Y la lluvia cuando falta mucho, se pide.
No me la mandes, dámela.
Y el silencio cuando arraiga, se siembra de espaldas y nos recoge de cara.
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No te los calles, precipítalos.
No la repiques, desnúdate.
Y la noche cuando avergüenza, desvela.
No te dejes de soñar, para despertarle al hambre la saciedad de la miseria.
Y un coletero, una cuchara y un retal. Una piedra, una esperanza, hojas de laurel y simiente de briznas.
Son el plato, el lamer y el sustento de lo que un estado de ánimo traiciona al alma cuando la ausencia se sienta para varar en vano.
Y un arpegio se llueve de entre los muslos.
Y un acorde eyacula dónde la tierra soporta no ser madre de nadie y hermana de todos.
Y la lluvia cuando falta mucho, llora.
Llora sin que nadie la vea, ni siquiera sin que nadie la consuele.
Antes que verte, puedo olerte.
Antes que llueva, llorarán las manos.
Tambalearse, para caer en la cuenta que levantarse es anochecer en cada nacer.
A tu vera.
Y llovió, no hizo falta pedirlo.
ResponderEliminarTambalear no es malo, es aprender poquet a poquet que después de gatear uno se levanta a andar.
De las caídas y tambaleos se aprende.
Y se crece.
Eliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=pFbjE7NFmUI
Y qué no deje de llover, no hay nada más puro que la lluvia dulce de nuestros corazones, áquel sinsentido que laza, sin anudar el más honesto de los sentimientos.
Chispea.