Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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viernes, 20 de abril de 2012

¿ Se puede echar en falta lo que nunca se ha tenido ?






Fotografía: Vladimir Funtak








Kay tuvo que movilizar hasta la última fibra de su ser y de su determinación recién descubierta para no abalanzarse sobre él y abrazarle del modo en que la gente está programada para hacer cuando ve sufrir tanto a un ser querido.

Skinner siempre había pensado que en una situación como aquella él jamás suplicaría. Y se equivocó, porque lo estaba perdiendo todo. Se le escapaba la vida, le abandonaba. "Por favor, cariño...., por favor, Kay. Podemos solucionarlo".

"¿Qué es lo que hay que solucionar?", preguntó Kay, que seguía con el gesto imperturbable y los nervios cauterizados por todas las desilusiones que él le había deparado sin cesar. "Eres un alcohólico y además te encanta. En tu vida sólo hay espacio para un amor, Danny. Yo no significo nada para ti; sólo soy una chica mona que queda bien colgada de tu brazo", declaró, mordiéndose ansiosamente el labio inferior. "No te importo yo, ni mi carrera, ni mis necesidades. A mí no me gusta beber, Danny. No me dice nada. Ni siquiera creo que te siga gustando follar conmigo, porque lo único que te apetece es beber. Eres un alcohólico".

Escuchar aquellas palabras de labios de ella le produjo una tremenda impresión. ¿Era un alcohólico? ¿Eso, qué era? ¿Alguien que siempre está bebiendo? ¿Qué es incapaz de decir no a una copa? ¿Que bebe a escondidas? ¿Alguien que ya está pensando en la siguiente copa antes de terminar la que tiene delante?

"pero...yo..., yo te necesito, Kay....", dijo, pero no supo decirle para qué. No podía decir "Te necesito para ayudarme a superar esta enfermedad, porque sentía que era un joven que bebía mucho más de la cuenta pero que no iba a hacerlo siempre. No se sentía como un enfermo, sólo vacío e incompleto.

"Tú a mí no me necesitas. Lo único que necesitas es eso de ahí....", dijo ella, indicando con un gesto de la cabeza la copa y la botella de vino vacía.


Skinner ni siquiera se había dado cuenta de que la botella estaba vacía. Sólo había pretendido tomar una copita de aquel tinto aromático y con cuerpo....
...¿tenía cuerpo? ¿Era aromático...?

Enfermo.

¿Cómo he podido permitir que llegáramos a esto?


Kay lo dejó, solo, en el piso. Él ya no se sentía capaz de tratar impedirle que le dejara. Ni siquiera oyó cerrarse la puerta principal a sus espaldas; era como si ya fuera un fantasma para él.

A lo mejor cambia de opinión y vuelve. A lo mejor no.

Skinner reprimió las lágrimas. Le abrumaba el sentimiento de autocompasión; se sintió pequeño, infantil y acosado. Quería a su mamá; no a la Beverly de ahora, sino a un ideal más joven y más abstracto al que pudiera someterse y por el que pudiera ser mimado. Pero también ella había abandonado su vida, hasta que regresara y aceptara las condiciones de ella, interpretando el papel del hijo consciente de sus obligaciones.

La vacaburra testaruda jamás dará su brazo a torcer....

Pero la quería.

También quería una copa, pero no podía salir del piso en aquel estado de ánimo. Ya había oído historias de alcohólicos otras veces: relatos de traiciones, de injusticias perpetuadas por una madre, un padre, un amante o un amigo. En esencia, el cuento venía a ser siempre el mismo: un amargo himno a la pérdida del amor, la camaradería y el dinero. Y luego estaban los planes, los proyectos utópicos para el radiante futuro que hábría de iniciarse, por supuesto, después de la siguiente copa.

El día transcurre entre risas y canciones....

Al cabo de un tiempo, el bolinga no era más que un enorme vaso de whisky parlante, que contaba las mismas tristes historias una y otra vez. El alcohol sólo tenía una voz. No importaba quien fuera el poseído, lo único que les permitía hacer era añadir su propio tono distintivo antes de que incluso éste quedara subsumido en un gruñido abstracto de borrachín. Y ese vaso no tenía que responsabilizarse de nada, sólo permanecer sentado y esperar que lo rellenasen.
Me estoy convirtiendo en uno de ellos. Soy uno de ellos. Tengo que hacer algo, tengo que actuar....

Recuerdo cuando nos enrollamos, al principio; joder, qué sensual era; yo absorbía su fragancia, le besaba los ojos, los oídos, por todas partes, totalmente absorto en estar con ella.

Ya, claro.

Otras veces la echaba a un lado y me apartaba de ella gruñendo, pues la bebida me había vuelto sórdido, torpe y atolondrado; tenía necesidad de dormirla hasta que se me pasara y nunca conseguía sobar lo suficiente.

¿Qué soy? ¿Un bebedor social? Sí, pero también algo más. ¿Un borrachín? Desde luego, cuando no estoy bebiendo en compañía o pensando en beber. Un puto alcohólico. Ajá, eso es.

Soy un bolinga. Ya no suelo estar sobrio tanto como antes; ese estado cada vez está más comprimido entre los otros dos estados principales: borracho y resacoso. Tener resaca no es estar sobrio. Tener resaca es un infierno.


En la angustiada mente de Skinner, éste hacía balance de su vida y elaboraba algunas proposiciones básicas que llevaban algún tiempo corroyéndole y animándole a actuar. En primer lugar, jamás había conocido a su padre. Su madre se negaba a hablar de él. Sólo disponía de la limitada pero persistente información, respaldada ahora por una extraña intuición, de que quizás su padre había sido cocinero.

¿Se puede echar en falta lo que nunca se ha tenido?.


(....)
Extracto de: "Secretos de alcoba de los grandes chefs", de Irvine Welsh.







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