Del fondo de sus coturnos, ausencia. Apariencia de reina en harapos, nueve calles nuevas y sesenta esquinas dobladas como el pañuelo que nunca sonó. Los cubos de basura con sabor a fresa prensada y piel muerta de hombres que creen ser el sueño de orquídas de acero, de forja de chillidos colgados de una pared de miel.

Se clava muriéndose. Se cuelga bebiéndose. Se tumba en vida. Se fue, se ha ido, no está y el poder del recuerdo, de la puta presencia no tiene caché.

Cada Melpómene que nace de su venta, la compra de su angustia... en un puñado de años creció la demonia de su recuerdo y sus lágrimas comiéndose los gusanos que le dan de comer.

En la máscara de áquel silencio, atemporalidad.

Sobre la cepa del dolor, briznas de fé, leche negra.

Leche del amanecer, la bebemos en el crepúsculo, leche al anachecer. Negra, poderosa, trágica. La bebemos sin pedir.

Nos da la lengua y nos quita la sed.

Habitando en la alcoba sumisa, las gorgonas de sus falacias desprenden el líquido viscoso, blanquecino que recorren sus muslos de piedras abiertas a la cristalera del sinsentido y aunque se toque en silencio le habla a él. Y aunque se corra convulsa se acerca a sus blasfemias. Y aunque duerma a conciencia, la consciencia la desvela.

La perra se suelta el collar, el perro es leal. Ladran y se beben. El poder juzga la justicia de la ausencia y se acercan aunque no quieran.

Del fondo de su alma, la coja fé... la coge fiel. La toma, la envuelve y la lanza.

Y el poder, ese absurdo poder del aire se escapa en cada guiño, en cada vahido, en cada alarido.

Leche del amanecer que se regala sin pedir, que se da sin querer.

Las manos son como las veces, se pasan y las caricias se pasean.

Los muslos son como los años, se encanan y se restan del legado.

Su postura es inconformista, tranquila, pautada y silente.

Y ellas, la postura... ella.... son el trágico poder de haber llegado a las ruinas del muro, allí dónde el polvo disimula el rictus de haber tocado la gloria y alcanzado el final. Dónde cayeron los planes, las esquinas, los poderes ocultas y la luna madre.

Sucede.

Siempre ocurre de igual modo, el trajín escuece y camufla la senda, los detalles, la perspectiva, el espacio, el azuluz, la bilis y el algodón de nubes en forma de sierra y cucharas huecas.

Ahora, Melpómene.... duerme allá donde los sueños se despiertan sin pestañear.

Susurra, susurra, susurra, susurra, no deja de abandonar al murmullo del aire que nadie atrapa y todos quisieran tocar, para sí.

Y ella cuando la negra leche no la confunde sino la encuentra vomita en silencio, sola, acurrucada... mientras le crecen los cabellos inconformistas, los años poderosos se rinden y la quietud se posa bajo sus uñas mordidas de entre sus pechos, ya cansados.

Ahora cuando el poder, ya aburre, consume.... la tragedia no es encontrarle sentido a la vida. Quizás... y sólo quizás.... la tragedia es recordar lo último que supo ver y sentir en sus adentros, de manera natural, de modo que brotó compartiendo un mechón de cabellos sin color, pero con toda la piel de la verdad.

Seguirá sucediendo.

Uno cierra los ojos, y lo ve absolutamente todo.

No se necesita más que una pizca de silencio interior.

Y la paz te perdona para que creas que la leche es negra.

Se deja saciar.

Nos da la lengua y nos quita la sed.