Los cuatro puntos cardinales son tres: el Norte y el Sur.

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jueves, 5 de abril de 2012

La pianista

Elfriede Jelinek (escritora austriaca, nacida en 1946, Premio Nobel de literatura): visita a un peep-show. "La pianista"


Todo está acomodado perfectamente en este pequeño local donde las mujeres se estiran y retozan. Ellas se alternan. Rotan de acuerdo con el principio del tedio en la serie del peep-show, para que el cliente fiel y los visitantes regulares puedan ver una buena variedad de carne a intervalos previamente establecidos. De lo contrario, no vuelven. Mal que bien, ellos vienen con su precioso dinero y lo introducen moneda a moneda por la insaciable ranura. Porque cada vez que el asunto se pone atractivo deben introducir otra moneda. Una mano introduce la moneda, la otra bombea la virilidad sin beneficio alguno.

La cerda caliente detrás de la ventanilla, o sea, del otro lado de la barrera, querría a su vez que el buey del otro lado del cristal se arrancara el pito de tanto masturbarse. De esta forma cada uno saca beneficio del otro y el ambiente es muy relajado. Ningún servicio sin su contrapartida. Ellos pagan y reciben algo a cambio.
Una de pelo negro se ofrece al público en una posición espectacular que permite mirar a su interior. Gira sobre una especie de torno de alfarero. Pero ¿quién gira el torno? Primero junta los muslos, no se ve nada, pero la saliva del deseo fluye a la boca. Entonces abre lentamente las piernas y pasa frente a cada una de las ventanillas.

A su alrededor la masa se soba y amasa y, a su vez, es cuidadosamente mezclada sin pausa por un gran pastelero invisible. Diez pequeñas bombas trabajan a toda marcha. Algunos ya comienzan a ordeñarse en secreto para que el disparo final llegue antes y les cueste menos. Los nabos se liberan de su valiosa carga en medio de contracciones y sacudidas. No tardan en volver a cargarse y nuevamente hay que aquietar su ansiedad. Se debe contar con cuarenta o cincuenta monedas si se tienen problemas de carga y descarga. Sobre todo si, por mirar, se descuida el trabajo en el propio rodillo. De ahí que constantemente aparezcan nuevas mujeres y ofrezcan distracción.

Los imbéciles se dedican a mirar y no hacen nada. El objeto de su placer visual se pasa la mano entre los muslos y, haciendo una pequeña O con la boca, da muestras de estar disfrutando. Excitada de que haya tantos mirando, cierra los ojos y los abre hacia arriba con la cabeza girada. Estira los brazos y se soba los pezones para que se yergan. Se sienta en posición cómoda y abre generosamente las piernas; ahora se puede mirar desde abajo al interior de la mujer. Juguetea con el vello púbico. Ella muestra con el rostro lo delicioso que es estar a solas contigo. Pero lamentablemente la gran demanda no lo permite. De este modo les toca a todos, no sólo a uno.
A derecha e izquierda gimen y lloriquean de placer. Un escupitajo de semen da contra el tabique de madera. Las paredes se pueden limpiar fácilmente porque su superficie es lisa.
Sólo les queda una mano libre, con frecuencia ni eso. Tienen que introducir las monedas.

Una damita-dra gón teñida de rojo ofrece su trasero ligeramente entrado en carnes. Masajistas de mala muerte se revientan los dedos desde hace años en su celulitis. Pero ella ofrece más a los hombres a cambio de su dinero. Las cabinas de la derecha ya han visto a la mujer de frente, ahora les toca a las cabinas de la izquierda disfrutar de esa perspectiva. Algunos prefieren examinar a la mujer por delante, otros por detrás; la pelirroja mueve una musculatura que por lo general utiliza cuando camina o cuando está sentada. En este instante se sirve de ella para ganar dinero. Se soba con la mano derecha, en la que lleva garras de un rojo furioso. Juguetea rascándose la teta izquierda. Se tira suavemente del pezón con las agudas uñas artificiales como si fuera un elástico que puede separar del cuerpo, y acto seguido lo suelta. El pezón se comporta como un cuerpo extraño a ella. Por experiencia, la pelirroja sabe que en ese momento el candidato ha alcanzado nueve puntos. El que no puede ahora, no podrá jamás.




Isabelle Huppert

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