, of course; nos
entendemos). Sigo: no es que yo tenga nada contra los poemas largos,
pero siempre hay como un milagro en un gran poema breve. (Esos hai-kai,
a veces, o Natalia Crane, o Char, a veces, o Juarroz).
Aurora está grillando un bifacho, y llega el bálsamo hasta
mi hestudio. ¿No te parece una noticia sensacional? La gatita negra
acaba de ver una paloma en la pawlownia y se ha trepado como una loca a
ver si la chapa. Debo admitir que en este momento no se te parece nada.
Yo puedo verte muy bien persiguiendo palomas pero seguro que pondrías
una buena escalera contra el tronco y te ajustarías un paracaídas. La
paloma emprendió el vuelo, como dicen ahora por tus pagos.
No me guardes rencor (¿cómo podrías? ¡Imposible!) y
escribíme. Mi silencio, diría Binetti, es una operación cósmica por la
cual las begonias se convierten en miel. Pero ahora que lo pienso nunca
vi una abeja en una begonia, seguro que les repugna.
Te quiero mucho,
Julio
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