Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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martes, 29 de mayo de 2012

Siria, capital Londres. En el halda de una persiana.

Fotografía: Simone Lenzi


Rezan y juran que nací un trece.

Yo siento que fue un uno.  Junto al bosque del olvido y bajo la frondosa sombra que bocarriba me despecha el perfume de un manzano en flor, intuyo que mi padre huérfano de madre me deja caer entre la savia de aquella ambrosía que por fin cato día a día, noche en noche, paso a paso.

Tengo sed de ti. Y hambre de tus hojas. Tuve sed de todo y hambre de nada, hasta que tus ojazos se enredaron entre la pulpa del hueso de melocotón y las zurrapas del re-nacimiento de mi gris. El silencio me evoca el traje más elegante que jamás contemplé: tu buena sombra, tu eterna mácula.


Nunca supe que los silencios no pueden calibrarse, un silencio es un silencio, no puede ser mayor o menor que otro; pero tenía la certeza de que aquel silencio era insuperable, era el mayor que nunca hubiera "escuchado" y estaba convencido de que nadie jamás podría encontrar alguno igual.


Mis pisadas sobre las hojas caídas no sonaban, el viento soplaba con fuerza y agitaba las ramas de los árboles pero no se le oía silbar, a su izquierda veía las aguas de un río bajar impetuoso pero no emitía sonido alguno.


Una tormenta silenciosa se presentó de repente. Los rayos se sucedían uno tras otro pero no escuché trueno alguno. La lluvia era tan densa que apenas podía ver unos metros más allá, caía con fuerza, con furia ...pero silenciosa como si de nieve se tratara.


En apenas unos minutos desapareció tan repentinamente como había surgido.
Me sentía limpio, liviano, como si aquella tormenta se hubiera llevado todas mis cargas, mis preocupaciones, mis sinsabores, mis pesadillas ...


El agua acumulada en las hojas de los árboles goteaba incesante sobre la hierba ya mojada. Aquella sensación de tranquilidad que la ausencia de sonidos transmitía me impedió darme cuenta que no podía oler la hierba mojada. Me encontraba en medio de un frondoso bosque, junto a un río que parecía acompañarme en el paseo y no escuchaba ningún tipo de sonido ni podía diferenciar ningún tipo de olor.


Aquello me extrañaba pero en ningún momento me asusté, me provocaba una sensación de paz dificil de explicar.


Noté como la niebla empezaba a aparecer. No caía, se levantaba desde el suelo. Hasta mis rodillas, hasta mi cintura ... Algo me hizo levantar la mirada, unos metros más allá ví sus ojazos. Me estaban buscando, lo notaba por sus gestos, suponía que gritaban su nombre pero no las podía oir. Noté que la densa niebla me llegaba ya a los hombros por lo que me acerqué corriendo a ellos.


La niebla me llegó a los ojos y me enroscó por completo, como una sábana. Apenas podía ver nada pero sabía que sus ojazos estaban frente a mi, la sentía, notaba su respiración ... intenté hablarle pero no salío sonido alguno de su boca. Alargué la mano hacia su cara y la toqué ... lloraba, notaba sus lágrimas mientras la acariciaba con ternura.


Se llevó los dedos a la boca para saborear aquellas lágrimas ... eran amargas, lágrimas de tristeza.


Por fin lo comprendió. Supo que aquel sabor intenso, cálido, iba a ser lo último que iba a experimentar.


Esta vez fueron sus propias lágrimas las que llegaron a su boca ... eran dulces, lágrimas de alegría.


















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